Opinión

Ourense: la censura o el caos

El alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, en la rueda de prensa que ofreció este jueves. BRAIS LORENZO (EFE)
photo_camera El alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome. BRAIS LORENZO (EFE)

LO HA dicho por activa y por pasiva. Él no piensa dimitir, aunque su más que precaria posición sea a todas luces insostenible. Así que la única solución para desalojar a Gonzalo Pérez Jácome de la alcaldía de Ourense es una moción de censura. He aquí una de las ocasiones en las que recurrir a este instrumento político está plenamente justificado, como no lo está en cambio en otros muchos casos, en que se emplea —como los pactos postelectorales— para retorcer o adulterar la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas. Sobran ejemplos, algunos de ellos recientes en esa misma provincia. Debería haber otra fórmula legal para desbloquear situaciones disparatadas o caóticas, pero no la hay. Al menos, la actual ley electoral no la contempla, seguramente porque en su día, cuando se democratizaron los ayuntamientos, el legislador, en su buena fe, no atisbó el riesgo de que se consumaran este tipo de sindioses.

El problema es que en nuestro sistema político las mociones de censura han de ser constructivas. Quienes las promueven deben proponer un candidato al puesto del que se pretende remover al censurado. No basta con que la mayoría concuerde en la conveniencia de apartar a un alcalde de su poltrona. No hay manera de resetear el proceso de elección para volver a la situación de partida, la que había en el momento de constituirse la corporación de que se trate. En ello radica la confianza de Jácome en que seguirá siendo alcalde por tiempo indefinido. No ve a los concejales que abandonaron su grupo, al PP, al PSOE, al Benegá y a Cs poniéndose de acuerdo en la figura del nuevo alcalde y mucho menos cree que vayan a ser capaces de encontrar una fórmula de entendimiento a dos, tres o cuatro bandas, para garantizar la gobernabilidad municipal.

Si el Partido Popular de Baltar no hubiera otorgado la alcaldía a Democracia Ourensana a cambio de su apoyo para mantener la Diputación no estaríamos donde estamos. Tendríamos otro problema, pero no este. El bastón de mando habría recaído en el PSOE, que fue la lista más votada. Los socialistas obtuvieron 9 de los 27 concejales. La correlación de fuerzas no daba, y sigue sin dar, para un gobierno de izquierdas, toda vez que el Bloque solo logró dos ediles. Los ourensanos votaron mayoritariamente centro derecha, si encuadramos en ese espacio al grupo de Jácome por aquello de que, pese a considerarse outsiders, acabó pactando con los populares tanto en el consistorio como en el pazo provincial. Sin embargo, a los conservadores tampoco les dan los números para una coalición de gobierno, aún contando con los que renegaron del jacomismo. Encima, para más Inri, Cs es una especie de escisión del PP.

El sudoku de Ourense solo se podrá resolver si en un acto de responsabilidad institucional los partidos del sistema ponen por delante los intereses de la ciudadanía para encontrar una salida consensuada al desgobierno al que parece condenada la tercera ciudad de Galicia. Se requiere mucha generosidad por parte de todos para aparcar las legítimas aspiraciones partidistas y personales (y las rencillas, que también las hay). Es mucho pretender que sean los concejales y los grupos municipales los que resuelvan el entuerto que ellos mismos crearon. Se va a necesitar la implicación activa de las direcciones regionales de sus partidos para pactar una salida sensata y viable. Es muy probable que la solución tenga que venir de arriba y que requiera sacrificar varias piezas del puzzle para no desairar a nadie. Tal vez haya que arrumbar unos cuantos egos, no solo el de Jácome. Es lo que tiene la política local. Que se hace más con la piel que con la cabeza.

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