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Qué pasaría si fuera otra

DELANTE del sillón, un tocadiscos. Debajo, discos, de antes, de lejos; discos que no pongo. Si pusiera. Al lado, estanterías repletas de libros que leí; de algunos recuerdo el pinzamiento de un nervio, el latido de algo. De otros, apenas nada. Son libros que ya no leo. Si leyera. Después, una ventana. Entran, a través de ella, unos rayos deslumbrantes disfrazados de antihéroe. Desde que se dedican a lanzar melanomas, mi piel se repliega y forma un escudo hecho de grueso tejido, material a prueba de luz. Ya no me da el sol, por tanto. Si me diera. Ahí estoy yo, sentada en ese sillón de piel negra, mirándolo todo. No paro de mirar. Si parara. Continúo la ruta visual y observo a mi izquierda una barandilla de estilo moderno. Líneas simples con algún significado difícil. Estéticamente cumplen la función deseada, nada de ornamentos fútiles para expresar qué. Esas curvas que dan a los espacios el recargamiento de la memoria no sirven para adornar. Sería otra cosa. Si adornaran. Puedo elegir. O bien bajar esa escalera y continuar con la imaginación o bien mantener la vista en el recorrido circular de la primera planta. Para no dejarme engañar por la fantasía. Si me dejara.

Continúo ahí. No me muevo y lo que, sin moverme, abarco, es una inmensidad. A mi izquierda hay muro de piedra. Hay casa vieja vuelta a hacer; roca partida en rectángulos irregulares, colocados de manera que no se note demasiado que hubo manos partiendo, manos puliendo, manos construyendo. Bloques pétreos dispuestos para el olvido. Pero cómo olvidar. Si olvidara. Sobre ellos, algún cuadro marca de la casa. Aunque yo no pinto. Si pintara. A la derecha, otra ventana. En el alféizar, dos plantas que atrapan la totalidad de la luz. Su esplendor es, igualmente, marca de la casa. Yo también, un poco, de jardinería. Pero no soy jardinera. Si lo fuera. Frente a la ventana una mesa camilla, recuerdo de otras mesas camillas en otras casas en las que la vida se hacía allí, a su alrededor. Allí se comía, allí se hablaba, allí se callaba, allí se jugaba a la oca. Había dentro una bombilla de calor que nos hacía querer quedarnos en ese interior, a vivir lo que fuera. Después no seguí siendo niña. Si siguiera. Encima preside una escultura marca de la casa. Es una abstracción. Como el anhelo de saber dónde está la belleza. Aunque me gustan los palitos y las piececitas de toda condición, así como el ensamblaje de cosas que quizá nunca fueron juntas, yo no esculpo. Si esculpiera.

Rodeando la mesa camilla dos sillones más, para leer. Leer —también, también— marca de la casa. Contra la pared, de suelo a techo, de un lado al otro, una estantería blanca. Con libros. Desde mi posición, acierto a ver la totalidad del mueble. Bien pudiera haber sido otra cosa. O nada. Pared lisa, limpia, sin significado. Yo no sé no leer. Si supiera.

Cruzando el umbral de papel hay un pequeño pasillo que se abre a izquierda y derecha a dos habitaciones. La de la izquierda es la mía. No puedo verla desde donde estoy, pero la conozco. De techo abovedado, con vigas de madera sobre las que hay frases escritas a la manera del estudio de Montaigne, allí, en su castillo francés. Sé que me inspiran algo pero no sé qué. Tal vez un día lo descubra. Tal vez, un día, me encuentre escribiendo ensayos o habitando en el siglo XVI. Siempre hay un fantasma en nosotros reclamando salir. Si saliera.

Volviendo atrás, de nuevo en la habitación de partida, llego al final del camino visual. Mis ojos se detienen en el gran ventanal desde el que se contempla un paisaje magnífico. Horizonte —espíritu— gallego. Si es que eso es algo que pueda existir. Si no existiera. Para cambiar de perspectiva, quizá, si me lo propongo, sería capaz de sentarme en el sofá de enfrente sin levantarme del asiento en el que estoy. Sería entonces la ocasión perfecta para mirarme a mí misma. Si me mirara.

¿Qué vería? ¿Qué sería? ¿Qué pensaría? ¿Qué lograría? ¿Qué ocurriría? No se sabe con certeza. No se sabe en absoluto. O se sabe demasiado porque no es la primera vez que me duplico y me voy, obediente, a sentar delante de mí a aprenderme. Y si no aprendiera.

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