Opinión

No es un país decadente

ESPAÑA NO es un país decadente. A pesar de la que está cayendo en los juzgados, tres buenas noticias de los últimos días son una prueba de la fortaleza social y el dinamismo económico del país.

Una: "España es uno de los países más seguros del mundo". Tiene las tasas de asesinatos más bajas —por debajo de Alemania, Francia o Portugal—; los robos con fuerza se han reducido un 25 por cien en los últimos cinco años y disminuyen los delitos de odio. En los sondeos del CIS la preocupación por la seguridad nunca ocupó lugares destacados, aunque sigue habiendo episodios de terror y la violencia machista no sigue esta tendencia a la baja.

Estos son los datos que apreciamos poco. No valoramos bien la delicia de poder callejear, salir con la familia y los amigos o viajar sin sobresaltos.

Los españoles nos flagelamos minusvalorando lo que tenemos en un ejercicio de pesimismo y damos la imagen de vivir en un festival de autoodio

Dos: España batió el récord de donaciones de órganos y trasplantes —Galicia también superó sus marcas— y ocupa, un año más, los primeros lugares del ranking mundial. Un orgullo. Porque somos un país solidario, generoso y comprometido con nuestros compatriotas y porque nuestra sanidad cuenta con profesionales competentes y con medios técnicos para realizar estas complejas intervenciones que salvan vidas.

Tres: "España encadena por quinto año consecutivo un nuevo record de turistas", Galicia también superó el suyo. Los datos de 2017 indican que vinieron más de 82 millones de extranjeros, lo que convierte a nuestro país en el más visitado del mundo, solo detrás de Francia.

Que vengan tantos turistas no es casualidad, es una prueba de que España tiene algo más que seguro de sol. Vienen a un país estable y seguro, con un sector turístico solvente que tiene trabajadores capacitados e infraestructura hotelera bien dotada para dar buenos servicios.

Si añadimos a estos datos la democracia y libertades que disfrutamos, el razonable estado de bienestar, la legislación social avanzada, la alta esperanza de vida y el envejecimiento saludable, la amplia oferta cultural en villas y ciudades y otras conquistas, tenemos muchas razones para estar orgullosos del país.

Es verdad que España tiene problemas, pero no son más ni más graves que los que tienen los ciudadanos de países de nuestro entorno que aprecian lo suyo más que los españoles que nos flagelamos minusvalorando —a veces despreciando— lo que tenemos en un ejercicio de pesimismo y proyectamos la imagen de vivir en un festival de autoodio. Y no hay razón que lo justifique, España no es un país decadente.

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