Las manos mágicas que conquistaron el mundo

Pocos personajes en el deporte español acaparan tantos elogios como José Luis Torrado Casal, que después de una vida dedicada a los demás recibe en Pontevedra el homenaje del Comité Olímpico Español

Con Boskov en el Zaragoza
photo_camera Con Boskov en el Zaragoza

Hay ocasiones en las que es muy complicado encontrar, en el rico idioma español, palabras que definan la trascendencia de una persona, porque su importancia va más lejos que la labor cotidiana en su disciplina. José Luis Torrado Casal se fraguó en su etapa moza un palmarés brillante en una época en la que ser deportista era casi como una temeridad en una sociedad alejada de la actividad física.

Aquel chaval que nació en Ferrol, se crió en Lugo, a donde se desplazó su familia, y se hizo hombre en Pontevedra destacó en un atletismo cuya gloria se forjaba sobre ceniza. Se colgó el oro en los Juegos Nacionales Laborales de 1957 sobre los 400 metros, en los que logró una brillante marca en las semifinales. Más tarde reafirmó su dominio en la distancia al proclamarse campeón de España absoluto en uno de los días más emotivos de su vida -a pesar de que posteriormente llegaron momentos gloriosos-, ya que en la grada del estadio de Riazor estaba su padre, postrado en una silla de ruedas desde hacía un tiempo y que pudo acudir gracias a la colecta que hicieron los amigos de Torrado, para que pudiera ver a su hijo volar sobre la vieja pista de A Coruña, en la que le derrotó el alemán Francisco Ruf. Debido a su condición de extranjero, a lo más alto subió este pontevedrés de corazón.

Fue víctima de la situación económica de España y del poco interés de la sociedad por el deporte, especialmente por todo aquello que no fuera fútbol. Probablemente si viviera en otra localidad de nuestra geografía podría haber compaginado el atletismo de alta competición con su trabajo diario, pero debido a las circunstancias familiares, el sueldo del joven Torrado era el único sustento de la saga. El sueño de ser un deportista afamado quedó en eso y pocos podían imaginarse que más tarde, en aquello a lo que no podía dedicarse enteramente, acabaría siendo un referente absoluto a nivel nacional e internacional.

La vida de Torrado son casualidades. Pequeñas circunstancias que surgen y que fueron aprovechadas por seguir su instinto. Aquel que dijo una vez que los grandes acontecimientos son como consecuencia de pequeñas cosas, algunas de ellas insignificantes, podría estar pensando, perfectamente, en José Luis Torrado, en el que el consejo de Moral, el de las bicicletas, hizo surgir su pasión por el naturismo. Estaba quejoso por culpa de una inoportuna rotura de fibras y el propietario de Casa Moral le animó a que se pusiera un barro arcilloso, de color verdoso, que encontraría en los alrededores de la vieja estación de tren (estaba ubicada en lo que hoy es Campolongo).

Curiosamente el destino, o cualquier otra cosa, hizo que muchas décadas después él abriese su clínica en el bajo del edificio que se construyó en aquel lugar, donde Torrado no solamente encontró remedio a su problema físico sino que, unido a unas manos de seda, halló el argumento de su vida.

Las casualidades, las oportunidades que te da la vida... hay que aprovecharlas con trabajo y constancia, dos cualidades de este brujo de la vida, que con entusiasmo supo encontrar su momento. Aquel barro solamente fue el principio, porque sabía que necesitaba más argumentos para ser un referente en la recuperación.

DESTINO. Encontró las hierbas de Xeve porque era conocedor de que cerca de Sobral estaban las mejores y, años más tarde, gracias a su estancia en México con motivo de los Juegos del 68, descubrió la papaína por el consejo que alguien le dio para curarse una torcedura de tobillo.

La papaína y las hierbas son las fieles acompañantes de Torrado, que es mucho más que un simple recuperador, es un extraordinario motivador, un psicólogo, un preparador físico que sabe manejar perfectamente los grupos por su espíritu, su personalidad… Sus hazañas son conocidas. Ha sido capaz de transformar equipos perdedores en ganadores, y si no que lo pregunten en Lugo, donde sigue siendo un mito gracias a sus andanzas en el Breogán, o en Ferrol, donde estuvo unido al histórico Clesa porque, aunque comenzó en el atletismo, en el baloncesto alcanzó gloria hasta el extremo de que lo reclutaron para formar parte del staff de la selección española.

Su vida sin el deporte sería imposible de entender, pero a quien éste le debe las gracias por contar con la figura de Torrado es a José Luis Torres, probablemente el primer gran entrenador del atletismo español, que, conocedor de las cualidades de O Bruxo, propuso a la Federación que lo reclutase. Teucro, Pontevedra CF, Zaragoza, Clesa Ferrol, Breogán, selección española de atletismo, baloncesto, fútbol y boxeo, su querida Sociedad Gimnástica son clubes a los que estuvo unido de una u otra manera.

A sus espaldas, cinco juegos olímpicos (México 68, Munich 72, Montreal 76, Seúl 88 y Atlanta 96 -en los de Barcelona estuvo como invitado-). Un registro al alcance de muy pocos y que pone de manifiesto la trayectoria de una personalidad del deporte que, como escribió el que fue presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, está, por derecho propio, en el podium de honor.

Torrado es Torrado. Alguien inclasificable. Uno de esos genios que nacen solamente de vez en cuando. Una leyenda viva por un cúmulo de cosas, pero por encima de todo por su carácter. Un brujo de la vida, capaz de transformar un mal momento en el mejor. Capaz de hacer andar al cojo y de hacer creer al más descreído. Uno de esos personajes que si no existieran habría que inventarlos, porque la vida sin él no sería la misma. Alguien que conquistó el mundo con sus manos.

En el Pontevedra del ¡Hai que roelo!En el Pontevedra del ¡Hai que roelo!

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