Ni lujos ni Ferraris: la estiba desde dentro

ESTIBADORES PORTUARIOS► En pleno conflicto laboral y con la paciencia al límite por todas las mentiras que se vertieron sobre sus condiciones de trabajo, los estibadores del Puerto de Marín nos invitan a vivir su día a día para entender el porqué de su rechazo al decreto
Los estibadores, al terminar el turno de la mañana
photo_camera Los estibadores, al terminar el turno de la mañana

Son las siete de la mañana y Eugenio Garrido, igual que el resto de los compañeros a los que les toca trabajar en el turno de mañana, ya está en marcha. En una hora comenzará su jornada laboral en el Puerto de Marín. Hasta aquí, nada resulta llamativo. Podría parecer que Eugenio tiene un estilo de vida muy similar al de la mayoría de ciudadanos. Sin embargo, Eugenio es estibador, y eso lo cambia todo.

Hasta ahora, el gremio que se encarga de la carga y descarga de mercancía en los puertos españoles había pasado relativamente desapercibido para el resto de la población, pero un cambio forzado en el sector los ha llevado hasta el prime time de las parrillas televisivas y a las páginas de opinión de los diarios de todo el Estado.

Eugenio Garrido, Estibador y delegado de CCOO: "El turno nocturno es una tortura, sobre todo por las condiciones meteorológicas"

El decreto firmado por el Gobierno de España por el cual se liberaliza la estiba, hasta ahora dependiente de las Sociedades de Gestión de la Estiba de cada puerto, ha enfrentado a los trabajadores con la patronal. Después de meses luchando por evitar su aprobación, el decreto salió adelante, pero, lejos de bajar la guardia, ahora los estibadores siguen haciendo presión, como la que se hizo con la huelga de esta semana, para, al menos, conseguir que se subroguen sus empleos cuando el decreto pase del papel a la realidad de los muelles.

El germen del conflicto está en una sentencia de la Unión Europea, que obligaba a España a liberalizar el sector de la estiba para adecuarlo a la normativa comunitaria, pero la Coordinadora Estatal de Trabajadores del Mar denunció que el Gobierno estaba diseñando un nuevo marco laboral que se excedía de las peticiones de la UE y que recortaba derechos a los estibadores.

Ante esta coyuntura, se empezó a retratar el oficio de estibador como el de un privilegiado, que cobra un sueldo astronómico —superior a los 3.000 euros—y que se jubila a los 55 años. Sin embargo, ellos denuncian que la realidad dista mucho de esa imagen, que ellos consideran "sesgado" y "descontextualizado".

UN TRABAJO ESCLAVO. "Para poner a la gente contra un gremio fuerte, como el nuestro, no hay como envenenar a la opinión pública". Atravesando el Puerto de Marín, las palabras de Eugenio resuenan en el coche, que pone rumbo al Muelle Reboredo, donde está atracado un buque portacontenedores en el que están trabajando 24 estibadores, de los cuales solamente doce son fijos.

Cuando llegamos, algunos de ellos ya están destrincando, es decir, retirando las barras de hierro que unen los contenedores entre sí para garantizar su sujeción en travesía. Cada pieza pesa entre 30 y 40 kilos, dependiendo de su longitud, y retirarlas es la labor más artesanal y física de toda la jornada. También reponerlas, porque cuando en el barco se vuelven a cargar los contenedores vacíos, toca hacer el proceso inverso: trincar. "Esta es una parte muy esclava", comenta Eugenio, que recuerda que antes, en la década de los ochenta, cuando él comenzó en el oficio, todo era más físico: "En aquella época, cuando salías de trabajar después de todo el día, tenías agujetas hasta en el carné de identidad", ríe.

Sus compañeros siguen descargando las barras, una a una, con la única fuerza de sus brazos, mientras nosotros volvemos a subirnos al coche. En el muelle de enfrente, el Leirós, un barco tiene que marcharse cargado hasta arriba de corteza de madera con destino a los Países Bajos. En una semana normal, esta embarcación ya se hubiese ido el día anterior, pero como fue jornada de huelga y se trabajó solo en horas pares, la actividad portuaria se retrasó. De todas formas, el trabajo está adelantado y Eugenio, que como capataz se encarga de supervisar el trabajo, aprovecha para enumerar los riesgos de un decreto que no les deja dormir tranquilos.

MOSCAS Y BISTECS. "Con la liberalización perdemos todos, nosotros y las empresas locales. A los únicos que beneficia esta nueva regulación es a las grandes multionacionales extranjeras, como Cosco", un gigante chino que acaba de comprar Noatum, la principal concesionaria de terminales portuarias de España. Eugenio se muestra claro: "Lo que quieren es que las terminales sean suyas, las grúas también y, finalmente, será su tripulación la que se encargue de la estiba. Y será gente sin formación, mano de obra muy barata, como la de China, y sin ningún derecho laboral".

Fernando Rosales, otro de los estibadores de la rada, concuerda al cien por cien con su compañero: "El cambio va a comportar hambre y precariedad laboral. Y yo no quiero que aquí la mano de obra sea como en China. Yo no quiero comer moscas, quiero poder seguir comiendo bistecs". Rosales explica que todo el gremio está de acuerdo en que "se cambie la normativa para adecuarse a la Unión Europea, pero lo que no comprendemos es que no se subrogue el trabajo. Es como si convocasen una oposición para Policía Nacional y, en vez de aumentar la plantilla, despidiesen a los que hay para contratar a una nueva remesa de empleados sin ningún tipo de garantía de trabajo".

Para ejemplificar sus análisis, miran hacia el otro lado del Puerto. La estiba de la pesca congelada se liberalizó a finales de los años 90, "y ahora está totalmente desprofesionalizada" y los que allí van cobran sueldos paupérrimos, "algunos no se llevan más de 30 euros a casa por una jornada de trabajo", detallan.

Todo ello, al final, dicen que "repercutirá en la eficiencia de quien se encargue de la estiba". Rosales saca a colación "todo lo que se jacta la Autoridad Portuaria de la profesionalidad de nuestro trabajo y del crecimiento del Puerto. Eso se puede perder". Desde su punto de vista, el futuro "es negro, estamos en un estado de preocupación permanente y tengo la sensación de que mis 20 años de trabajo no han servido para nada".

¿PRIVILEGIOS?. El convenio que tienen firmado los estibadores marinenses con la Sagep del Puerto les asegura un sueldo base de entre 1.000 y 1.500 euros, y, tal y como apunta Fernando, "el sueldo extra que nos ganamos es a base de nuestros hombros y nuestro sacrificio".

Ese aumento de nómina, que puede llegar a inflarse hasta "los 2.000 o 2.500 euros", se produce cuando los estibadores doblan turnos y debido a la gran cantidad de pluses que tienen por las circunstancias de su trabajo. A saber: nocturnidad, peligrosidad, intemperie, "y uno del que la gente no se acuerda: la disponibilidad".

Eugenio relata que los estibadores, "que somos un servicio público, tenemos que estar siempre disponibles y hasta el viernes por la tarde normalmente no sabemos qué tipo de turno tenemos". Y es que van rotando en función de las necesidades de los empresarios para los que trabajan, como Pérez Torres o el Grupo Nogar. Esto choca frontalmente con la conciliación familiar: "Nuestra vida familiar es especial. Los horarios se trastocan, ves poco a tus hijos...", dice Eugenio, que añade que para él las jornadas nocturnas son "una auténtica tortura. A esas horas es muy difícil aguantar el sueño, el turno se hace interminable y las condiciones meteorológicas, sobre todo en invierno, son terribles". Francisco se suma al análisis y deja una invitación en el aire: "Aquellos que creen que nuestras primas son un privilegio, que vengan una noche de invierno, a las dos y media de la madrugada, a dos grados bajo cero, con lluvia y ropa de agua, a descargar mercancía".

Sin embargo, hay algo que sobresale por encima de todo lo demás: la peligrosidad. En el muelle, las alturas y los pesos dan más vértigo que leídas sobre un papel. A los estibadores les va en el oficio, pero eso no significa que resulte fácil enfrentarse a las consecuencias de vivir siempre con una espada de Damocles sobre los hombros.

Eugenio ha visto morir a tres compañeros. "Todo fueron despistes", aclara, pero despistes que se pagan con la vida. Con los ojos llorosos rememora cómo una losa de madera se precipitó sobre uno de ellos, "un gran amigo mío", justo cuando acababa de terminar su turno. "Ni siquiera tuve fuerzas para ir hasta donde estaba. No fui capaz". A pesar de todo, Eugenio no se arrepiente de ser estibador, porque para él "es un trabajo bonito". Pero, ante todo, lo considera una labor necesaria, ya que "el 80% de lo que consumimos, se mueve a través de los puertos".

Es la una de la tarde y los estibadores terminan el turno. Posan para la foto y, antes de que se vayan a comer, uno de ellos dice: "Fíjate (señalando los coches aparcados), aquí no hay ningún Ferrari y nuestra sangre también es roja". Y se van a comer.

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