Rafa contra todos

Rafa Domínguez, en el Teatro Principal durante el acto de su presentación como candidato del PP a la Alcaldía de Pontevedra. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Rafa Domínguez, en el Teatro Principal durante el acto de su presentación como candidato del PP a la Alcaldía de Pontevedra. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

PONTEVEDRA es una ciudad tan señera, tan distinta a todas las demás, que para intentar poner fin al reinado de Mourinho ha decidido el PP local apostar por su Guardiola particular: el mundo al revés. Alguna anomalía debió intuir Alfonso Rueda en todo esto pues, aprovechando su intervención en el acto de presentación del nuevo candidato a la alcaldía, dijo no recordar si Rafa Domínguez era merengue o culé, sembrando una duda tan razonable como terapéutica. Fue, la suya, toda una demostración de buena colocación y reflejos que sirvió para desactivar el desasosiego provocado por los primeros acordes de Viva la vida en el abarrotado Teatro Principal. Y es que, como dice un buen amigo mío, “a los barcelonistas se os puede perdonar que os creáis los inventores del buen fútbol pero nunca la apropiación gratuita del gran himno de Coldplay”.

La elección de un culé confeso como Rafa Domínguez para disputarle la alcaldía a Lores podría ser entendida como el fin de una era, el agotamiento de un modelo que ya solo parece funcionar en el Real Madrid y en el PDeCAT: bombear candidatos al área y esperar a que un cabezazo milagroso, o una mano amiga, introduzca al señalado dentro de la portería. Como buen médico -parece que lo es, a tenor de la opinión recabada entre algunos colegas suyos de profesión- Domínguez representa la entrega al método por encima de la improvisación, familiarizado por defecto profesional con una doctrina que emparenta el ejercicio de la medicina con la visión más racional de la política: diagnóstico y tratamiento, justo lo contrario de lo que suele estilarse entre buena parte de los servidores públicos. En el nuevo candidato popular, en definitiva, parecen confluir un buen número de las virtudes que cabría exigir a un perfecto alcalde pero, para su desgracia, todavía le queda una gran incógnita por despejar, acaso la más importante: la del voto.

Desbancar a King Lores, el alquimista de Ciudad Maravilla, se antoja una misión imposible incluso para un candidato tan preparado y bien valorado como Domínguez. Su chance pasaría por una hecatombe de proporciones bíblicas y el colapso total del imperio lerezano, posibilidades tan remotas como que Miguel Anxo sucumba a un brote del mourinhismo más psicótico y comience a meter el dedo en el ojo a cualquiera que asome la jeta por Michelena, 30. Lo que sí puede hacer Rafa es recuperar parte del terreno perdido, devolver a su grupo un cierto esplendor en el salón de plenos, restañar el orgullo marchitado del militante conservador y tratar de asentar unos cimientos sólidos que lo catapulten hacia una hipotética y futura victoria.

Desbancar a King Lores se antoja una misión imposible

No discutir un modelo de ciudad que llena de orgullo a sus habitantes parece un primer paso en la dirección correcta. Afear la propuesta de Pablo Casado para involucionar hasta 1985 en materia de derechos tan consolidados como el aborto, un excelente segundo movimiento. Le queda por delante un largo camino en el que deberá convencer al votante de que tiene un plan realista para Pontevedra, un proyecto claro e ilusionante que mejore lo afianzado y se aparte del negacionismo pueril o la pulsión faraónica de algunos antecesores. Habrá caminado un largo trecho si sabe ser paciente, rodearse de un buen equipo y recordar una de las grandes advertencias de Johan Cruyff a su pupilo predilecto, Pep Guardiola: “nunca hables tonterías”. Para su desgracia, con la llegada del nuevo orden nacional parecen formarse largas colas en Génova 13 para decirlas. Y ahí reside, precisamente, la segunda parte del reto aceptado por Rafa: pelear también contra los suyos.

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