Blog | Permanezcan borrachos

Qué vamos a hacer ahora

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NO SABER QUÉ hacer con tu vida representa una vieja inquietud. Quizá parezca apremiante, pero en el fondo solo es divertida. Naturalmente, te turba, pero te llega en un momento —tal vez en la adolescencia, y desde entonces nunca deja de llegar— en el que ya sabes apañártelas para no pensar en las cosas que de verdad te preocupan. Se te olvida con los días, incluso con los minutos. Nuestro cerebro selecciona, como los niños que señalan a las cosas con el dedo, y aparta, como un limpiaparabrisas. En ocasiones posee el poder de volver invisibles las aflicciones, al menos durante un tiempo. Por otra parte, la vida no es un objeto, algo material, sino más bien un escenario, así que sin darte cuenta dejas de preguntarte por ella, por el sentido que hay que darle, y te limitas a vivirla. Es un juego serio. Pero un juego. Pero serio. Al final es posible que tú no hagas nada con ella; te hace ella a ti.


El día que alguien te preguntaba por tercera o cuarta vez qué querías ser en la vida, lo observabas con una ingenua superioridad y respondías con toda tu vocación: "Yo no quiero ser nada". Para qué había que ser algo. Desconocer por dónde guiar tu vida parecía una misión de la edad. Significaba que ibas por el buen camino. Quizá la próxima vez que te lo planteases ya hubieses hecho algo interesante con ella, seguramente sin preverlo. La falta de planes mantenía tu fe en el futuro, y en que para entonces pasarían cosas buenas. Quién sabe si una planificación llevada al extremo no fue la razón del desastre en el que ahora estamos inmersos. Recuerdo cuando incluso salías de casa sin un propósito, a ver qué pasaba, en uno de esos actos en los que la vida se demostraba causal, inopinada y fulminante. Ahora siempre vas a un sitio expresamente. Nos acostumbramos a la idea de que no podemos perder el tiempo. No sé si es más ingenuo eso, o salir de casa para nada en concreto, por jugar precisamente con las horas, pero sin descartar nada y al final acabar por hacer algo maravilloso. Creíamos en la aventura, sin calcular siquiera que algo era una aventura.

Y así, de improviso, se suben al Renault 8 y la vida inesperada se abre paso con naturalidad

Me reencontré de nuevo con la vida impensada hace unos días, leyendo la nueva novela de Xosé Cid Cabido (Vigo, 1959). Me acerqué a la librería, como casi siempre, por hacer algo. Me puse a husmear. No buscaba nada en particular, pero lo encontré. Al poco de empezar a leer el libro, descubrí al protagonista dentro de su Renault-8, a las nueve de la noche, mientras observa la lluvia por el parabrisas y escucha en la radio a Lou Reed, sin saber qué más hacer. Cuando se decide a entrar en un bar, el Southfork, se tropieza con un viejo conocido. Entre los dos, no tienen más que cincuenta pesetas en el bolsillo, lo justo para tomar dos copas y echar una partida al billar. Es 1984. "Nosotros no jugábamos al billar. Lo usábamos como pretexto para agachar la cabeza, mover las copas y los cigarros de sitio, y de paso mantener una animada conversación", dice. Apenas comienza la partida, le comunica a su amigo su intención de salir de viaje esa misma noche. "¿De viaje? ¿Adónde?", pregunta el compañero, que de un tacazo manda la bola blanca fuera de la mesa. "Yo qué sé… Por ejemplo, nunca ha estado en París". Y así, de improviso, se suben al Renault 8 y la vida inesperada se abre paso con naturalidad.


A veces puedes sentir que el mundo se divide entre quienes planifican y quienes improvisan continuamente. Los primeros hacen las cosas por un motivo, van a los sitios por una razón, se encuentran con otras personas porque las citan. Les cuesta enfrentar lo desconocido. Saben siempre qué hacer con su vida. Frente ellos hay quienes necesitan inventarse una salida a cada minuto. No van directos hacia las cosas, prefieren chocar de casualidad con ellas, como a la vuelta de una esquina. No desean tener ni una remota idea de qué va a ser de ellos más allá de las dos horas siguientes. Ni saben ni quieren saber qué harán en el futuro, simplemente van hacia él, y plaf: de pronto la vida.

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