Opinión

Marín, parteras en la memoria

EL CONCELLO de Marín dedica el Día Internacional da Muller Traballadora a las matronas. Es una gran acierto recordar y homenajear a aquellas mujeres, también llamadas parteras o comadronas, a cuyas manos confiaban nuestras madres nuestra nacencia. Era una profesión que años hace solo la ejercían mujeres que atendían, acompañaban y orientaban a las parturientas antes, durante y después del parto, con la responsabilidad exigida.

En Marín las comadronas a domicilio que mi edad me permite recordar, son Carmen de los Santos Aldao, que atendía la zona de Cantodarea -mi madre le encomendó mi nacimientoy Encarna López Fiaño, dedicada a la zona de Marín -mis dos primeras hijas nacieron en sus manos- aunque el historiador Celso Milleiro me amplía datos de la existencia de otra más, Elvira García Pérez, allá por los años treinta. También recuerdo a Ramonita Iglesias, de una generación de comadronas más reciente que ejercía en el Hospital.

De todas ellas, creo yo que la más popular fue doña Encarna. Nacida en Ferrol en 1906 llegó a Marín junto con sus padres, Carlos López Aristey y Angela Fíaño Diaz, domiciliándose en la calle Caracol. Fue la segunda de seis hermanos. "Embarazada de un novio que se desentendió, tras dar a luz a su hijo, Carlos Ló- pez Fiaño, (éste llegó a médico y estableció consulta en Marín) salió adelante estudiando para comadrona amparada por su familia y un librepensador altruista..." según me cuenta su nieto Carlos López Marqués. Consigue su titulación en 1946 previas prácticas en el Hospital Provincial y comienza a atender partos en todo Marin hasta su jubilación.

La fama de doña Encarna no le llegó solo como partera sino como practicante. A ella acudían no solo embarazadas sino cualquier persona que precisaba ponerse una inyección o tomar la tensión. Tenía la consulta en la calle Dr. Touriño (años más tarde pasaría a la hoy llamada Rúa da Ponte) donde atendía a sus pacientes con la precisión requerida. En la consulta -como nos la describe su nieto Carlosinvandida por un penetrante olor a alcohol no había sala de espera, por lo que se inyectaba a los pacientes detrás de biombo. El ritual era muy parsimonioso: hervía las jeringuillas de cristal y las agujas para su desinfección. En una vitrina tenía acopio de medicamentos y el material de trabajo. Y presidiendo la estancia una fotografía suya con uniforme de enfermera con un bebé en el regazo, y un bote con un feto bañado en formol. "Al parecer era el feto de un aborto natural de mi madre", señala su nieto Carlos, quien nos añade: "En aquella rebotica había encontrado mi abuela Encarna junto a su madre Angelita un tranquilo refugio a salvo de sobresaltos en el que las comadres con sus recurrentes conversaciones hilvanaban el tiempo entre inyecciones y controles de tensión". Doña Encarna falleció en 1990 a los 84 años de edad dejando en Marín un grato recuerdo de su persona y profesión.

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