Opinión

Sobre padres e hijos

LA SIEMPRE controvertida ministra de Educación, Isabel Celaá, vuelve a la carga y en su línea habitual afirma que "No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres". En sentido literal tiene razón en que los hijos no son propiedad de los padres, ni que están al margen de la protección de derechos elementales que garantiza el Estado. Pero es evidente que ella no se refería a esa perogrullada, sino a quien corresponde tomar decisiones por los niños, menores de edad se sobreentiende, porque imagino que tendrá una idea, aunque sea aproximada, de lo que es un niño, y de que si uno de diez años puede tomar pocas decisiones por su cuenta, uno de seis ninguna.

Así las cosas, si no son de los padres, ¿de quién son? Celaá afirmaría sin duda que del Estado naturalmente, aunque la suya no sea una idea original. Rousseau era de la misma opinión, y no en vano se deshizo de sus cinco hijos dejándolos en la inclusa para que fuesen educados por la República. También era dogma en los regímenes comunistas, donde incluso se les animaba a denunciar las "desviaciones ideológicas" de sus padres. Pero el Estado no deja de ser una ficción jurídica y una estructura político-administrativa, incapaz de tomar por sí mismo otras decisiones que las que adopte el Gobierno.

Creo que aún somos mayoría los que pensamos que los hijos son de los padres y no del Estado, pero probablemente son también mayoría los que no son conscientes de los ataques constantes que sufre la institución familiar y su soberanía. No se trata de una mera especulación, ya que en cada vez más países occidentales se está convirtiendo a los padres en meros delegados del Estado, a los que sólo se tiene en consideración mientras no se aparten de la ideología oficial. Los abanderados de estas políticas son muy conscientes de que el modo más eficaz de inculcar una ideología es educar a toda una generación desde la infancia, minimizando al máximo las influencias contrarias que se puedan dar en el seno de la familia. Este comportamiento intrusivo es defendido ya en público y sin tapujos.

La diferencia que existe entre la autoridad del Estado y la de la familia especialmente en lo referente al cuidado y educación de los hijos, es que la de esta última surge de forma natural y no por elección, y se rige por un tipo de relación más íntima y comprensiva, donde poco a poco los padres dejarán a sus hijos tomar decisiones para que se autodirijan hacia su propio bien. En cualquier caso, parece de sentido común, que de igual modo que los padres tienen derecho a decidir si sus hijos participan en una excursión, también puedan elegir si asistirán o no a una conferencia. Ahora bien, sólo si se trata de actividades extraescolares, no curriculares.

Tener hijos hoy es una heroicidad y un sacrificio de tiempo, dinero, independencia y energía. Pero bien, así las cosas y siguiendo con el argumento de la ministra me encantaría saber qué negociado público se va a encargar de dar de comer a nuestros hijos, mecerles por las noches, aguantar sus lloros y consolarles cuando se caen, escucharles y responder sus preguntas, pasar noches en vela porque están enfermos o porque asoman los primeros dientes, y cien cosas más. Porque todo eso es ser padres. Y, de paso, que aprendan a traerlos al mundo, porque dudo que alguien esté dispuesto a tenerlos para cederlos a políticos burócratas que les enseñen todo lo contrario de lo que les dicen sus padres en casa.