Opinión

Resistencia

Nicaragua sigue desangrándose. La hemorragia de detenciones arbitrarías y encarcelamientos, sumado a un número indeterminado de desaparecidos, no cesa. Una situación que lleva a miles de personas a abandonar un país que añora el pasado revolucionario de Sandino.

El actual gobierno de Daniel Ortega, quien se ha mudado a un régimen totalitario, sigue apretando las tuercas a su pueblo mientras éste le exige que deponga el poder y convoque unas elecciones. La gran incógnita pasa por saber si todavía queda alguna clave que aboque al presidente nicaragüense a cumplir con la reivindicación de su gente.

Por lo pronto, los apoyos externos se van diluyendo. En los últimos tiempos, las fuerzas políticas de izquierdas, en Latinoamérica, han perdido por el camino su discurso, credibilidad y, sobre todo, posicionamiento en diferentes instituciones. Solo cabe observar la soledad en la que vive Ortega en la región de Centroamérica. Apenas queda nada de aquella idílica revolución sandinista o bolivariana, de los profundos cambios sociales en un Ecuador diverso o de los grandes benefícios que produjo la gestión de Evo Morales en Bolivia para las comunidades indígenas (Ahora, presidente depuesto).

La democracia ha barrido a una gran parte de estos referentes. Otros se encuentran en franca decadencia. En una agonía evitable. En el ocaso de su carrera política. Un punto en el que también está situado el presidente de Nicaragua, y todo su entorno a pesar de su negativa a reconocer que las cosas tienen un principio y un final. Algo básico y fundamental, en política, en especial cuando la silla en la que se sienta uno o una es la de un cargo prestado por el resultado de las urnas.

Los últimos meses y años en Nicaragua están siendo de plomo. De una aleación insoportable. El sufrimiento es máximo y el diálogo mínimo. Y cada día que pasa se enquista un poco más el conflicto mientras el pueblo sigue padeciendo un incremento de la pobreza a muchos niveles. Entre ellos, el de los derechos y libertades; dos conceptos básicos de convivencia que la realidad actual ha encerrado en el cajón de las utopías. Ante esto, no son pocos los que han decidido escapar de su propia realidad y huir, buscando un escenario más propicio para las oportunidades y recuperar así la vida en un entorno más seguro. Se les conoce como desplazados y ya se cuentan por miles. Otra de esas crisis humanitarias a la que no se le presta la debida atención por países con llave en mano para abrir la puerta de la libertad a los nicaragüenses. No se hace porque los recursos y la riqueza existente no engordarían la cuenta de resultados de una multinacional.

Y mientras se impone la inacción o la pasividad internacional sigue creciendo el grosor de las cifras de personas que ya viven refugiadas en la emigración. Que se encuentran a la espera de que un día las circunstancias cambien, implorando cada noche poder regresar y rencontrarse con los suyos. Aferradas a la tenue luz de la esperanza al mismo tiempo que perfeccionan su capacidad de resistencia.

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