Rescoldos de África

Roni vende agogôs y Jonatas practica la capoeira. Por Salvador de Bahía caminan los descendientes de los esclavos

Dos niños en una favela. FERNANDO SALGADO
photo_camera Dos niños en una favela. FERNANDO SALGADO

Roni vende agogôs, berimbaus, pandeiros, atabaques y cuicas. Su puesto está situado cerca de la entrada principal del Mercado Modelo. Es un lugar de 8.410 metros cuadrados al que acuden la mayor parte de los turistas que visitan Salvador de Bahía y está asentado sobre una red de catacumbas donde eran hacinados miles de africanos convertidos en esclavos. Por las venas de Roni corre la sangre de aquella negritud.

En un quiosco cuelgan publicaciones de pequeño formato y reducido número de páginas. Son ejemplares de la Literatura de Cordel, romances en verso de corte popular que denuncian la masacre de los trabajadores agrícolas de Caldeirão o el asesinato de Chico Mendes por haberse opuesto a la devastación de la Amazonia.

El Elevador Lacerda permite ascender los 75 metros que separan una superficie situada al nivel del mar de O Pelourinho, donde Zumbi dos Palmares está en posición de alerta sobre un pedestal. Porta una lanza y parece un pájaro silvestre en permanente vigía. Fue el líder de la resistencia negra y murió combatiendo contra la tiranía de la corona portuguesa hace más de tres siglos.

Edelson queda atrapado bajo los escombros de su casa cuando quiere liberar a un pájaro

Santo Antônio es la morada de Boca Rica, el último alumno del Mestre Pastinha, el divulgador de la capoeira de Angola, una danza ritual y una disciplina de lucha practicada en los quilombos de los esclavos que lograron liberarse del yugo. Jonatas Amorim es el guía del viajero. La camiseta del Barcelona CF, que vestía cuando se encontraron, fue el punto de partida de la conversación. Es un capoeirista que realiza demostraciones en el Largo Terreiro de Jesús. Tiene 31 años, no bebe alcohol, no fuma y cree en la vida eterna.

Hay iglesias suntuosas y recubiertas de pan de oro en las que se funden el catolicismo con el sincretismo y las reminiscencias africanas. En la de Bomfim cuelgan del techo los exvotos de cera como murciélagos amarillentos. Hay lugares en los que el culto se realiza sobre atriles de metacrilato y otros en los que tienen como escenarios locales desnudos en edificios mugrientos cuyas paredes tiñe la humedad.

Acompañado por Jonatas Amorim, el viajero se dirige a Largo Pelourinho, 7, donde el profesor Macambira tiene instalada su academia de percusión. Tiene 33 años, y durante siete impartió clases en Italia, Holanda, Bélgica, Austria, Dinamarca, Rusia y España. Denuncia que los profesores están mal pagados, la droga causa estragos, la corrupción policial es una constante, los niños crecen en la calle con un arma y O Pelourinho es una pantalla para los turistas, que cuando cae la noche se convierte en un lugar nada recomendable. Una llamada interrumpe la conversación. Es de una muchacha canadiense que saluda en portugués y aprovecha sus vacaciones para continuar con las clases iniciadas el verano anterior.

Por la Rúa Gregorio Mattos una de tantas calles empinadas y adoquinadas, a cuyos lados se levantan casas de colores vivos y de estilo colonial, camina Edmundo Oliveira Santos.

Corre el año 2010, es un artista callejero que dice sentirse satisfecho porque, con Lula da Silva en la presidencia, las cosas están cambiando para los más humildes y podrá ponerse una dentadura postiza.

El viajero se acuerda de las palabras de Macambira cuando un grupo de meninos da rúa trata de subir al autobús que hace el recorrido Itapuã-Barra-Ondina. El conductor bloquea la apertura de las puertas, evitando el asalto.

Resignados, abandonan con la convicción de que tendrán éxito en otro intento y de que nadie preguntará por ellos si acaban en una comisaría. Entre enero y julio fueron 736 los asesinatos cometidos por grupos de exterminio. Mulatos, negros e indocumentados, sus víctimas.

En la tercera planta de unos almacenes hay pulseras que cuestan 16.720 reales y crucifijos de 9.800. Al otro lado de la avenida, bajo un paso elevado, un grupo de negros beben cerveza y charlan en torno a una hoguera. Anochece. Bob Marley invita a regresar a África y una mujer vende acarajés a real y medio. Allí comienza el universo de las favelas.

ggrf 363Tai y Evelin, dos adolescentes, viven con sus hermanos, de tres y cinco años, y la madre de todos ellos. Una cortina sirve de pared entre la cocina y la habitación. El agua cae por los huecos del techo. Comen arroz con pollo. Una mesa, un sofá de tres plazas, tres sillas y un televisor componen el equipamiento. En el exterior se amontonan fragmentos de mármol. De una alcantarilla brota un líquido de color gris verdoso.

Llegamos al Mercado de São Joaquim. Un gato mira la cabeza de una vaca. Revolotean las moscas sobre la carne que se muestra en estructuras de madera bajo las que duermen los vendedores. Por sus callejuelas sombrías y de tierra circula un fluido oscuro.

Edelson José dos Santos estaba acompañado por Graciliano dos Santos cuando se sobresaltaron por el sonido de un estallido. El edificio donde se encontraban, en la Rúa Dois de Fevreiro, se vino abajo y ambos lograron ponerse a salvo.

Edelson regresó, y cuando quiso salir no pudo porque una viga lo atrapó por las piernas. Cuando los servicios de emergencia lograron alcanzar el lugar donde se encontraba habían transcurrido cuatro horas, y no estaba solo.

Su compañía era un pájaro Passo-Passo, al que había liberado de su jaula y no quiso abandonar a quien se jugó la vida por salvarlo. El viajero se encontró con esta noticia en un rincón de una página del 'Correio', y pensó que si tuviese la potestad de decidir, la publicaría a cinco columnas y en la portada.

Comentarios