Opinión

Museo en la aldea

A Blanco Vila, que sabe de arte, le acompañaba la razón en el entusiasmo por la obra de Bea Rey. Se constata en las piezas que muestra la exposición y que recoge sus diferentes etapas

FUE LUIS Blanco Vila quien me hizo ver la urgencia de visitar ya el Museo Bea Rey en O Lago, Sobrado dos Monxes. Estaba sin prisas en mis previsiones. Por ser tierras de Sobrado, coherentemente, y por conocer la brillante originalidad de levantar un museo dedicado a una mujer, un reconocimiento a una artista en medio de vacas y carballos centenarios. La conversación trascurrió mientras almorzábamos en el prado, al pie del río Furelos, contaminado de tanta mierda como demagogia.

Este periodista de Boiro, corresponsal por el mundo, me abrió en la juventud las páginas de los periódicos para escribir. Ahora me habló con entusiasmo, que crecía sin necesidad de mojar la boca con vino, de la pintura de Bea Rey y de su trayectoria. Le había escrito algunas críticas en los años de Madrid. Estuvo en la inauguración del museo que su hermana puso en marcha en medio de la campiña, en el silencio sonoro de la soledad que acoge y da sosiego. Luego, en la introducción del catálogo, que adquirí en el museo, descubriría que Beatriz Rey lo citaba en los nombres de aquella generación cuyas circunstancias fueron "el aislamiento y la incomunicación ". "Teníamos en común un deseo de avanzar, cosa por otra parte lógica en todos los jóvenes". Raimundo Patiño, que se nos fue temprano, los periodistas Alberto Míguez y Luis Blanco Vila, el guionista Juan Antonio Porto, el director teatral Ricart Salvat o el bueno del canónigo Manuel Espiña, que nos despertó a Galicia.

En aquel tiempo, escribe Beatriz Rey, "la vida no estaba a nuestro favor. Parecía que la mayoría de la gente iba en dirección opuesta y ajena a nuestro modo de sentir y pensar ". Ahora el viento sopla a favor en el entusiasmo con que atiende en el museo la joven Adelaida: habla, explica y ejerce de profesoral guía por la obra y la vida de Bea Rey. El talento lo refleja el resultado arquitectónico y el color que llama. Es sencillamente bonito: agradable a la vista y al espíritu. Es informativo y bello el audiovisual que se ofrece en una recogida sala.

A Blanco Vila, que sabe de arte, le acompañaba la razón en el entusiasmo por la obra de Bea Rey. Se constata en las piezas que muestra la exposición y que recoge sus diferentes etapas.

Este museo no está deslocalizado. Iniciativas como esta son las que necesita el rural gallego. Lástima de tantos malos usos con los dineros que llegaron de Europa o tanta sinrazón con la cultura como pretexto. Deslocalizado queda quien se niegue a ir hasta Sobrado y coger el camino al Lago para encontrarse con esta iniciativa y con la pintura de una mujer sobre la que es tiempo de proyectar todos los focos.

Sorprende que en la portería- tienda del monasterio, el reclamo para ir a Sobrado, no exista la menor referencia visible a este museo tan próximo y tan complementario para el viajero que acude al convento.