Opinión

No está el Forn para bollos

LA SEMANA que concluye ha sido pródiga en fotografías, más o menos mundanas, que valen más que mil palabras, como las forzadas escenas de ‘manitas’ entre Macron y Donald Trump o, si quieren, el ridículo abordaje del yate de Cristiano Ronaldo por una patrullera de la Agencia Tributaria. O el rigidísimo protocolo de la visita de los Reyes al Reino Unido, toda una pasarela Cibeles. Quiero con todo esto decir que, si usted busca entretenimiento, claro que lo hay, incluyendo las pintorescas escenas de esa comisión parlamentaria investigadora de las pasadas corrupciones del PP o el inminente encarcelamiento de otro hijo del padre-de-todos-loslíos.

Pero, distracciones al margen —ya sé, claro que lo sé, que a usted también le aburre, como a mí, la política catalana—, ahí pervive la cuestión de fondo; esa que Mariano Rajoy y su entorno, echando balones fuera, califican de "radicalismo" próximo a la dictadura, o de "purgas", "caza de brujas", "depuraciones"... Me refiero, desde luego, a esa remodelación del Govern de Puigdemont para asegurarse fidelidades de cara al referéndum secesionista que el ‘molt honorable’ pretende celebrar dentro de solamente dos meses y medio.


Los mossos tendrán que decidir, si se llega a ese punto, a quién obedecer


Ahí, a la vuelta de la esquina, tenemos la prueba de fuego más seria que habrá de atravesar la democracia española —e incluyo el ‘tejerazo’ del 23 de febrero de 1981— y aquí, como si nada. Rajoy, el impasible, anda algo tonante: "purgas", "atentado a la democracia", como si eso solucionase algo. Y los socialistas, inquietos, moviendo el rabo de lagartija del cónclave en Barcelona, mucho ruido total para no aportar soluciones constitucionales concretas, mientras los de Ciudadanos se deshacen en reproches a las dos formaciones anteriores y los de Podemos se entretienen en si son galgos de urnas o podencos de quedarse en casa. Ante este panorama de secarral, Puigdemont, de huida hacia adelante, va entonces y remodela su Govern a base de echar a los tibios —con reconocimiento expreso a sus méritos, lo que no ha engañado a nadie— y los sustituye por ‘duros’ a los que el incumplimiento de la legalidad les parece lo más normal y natural del mundo, y desoír las resoluciones el Tribunal Constitucional, justo lo que hay que hacer en esta vida. No está el horno para bollos de tibios y entonces el molt honorable nos trae a Forn.

Joaquim Forn, un ‘alter ego’ en sus afanes independentistas al que se le ha encargado nada menos que la jefatura, control y coordinación de los Mossos d’Esquadra. Que son las fuerzas de seguridad autonómica que tendrán que impedir, llegado el caso, la celebración del referéndum, por encargo del Ministerio del Interior del Gobierno central. Sustituye el señor Forn al conseller Jordi Jané, un político al que bien se conoce en Madrid de sus tiempos de diputado: hombre afable, moderado, legalista... y dubitativo a las claras sobre las posibilidades de que la consulta independentista llegue a buen puerto.

Así que Puigdemont ha hecho buena la amenaza bíblica, "porque eres tibio estoy a punto de vomitarte de mi boca", y se ha cargado, entre elogios, eso sí, a Jané y a otros tres miembros del Govern, también tenidos por no fanáticos del ‘procés’ tal y como ahora anda el patio. Hasta un ciego vería con claridad que se masca el conflicto. Los mossos tendrán, si las aguas llegan hasta ese punto, que obedecer, bien al Govern, bien al Gobierno central, que es lo que indicaría la legalidad, esa legalidad que es de temer que el conseller Forn se pasará, llegado el caso, por donde le pete. Y entonces, ¿qué? Buena pregunta para Mariano Rajoy. ¿Hasta dónde están, estamos, estáis, dispuestos a llegar? Inquietante cuestión para unas vacaciones que los parlamentarios nacionales tendrán que tomar estando, por si las moscas, contactables, no vaya a ser que hayan de formalizarse las disposiciones contenidas en la ley, que son muchas y variadas en su intensidad. Me dirá usted: no llegará la sangre al río.

Yo también espero que no, que todo se disuelva como un azucarillo en una taza de tila. Pero la insensatez de Puigdemont, increíblemente secundado por un personaje al que la mayoría considera sensato y de cierta talla política, como Oriol Junqueras, está poniendo al Estado contra las cuerdas. Y, como me decía Adolfo Suárez, nunca se ha de poner a alguien entre la espada y la pared, porque ese alguien se defenderá con todo lo que tenga a mano. Y figúrese usted si aquel a quien se pone entre la espada independentista y la pared de la rebelión cuasi sediciosa es nada menos que un Estado. Algo, entonces, tendría que ocurrir y, en mi opinión, no sería nada bueno. 

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