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Sindicalismo prenatal

Imagen de la protesta de los trabajadores de Ence, ante el mitin del BNG, el pasado viernes. GONZALO GARCÍA
photo_camera Imagen de la protesta de los trabajadores de Ence, ante el mitin del BNG, el pasado viernes. GONZALO GARCÍA

HABÍA quedado con una amiga en la Taberna Zentola y me encontré con un pequeño Vietnam a las puertas del Teatro Principal: "Lores, escoita. Ence está en loita", gritaba una pequeña multitud embutida en chalecos de color verde. Mi primera reacción fue llamar al periódico y preguntar si el alcalde había sucumbido a las famosas puertas giratorias y formaba parte, para mi sorpresa, del nuevo consejo de administración de la pastera. La respuesta fue negativa, y ahí comencé yo a preguntarme qué se me estaba escapando en toda esta historia para que los empleados se manifiesten por la defensa de sus puestos de trabajo ante un mitin político y no frente a las puertas de la empresa.

"No entiendo el sindicalismo moderno", le dije a Carmen nada más sentarme. Ella, que está visiblemente embarazada, me miró como se mira a las especies en vías de extinción o a los viejecitos con demencia senil, con esa mezcla de ternura y unas gotas de lástima. "¿Está lloviendo y vienes con gafas de sol?", me preguntó acariciándose la barriguita. Ahí me di cuenta de que optar por el complemento equivocado no era el quid de la cuestión y, no sin temor, me animé a preguntar si estaba embarazada. Por suerte, como ya he dicho, así era. Me acordé de Juan Tallón en aquel concierto de Patti Smith, acariciándole la barriga a una vieja amiga mientras la felicitaba por su nuevo estado, que resultó ser el de mujer cabreada, no el de futura madre. Hay cuestiones que las carga el diablo y la de adivinar embarazos es una de ellas.

Allí estábamos, poniéndonos al día sobre la vida, cuando escuchamos el típico ruido del tumulto serio, del tumulto mal. Desde la ventana vimos un megáfono que volaba, flashes que se disparaban y a la policía tratando de contener a la marea verde en uno de los laterales del edificio. "Salgo a fumar y, de paso, pregunto qué ha pasado", le dije a Carmen. "Ponte las gafas de sol", me aconsejó ella. "Mejor que te tomen por turista que por periodista". Sabio consejo, sin duda: el primer manifestante al que abordé trató de explicarme la trifulca con acento neutro, que es como se explican las cosas a los de fuera. "Tranquilo, soy de Campelo", le expliqué. "Buah, una bulla que flipas", se relajó. Al parecer, alguien del equipo de comunicación del Concello había sacado el dedo corazón a pasear y algunos trabajadores, que ya venían calientes de casa, reaccionaron de la peor manera. «No sé yo si esa provocación justifica un intento de agresión», pensé. De regreso a la Zentola, donde Carmen esperaba comiendo empanada para dos, me pareció que nada justifica la violencia pero también que es muy fácil juzgar a los demás desde la distancia, qué sé yo.

"¿No te molestas el olor a pólvora?", le pregunté a Carmen. Cada pocos minutos explotaba un petardo y la taberna empezaba a oler como la Colina de la Hamburguesa. "El único olor que me produce náuseas es el de la ropa al salir de la secadora", dijo. El drama del asunto residía en que el electrodoméstico fue comprado al poco de caer ella embaraza –me gusta lo de caer embarazada, dota de cierto dramatismo al sistema de perpetuación de la especie- y su novio, Juan, empezaba a sospechar que el niño les iba a salir carísimo. Y así, frente a ella, admirando lo guapa que estaba con su nueva vida, vimos cómo se abrían los cielos y a Lores saliendo del Teatro, casi como un recién nacido. Los manifestantes ya se habían ido y Carmen se quedó mirando al alcalde con cara de susto. "Juan pesó cinco kilos al nacer, espero que este no llegue a tanto". Seguramente se refería al niño pero yo no pude quitarle ojo al líder del BNG, que bajó las escaleras de dos zancadas y agitó un panfleto saludando a alguien desde la distancia. "Mira, un sonajero", pensé yo mientras me guardaba las gafas de sol en la chaqueta y pedía la cuenta. "La pagó un chico de chaleco verde", sonrió la camarera: bendito sindicalismo, aunque yo no lo entienda.

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