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El milagro de Gonzalo

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EXISTEN en Galiza unos cuantos santos y vírgenes con capacidad para desatar tempestades. San Rosendo, por ejemplo, o la Virxe de Pastoriza, pero por centrarnos en uno llegaremos hoy a San Gonzalo, que de entre todos es el que creó la tormenta más espectacular y oportuna. Según Jean Croisset, jesuita francés que estudió esta historia a mediados del XIX, es difícil establecer la fecha del ataque, situado entre los siglos IX y X, como también es muy complicado, si no imposible, averiguar en qué años gobernó Gonzalo el obispado de Mondoñedo. Claro, una cosa dificulta la otra.

La leyenda dice que unos invasores acechaban las costas gallegas. Unas fuentes aseguran que la fl ota atacante estaba formada por moros al mando de un tal Albedhamuyt mientras que otras, algunas más, aseguran que la flota era normanda. Ambas cosas pudieran ser, como lo es que la basílica de San Martín de Mondoñedo, antes catedral, fue la más antigua construida en el Estado español, más o menos en las fechas en las que nos movemos, entre los años ochocientos y pico y novecientos y tantos.

El asunto es que, avistadas las naves enemigas ante Ribadeo y Viveiro, fueron a avisar al obispo de Mondoñedo, San Gonzalo, que por entonces era solamente Gonzalo, pues naturalmente no había alcanzado la santidad. Don Gonzalo, acompañado de numerosos fieles temerosos de los invasores, subió al Alto da Grela, desde donde se podía ver el mar. Una vez allí, arrodillóse, juntó sus manos en actitud de rezar y de pronto se desencadenó una terrible tormenta. Olas enormes, rayos y truenos, comenzaron a caer y las naves hundíanse una tras otra mientras los lugareños celebrábanlo y abrazábanse sin miedo al contagio, como en los conciertos de Taburete.

Algunos cuentan que cada vez que el obispo golpeba su báculo contra la tierra, un rayo caía sobre una nave y la incendiaba. Luego ya cada uno adorna la historia como le plazca, que en eso consisten las leyendas, en una verdad que se va acrecentando y va adquiriendo detalles hasta convertirse en otra cosa.

Croisset, cuya obra fue traducida por el Padre Feijóo, dice que bien pudo partir la leyenda de una casualidad: que una tormenta pillara al obispo Gonzalo rezando y a los invasores a punto de desembarcar y de ahí surgiera un falso milagro. Por eso me gustan los jesuitas de aquella época, porque lo cuestionaban todo y lo hacían a través de procesos lógicos y científicos.

En cualquier caso, no hay jesuita en el mundo que pueda con la tendencia de nuestro país a creer en los milagros o en cualquier otra cosa que tenga un origen sobrenatural: meigas, Santa Compaña, mouros e mouras y lo que surja. Así que en el Alto da Grela construyeron una ermita, llamada De las Naves, para conmemorar el evento y año tras año, más de un milenio después de que sucedieran los presuntos hechos, los fieles siguen acudiendo a procesionar y a rezar a San Gonzalo.

En 1658 se abrió la tumba del obispo en San Martín de Mondoñedo y ahí estaba «el cadáver descarnado; pero los huesos unidos, de los cuales salió una maravillosa fragancia», escribe Croisset. Con el cadáver se encontraron el báculo, un anillo y alguna otra cosa. En 1704 se volvió a examinar el sarcógago y se halló todo tal como estaba.

Tuvo que haber una apertura posterior, pues hoy todos esos atributos se encuentran debidamente custodiados en el Museo de Lugo. Seguramente esa parte está perfectamente documentada, pero ya escapa a los objetivos de este texto meternos en estos detalles.

Lo que me gusta de esta historia no es si las cosas ocurrieron así. Lo importante es que la potencia de esta leyenda es tal que dio pie a una de las peregrinaciones más antiguas que se conservan en Galiza y que además tiene una relación directa con la más antigua de nuestras catedrales y es una perfecta manera en la que el pueblo interpreta su Historia y la conmemora. Ojalá tuviéramos la misma memoria para otras cosas, pero ése tampoco es el tema hoy. Quedémonos con lo bueno: la protección que el pueblo gallego siempre pide a sus santos y la forma en la que mantenemos ciertas tradiciones sanas. De las insanas tampoco toca hablar hoy.

La obra de Croisset, por cierto, se titula ‘Año cristiano ó ejercicios devotos para todos los días del año’ y es de recomendable lectura para quien como yo goce de estos tostones.

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