Si la pandemia del coronavirus, el confinamiento estricto y la posterior desescalada por fases supusieron un terremoto en la vida de cualquiera y una revolución en el panorama educativo tras la supresión de las clases presenciales, la experiencia se magnifica en el caso de personas con algún tipo de discapacidad. "Pensamos en lo aislada que podía estar esta niña, que de un día para otro se quedó en casa", sin entender por qué y con dificultades de comunicación con su entorno, pues su familia desconoce mayoritariamente la lengua de signos (LSE), "y pensamos en conectar con ella para que nos contara como lo estaba pasando, que soltara estrés...", explica Mar Cuba, intérprete de lengua de signos. La niña es Miriam Jiménez, de siete años. Alumna de 2º de Primaria en el CEIP A Xunqueira I, tiene a Mar como su gran apoyo para poder asistir al colegio como una estudiante más.
Y, con ellas, Carmen Quinteiro, la profesora que, con su trabajo y dedicación, logró no solo la integración de Miriam en clase desde que se escolarizó en cuarto de Infantil, sino que contribuyó a que, año y medio después, la Consellería enviase a Mar, como intérprete, a tiempo completo.
Carla, Miriam, Carmen y Mar, en videollamada. CEDIDA
Y llegó el coronavirus, todo el mundo se fue a sus casas y el grupo se volatilizó. O no. "La excusa era dar clase, pero el objetivo real era seguir comunicándonos con ella, porque no sabía qué estaba pasando y no entendía nada".
Así que Mar y Carmen articularon un sistema "poco ortodoxo" para poder seguir en contacto con la niña, "un recurso fácil para todos, porque en su casa solo disponen de móvil". Y esa opción fueron las videollamadas de Whatsapp. "Había confianza y mucha complicidad, porque la base es haber trabajado las emociones durante estos años; las familias confían en ti y puedes entrar en su hogar", aunque se a través de una pantalla, explica Carmen, quien cumple su quinto curso como docente de este grupo.
Carmen, emocionada viendo escribir a Miriam. CEDIDA
Cada mañana, a las once, Isabel, la madre de Miriam, tenía a la pequeña preparada para atender la videollamada diaria con Mar y Carmen, a las que algunos días también su sumaban amigas de la niña, como Carla y Julia. "Yo escribía una suma en un folio, Mar la iba diciendo, ella incluso contaba macarrones... Lo importante es que no olvidara la lengua de signos", explica la docente. "Trabajamos el vocabulario, le decía vete a buscar una naranja que yo cojo un plátano... Y también lo iba escribiendo. Y sumas, restas, dibujo dirigido...".
Todo esto, apunta Carmen, después de que Miriam les contase, nada más conectarse, "lo que sentía, porque pasó a estar en su casa encerrada sin saber por qué, su madre tenía miedo a salir y además se puso luto de un día para otro por la muerte del abuelo, se acabó la música y el baile, que era la esencia de su comunicación en casa". Fue "toda una aventura" que Carmen y Mar valoran positivamente "y también la familia, pues gracias a estas conexiones incluso podían transmitirle información".
En esta conexión participó Julia, amiga de Miriam. CEDIDA
El alumnado que utiliza lengua de signos quedó "muy desamparado" durante la pandemia. En muchos casos, apunta Mar, se hizo accesible la información de las aulas virtuales a través de vídeos en LSE, pero las videoconferencias no fueron la práctica habitual entre el estudiantado gallego con sordera. "No fue un método, fue un experimento basado en la emoción", sostiene Quinteiro.