Opinión

Pero no lo recomiendo

ME GUSTA fumar. Está claro que constituye una de las estupideces más grandes que ha inventado el ser humano y también que supone atentar contra la propia salud, pero contra esta ya atenta cada segundo el paso del tiempo, y de eso no advierten las autoridades sanitarias.

Me gusta fumar sin tragar el humo, de toda la vida. ¿Para qué quiero el humo? Cuando fumaba cigarrillos mis amigos me miraban con desconfianza por hacerlo, o sea por no hacerlo, por no tragar el humo. Les parecía una especie de desertor del riesgo (el cáncer de pulmón era una plaga ya entonces). Y aunque sé que ninguna forma de fumar es inocua, me consuelo pensando que mi cruzada por un organismo libre de humo algo hará para esquivar los males de la nicotina.

Ahora fumo puritos. No me gusta el nombre. Puritos, que me perdonen quienes tenga que hacerlo (seguramente los tiquismiquis de ambos sexos), me parece una denominación poco viril. Suelo pasarme la virilidad por salva sea la parte, pero los nombres son importantes y purito es una mierda de nombre. Pero los puritos se adaptan a mi estilo de fumar: uno puede apagarlo por la mitad y seguir en otro momento. A mi me encanta rematar uno que he apagado sin terminar, aunque a veces me quemo la nariz al encenderlo. De esto tiene más culpa el tamaño de mi nariz que el del purito. Otra ventaja de los puritos es que la gente no te anda pidiendo un pitillo al verte la cajetilla. El fumador de puritos y el de cigarrillos son especies normalmente antagónicas, según indica una afirmación que me acabo de sacar de la manga.

Ahora mismo estoy deseando fumarme uno pero no me quedan. Tendría que salir a comprar y, aunque hay un estanco a cinco minutos, he decidido escribir sobre los puritos en vez de fumármelos. Es importante tener cuatro cosas claras en la vida y muchas veces sólo sabes cuáles son cuando escribes sobre ellas. En todo caso, escribir sobre tabaco hace que entren ganas de fumar, eso lo puedo asegurar.

Fumar relaja de una forma impresionante. Cierto es que solemos fumar en los momentos de relax, con lo cual es fácil confundir el efecto con la causa, pero en todo caso, fumar incrementa la sensación de relax. Lleva el relax a un grado superior, el solaz. Efectivamente: el tabaco se lleva muy bien con vocablos terminados en consonantes, especialmente las últimas consonante del alfabeto. Esto es algo que solo los iniciado sabemos, aunque algunos tal vez lo intuyan. Ya he dicho anteriormente que escribiendo se descubren muchas cosas sobre uno mismo y sobre los temas que le ocupan y preocupan; que un porcentaje de estas cosas sean auténticas estupideces es harina de otro costal.

Otro de los alicientes de este hábito tan denostado es que ofrece al practicante la posibilidad de ocupar las manos con algo. Eso es muy importante: las manos están ahí para algo, no para colgar de los brazos como peces atrapados en un anzuelo, ni para ser guardadas en los bolsillos como si nos avergonzáramos de ellas. El uso y disfrute del tabaco las entretiene en momentos en que resultan un problema y las distrae de tentaciones como usarlas para hurgar en nariz y orejas, para rascarse en todo tipo de partes o para hacer crujir los nudillos. Hay una especie de leyenda urbana que asocia el síndrome de abstinencia con la manufacturación textil de forma compulsiva, pues se dice que hay un porcentaje de fumadores y fumadoras que se pasan a la calceta o el ganchillo tras abandonar el hábito. El que nadie conozca ningún caso, como siempre, no ha impedido la extensión del rumor, más bien lo contrario. En todo caso, quede claro que calcetar o hacer ganchillos resultan mucho más productivas como actividades manuales que el encendido y manejo de cigarrillos y puritos y desde aquí las recomendamos como alternativas infinitamente más saludables. Y ahora sí que me salgo hacia el estanco.

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