Opinión

Reuniones de vecinos

LAS REUNIONES DE vecinos, en España, son una forma que tiene la vida de revelarnos casi todo en el reducido espacio de un portal. Todo lo que podemos aprender sobre la existencia humana está ahí. Una sola reunión de la junta de vecinos equivale a tres masters en Sociología, cuatro grados en Psicología y siete licenciaturas en Antropología. Todo concentrado en un par de horas o tres, porque las reuniones de las que emana sabiduría, a borbotones, son las que se alargan y acaban con los vecinos boqueando y arrimándose a la pared para tenerse en pie, el administrador mesándose los cabellos y los puntos del orden del día convertidos en cimas del Everest.

Cuando paseas por una calle y observas gente congregada en un portal, como masones a los que hubiesen echado de casa, y puedes oir las voces pese a que el portal está cerrado, y ves rostros entre crispados y melancólicos: ahí tienes una escuela de la conducta humana, una oportunidad para cartografiar sus mezquindades. Y la vileza, y la ordinariez, y... bueno, a veces también se arreglan cosas en las juntas. Las cuentas pendientes.

En Galicia acudimos a las convocatorias con desconfianza, como si fuésemos gallegos, y la mayoría incluso lo somos. No nos fiamos de lo que pueda salir de ahí. No nos fiamos del vecino, ni de su cónyuge. No nos fiamos del administrador, si lo hubiere. No nos fiamos por principio y por si acaso.

Se aprueba el acta de la junta anterior con desgana, como se saca el paraguas cuando empieza a llover. Los primeros puntos se pasan de puntillas, las espadas están en alto, va a llegar el apartado polémico, la decisión que genera discordias, el cabo de Hornos, el ángel de la muerte, el lago de fuego... entonce salta el más inquieto, sin alzar la mano ni leches, diciendo que eso no es así, que es asá. Y luego otro vocifera que sí, que es asá. Un tercero, a voz en cuello, asegura a los cuatro vientos que asá y no se hable más. Tras un silencio de película del oeste a la hora del duelo, otro vecino o vecina interviene para informar a la concurrencia, con voz de lumbre en reguero de póvora, que nada de eso, que es así y así es. Balbordo, barullo, estruendo, debacle, hecatombe. La reunión revienta por los aires con gritos cruzados, insidias, puñaladas verbales, insultos velados, miserias desveladas. La administradora o el administrador intenta inutilmente apaciguar los ánimos, pero los ánimos no los apaga una regadera de la señorita Pepis. Los gallegos somos difíciles de cabrear, pero una vez logrado, somos de los que más embestimos.

El resto de la reunión es un puro desatino. Los heridos se retiran a sus trincheras y es posible discernir un invisible cuchillo en cada mano alzada para zanjar con votaciones los desacuerdos. Aparece la sorna y la retranca, esgrimidas como misiles tierra-aire, para mantener en pie la dignidad ante la derrota democrática. Los vencedores contraatacan con sonrisas de satisfacción, guiños a sus secuaces, inflamientos de pecho. La administración suda tinta china, tinta de calamar, chocos en su tinta.

Para cuando la reunión finaliza, la facción que ha sido derrotada recoge su verguenza y se la lleva de vuelta a casa masticando la venganza. Los vencedores se quedan a celebrar en un corrillo su fortuna y a darle ánimos al administrador o administradora, que mira su reloj con horror y recoge papeles mientras maldice la hora en que se metió en este oficio y la hora que es.

Otro día, con un poco más de tiempo, haremos inventario de los especímenes vecinales que encontramos en las juntas, de las estratagemas típicas para convencer a los demás de que opten por la opción que más nos interesa y del proceso de deliberación y decantación de voluntades.

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