Opinión

Miedo en el cuerpo

LA ALEATORIEDAD de las tormentas y la ausencia de buenos cámaras con buenos equipos en su momento de esplendor son desgracias que luego pagamos todos. Se vio el cementerio de Cacabelos en llamas. Qué pena que lo grabase alguien con un móvil. Seis cipreses en combustión contra un cielo enrabietado y en medio de unas tumbas iluminadas por los rayos. Con mucho menos se montaron series de televisión. A los telediarios asomó un espectáculo en tono mate que, aún así, conservaba su imponencia. A la mañana siguiente los vecinos hablaban a cámara con cierta desconfianza, como si un rayo fuese a fulminarles a ellos si largaban más de la cuenta. Conservamos una zona del cerebro llamada cerebro reptil que nos conecta con nuestros miedos más atávicos. El otro día, en Cacabelos, a los vecinos no les importó que no tuviesen cobertura o que el móvil se quedase sin batería; no miraron el WhatsApp ni siguieron a nadie más en Facebook; no enviaron tuits ni jugaron en bolsa; no hablaron del Madrid. Se miraron unos a otros en sus casas pensando que pronto se haría de día y todo habría acabado. Luego lo contaron a cámara, sí, pero hasta el alcalde habló con voz de ultratumba.

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