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Un aula del colegio de Campolongo. GONZALO GARCÍA
photo_camera Un aula del colegio de Campolongo. GONZALO GARCÍA

ESO DEL PIN parental es la mayor tontería que se ha discutido en España desde que en el siglo XVI, tras la expedición de Magallanes, se dejó de debatir sobre si los habitantes de las antípodas andaban o no con las manos agarrándose al suelo para no caerse y los pies colgando hacia arriba. Lo que pretenden los ultras de Vox, y de momento ya lo han conseguido en Murcia, es que los padres decidan si sus hijos pueden o no acudir a actividades en las que se hable de diversidad, de igualdad o de sexualidad.

Los niños y las niñas no tienen dueños: tienen profesores y padres. Ni unos ni otros deben tener potestad para decidir qué se enseña y qué no. Para eso existen planes educativos que en cada comunidad, país o nación del reino de España son los mismos para todo el alumnado. Es triste que el PP se deje llevar a ese terreno mientras dice ser un partido de centro derecha. En Murcia se vendieron por un voto, el que les faltaba para aprobar los presupuestos.

A ver cómo lo explico para que los paletos ultras lo entiendan. Si yo soy un firme defensor de la teoría terraplanista, no puedo impedir que a mis hijos se les enseñe que la Tierra gira alrededor del Sol. Si soy un gran creyente en las tesis sobre los reptilianos, tampoco debo poder exigir que se les enseñe que la familia real española está formada por una raza de lagartos que se apoderaron del mundo adoptando forma humana. La educación a la carta es una salvajada, y más cuando es educación pública o concertada.

Hay muy mala leche en esto. El propio nombre, pin parental, es el utilizado por plataformas de televisión o en la red para que padres y madres impidan que sus hijos menores puedan acceder a contenidos pornográficos o violentos. Comparar eso con la participación de un menor en una actividad en la que se le eduque para entender la gravedad de la violencia machista, por ejemplo, eso sí es violento y pornográfico.

Parecían felizmente superados los tiempos en que la derecha española se oponía a cada ley que nos fue dando libertades y progreso: el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual. Ese testigo lo recogió Vox y arrastra consigo al PP y a lo que queda de Ciudadanos, que no son conscientes de su verdadera posición de fuerza. ¿Alguien cree realmente que Vox iba a tumbar a un gobierno de derechas en Murcia entregándoselo a comunistas y socialistas por un pin parental?

Si una pareja de imbéciles quiere educar a sus hijos en el racismo, el machismo, la xenofobia o la homofobia, que lo hagan en su casa. Al menos la educación pública servirá como contrapeso y dará a esos pobres niños y niñas hijos de fanáticos la opción de formarse un criterio. Todos los partidos decentes, sean del arco ideológico que sean, deben entender eso, pero jamás ceder ante imposiciones que nos llevan a perder años de madurez como sociedad libre y abierta. Hay cosas que no se entienden. ¿Cómo se le puede enseñar a un niño, por ejemplo, que una persona homosexual o transexual es un engendro de la naturaleza o un enfermo al que hay que curar? ¿En qué carajo de país vivimos?

Lo que más me impresiona es el silencio del PP gallego ante estos temas. El viernes se celebró una cena entre el equipo del PP de Pontevedra y la prensa. Todos los que estábamos allí conocemos uno a uno a cada concejal del PP y sabemos que ni uno sólo de ellos o ellas utilizaría un pin parental para excluir a sus hijos de actividades que fomenten valores tan elementales. Creo que eso se puede hacer extensivo a la inmensa mayoría del PP de Galicia, con Feijóo a la cabeza. Tendrán otras cosas malas, pero no ésta. Pero esas son las cosas que les pueden costar la Xunta. ¿Por que no lo dicen públicamente y toman distancias con el PP de Madrid, que lleva ya demasiado tiempo a remolque de la ultraderecha? No se entiende y menos en un país en el que Vox no tiene ni un miserable concejal. Se impondría un desmarque categórico que ya está tardando en llegar y eso empieza a parecer sospechoso y hasta peligroso, lo siento.

Claro que hay votantes, muchos, que distinguen entre el PP de Feijóo y el de Casado. Pero incluso entre esos votantes puede surgir la sensación de que el silencio de Galiza ante estos y otros desmanes de Vox convierten al PP de Feijóo en cómplice, aunque sea por omisión, de Casado, de Abascal y de Arrimadas. Y luego están los otros, los que opinan que el PP es el mismo PP en Compostela, en Madrid y en Badajoz, el partido que se echa en brazos de los extremistas por un poco de poder.

Casado está atrapado. No sabría, aunque quisiese, escapar de la jaula en la que lo ha encerrado Abascal. Pero Feijóo está a tiempo. Tiene mucho que ganar si lo hace y mucho que perder si no. Y luego está la dignidad de la nación a la que representa, que no quiere saber nada de la ultraderecha y por eso no la vota.

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