Opinión

Seis inviernos

EL PASO del tiempo, por norma, solemos contarlo a base de sumar años, a pesar de que algunos y algunas se empeñen en abonarse a la resta para residir una supuesta eterna juventud. Uno de esos imposibles biológicos que nunca acabamos de asimilar. Paralelamente, con el ánimo de ser un poco más originales o poco convencionales, de vez en cuando, recurrimos a una hermosa ecuación para celebrar que el contador vital se incrementa una cifra más. Una apreciada fórmula heredada de padres y madres a hijos. Algo que hemos escuchado mientras tratábamos de escalar unos metros el árbol de la vida. Contar a base del número de primaveras siempre ha sido una alternativa intergeneracional muy socorrida. Una de esas fórmulas que nunca falla. Pero, desde hace unos días, ese rito se ha desmoronado como castillo de naipes ante un frío baño de realidad. Al margen de que quienes tienen delegada la misión de gobernar e insisten en certificar la defunción de la crisis económica hay familias que concatenan seis inviernos sin poder encender una estufa en casa. En el popular barrio de Zalaeta, en A Coruña, la historia de un matrimonio deja gélido las emociones de cualquiera. En este caso, el número de primaveras acumuladas (55) ha jugado en su contra. Haber traspasado el umbral de una determinada edad, en el que a uno lo envían al vertedero de profesionales oxidados o inservibles, pasó factura. El paro crónico, a medida que transcurrieron los meses, se hizo más fuerte. El perfil nunca da en las entrevistas de trabajo. Llevan desde el año 2013 tratando de acceder a un mercado laboral insolidario con los mayores de 35. De momento, resisten con una prestación social de 522 euros. Y, de esa cantidad 300, se va a parar en el alquiler de la vivienda y 160 en un préstamo bancario. A partir de ahí, se pone en marcha una especie de plan de emergencia económica para poder desayunar, comer y cenar cada día. En muchas ocasiones el proyecto de Cocina Económica de la ONG Cáritas ha logrado apaciguar al estómago cuando aprieta. La falta de recursos también pone límites en un posible gasto extra en la factura de luz. Todo está calculado a la hora de poner la lavadora, encender las luces o ver un rato de televisión. En estas fechas de bajas temperaturas, la calefacción se considera un lujo inalcanzable. Forma parte de la decoración de un piso en el que ya no se sabe si funciona o no por la falta de uso. Pero, al conocer este retrato humano asociado a la pobreza, los zarpazos sentimentales se suceden: el más despiadado cuando escuchas que en la familia además hay nietos pequeños. Y, ella, la abuela, reconoce que cuando le vienen a visitar solo desea que se vayan al colegio porque “allí no pasarán frío”. En breve, llegará el cambio de estación: la primavera sucederá al invierno. Y el sexto dará paso a un séptimo, a no ser que el calor de la justicia social reaparezca en ese humilde hogar. ¡Esperanza!