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Matar cucarachas

LA GENTE convencida de que en casa vive tranquila está muy engañada. La tranquilidad, en mi humilde opinión, es un asunto que hay que confiar a los bares, donde trabajan unos individuos, llamados camareros, que te cantan nanas y te acuestan. Ya solo hace dos semanas, en casa, donde según algunos lumbreras se está como dios, maté seis cucarachas, lo que no tomé por una buena noticia necesariamente.

Tengo propensión a pensar que los grandes conflictos empiezan así: primero unas cucarachas, u otros bichitos feos, después un elefante y a continuación una invasión extranjera y la guerra otra vez, cuando nos creíamos felices para siempre. Desconfiemos, pues, del hogar.

En pleno apasionamiento por un reciente cambio de domicilio, el sábado anterior me dispuse a montar un mueble. ¿Por qué lo hice? Ni idea. Quizá porque las cosas absurdas generan una enorme atracción. No sé resistirme a ciertas estupideces, así que me permití el lujo de despreciar la ayuda de un pariente ducho en bricolaje. ''Yo me encargo'', alegué con efervescencia. Me faltó añadir ''apártate de mi vista''.

Estaba tan decidido, y entusiasmado, que al mediodía recibí la llamada de un amigo para quedar a beber algo, y tranquilizar los nervios de permanecer todo el día en casa sin hacer nada, y descarté la idea por disparatada.

En pleno apasionamiento por un reciente cambio de domicilio, el sábado anterior me dispuse a montar un mueble. ¿Por qué lo hice?

Así que allí estaba yo, solo, feliz e ignorante de los grandes consejos de la experiencia humana. Es sabido que de la infancia uno saca en limpio que no hay que jugar con el fuego, porque te haces pis, y cuando llegas a adulto, e intentas montar un mueble, que no conviene tomar el bricolaje como una rama menor de la física o las matemáticas.

Enfrentado a los tableros, al manual de montaje fácil —fácil los cojones— y a la llave Allen, ciertamente simpática por su cabeza hexagonal, todo parece sencillo. Pero de pronto, todo se complica. Primero, se enmarañan las ideas y el orden en el que deben suceder las cosas, y a continuación los materiales. Nada encuentra su sitio. Se hace de madrugada a las dos de la tarde. Cae la niebla. Se oye el aullido de los lobos. Tienes miedo. Gritas ''papá, socorro'', y nadie acude en tu auxilio. Estás solo. Tus amigos están en el bar, tranquilamente,
resolviendo asuntos de vital importancia.

Me fascina la violencia extrema y gratuita, y como uno de los tornillos no entraba a la primera, usando la educadísima llave Allen, que aprieta gracias a que pide las cosas por favor, recurrí al martillo. No estamos ante ese tipo de herramientas que se pueda utilizar con delicadeza, como un rotulador o un plumero. Nadie afirmaría que el martillo, con su gesto adusto y distante, tiene buenos modales. No llama a la puerta, digamos, y dice ''buenas  tardes tenga usted, qué hermoso día hace hoy''. Esto significa que lo empleé del único modo conocido, toscamente, como cuando vas por la calle y escupes porque crees que nadie te ve. En cierta manera, y bajo una perspectiva
filosófica, el martillo está pensado para superar resistencias, y eso ha de hacerse empujando los márgenes de la realidad con bravuconería.

Nadie afirmaría que el martillo, con su gesto adusto y distante, tiene buenos modales. No llama a la puerta, digamos, y dice ''buenas  tardes''

Inevitablemente, rompí el mueble. La jodí bien jodida, pensé, mientras buscaba testigos alrededor. ¿Cómo no lo preví? La forma de algunas herramientas es premonitoria. Aquello iba a pasar. Solo poco a poco recuperé la disposición de ánimo. Los primeros minutos, incluso los primeros cuartos de hora, me sentí consternado. En ese movimiento lento hacia el equilibrio, recordé que Borges, mostrándoles
a sus sobrinos la mesa de caoba del comedor, les dijo un día: ''La hizo un relojero. Era un relojero tan malo que tratando de fabricar un relojito de oro hizo una mesa''.

Esta capacidad de ciertos individuos para equivocar sus propósitos, y acertar, conducía a menudo al escritor argentino a hablar también del caso de Maruja, la secretaria que copiaba a máquina sus trabajos y los de Bioy Casares. ''Le sale cualquier cosa. Trabaja con extraordinaria lentitud, pero muy mal. Uno le dicta un cuento y ella puede entregarte cualquier cosa, la Historia natural de Plinio en latín. Es una chavala muy simpática'', aseguraba Borges. Todo esto me dio muchos ánimos. Y me hizo suponer que, al romper el mueble, había conseguido exterminar las cucarachas.



Artículo publicado el sábado 18 de abril de 2015 en la edición impresa.

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