El sol y las altas temperaturas ‘vacían’ Pontevedra

La festividad de San Benito y el éxodo hacía las playas de las Rías Baixas dejan libre los aparcamientos del centro urbano
Plaza da Ferrería. DAVID FREIRE
photo_camera La Plaza da Ferrería, vacía en las primeras horas de la tarde. DAVID FREIRE

Parece atrevido decirlo, pero en días como los de este sábado, y sobre todo en las horas centrales del día, Pontevedra simuló volver a vivir el confinamiento. La festividad de San Benito unida a los más de 35 grados que se alcanzaron en la costa de las Rías Baixas, dejaron el corazón de la Boa Vila prácticamente desierto. Solo unos pocos se atrevieron a salir buscando las tímidas brisas que, por momentos, aliviaron el aliento de quienes osaron retar al sol. El oasis, dentro del desierto que simulaba ser la ciudad del Lérez, se encontró, precisamente, en el torrente de aguas que baña la playa fluvial pontevedresa.

Fue como un sueño, porque muy pocas veces ocurre. Aparcar, una tarea que cualquier pontevedrés sabe que se presume especialmente difícil en la ciudad, resultó pan comido. Y es que, los pocos pontevedreses que tuvieron que trabajar el festivo, empezaron, sin duda, la jornada laboral con una sonrisa "al aparcar más cerca que nunca del trabajo". Así, además de algunos currantes, durante las primeras horas de la mañana, cuando el calor todavía no era asfixiante, era frecuente cruzarse con deportistas entrenando por las calles empedradas de la Boa Vila. Especialmente, fueron numerosos los ciclistas que se aventuraron a pedalear frente al calor, algunos "como afición" y otros "para contrarrestar los excesos del confinamiento".

Cuando el reloj de la Peregrina tocó las doce, la ciudad comenzó a desperezarse. Un recorrido por la zona de tapeo del casco histórico dejó claro que los pontevedreses, y algún que otro turista, no quisieron perderse el tradicional vermú. Los vecinos de la Boa Vila buscaron las sombrillas de las cafeterías para cobijarse, y cafeterías como el Savoy o el Caravela llevaron la "media terraza" que colocaron. Pero si uno de los establecimientos destacó en bullicio de voces y risas, fue, indudablemente, la novedosa pastelería portuguesa Natas D’Ouro, de reciente apertura en la calle Peregrina.

El hambre comenzó a apretar en torno a las dos de la tarde y, en la Plaza de la Verdura y de la Leña, ya pudieron verse los primeros comensales. Al resguardo del sol en los soportales de ambas plazas y, por fin, sin la agobiante mascarilla, la gastronomía gallega fue centro de los deseos culinarios de los clientes. El pulpo y el marisco, los platos estrella. También los más jóvenes, los adolescentes, que ya disfrutan de las vacaciones de verano, salieron con sus amigos camino, en su mayoría, a la Illa das Esculturas, "para tomar unos bocadillos a la sombra de algún árbol".

Ya por la tarde, los más pequeños, sacaron sus juguetes a las calles. Triciclos, patines y balones, pudieron verse en la explanada de Montero Ríos, justo cuando el sol se escondió detrás de los edificios de la Diputación y del IES ValleInclán. Los más mayores, provistos de boinas o abanicos, también plantaron cara al excesivo calor y ocuparon bancos de calles y plazas con sus tertulias.

La playa fluvial, paraíso en la ciudad
Aunque la afluencia fue escasa por la mañana, en las primeras horas de la tarde el arenal comenzó a cobrar vida. Aprovechando "la cercanía al monasterio de San Salvador de Lérez" o "la comodidad de no tener que coger el coche", varias decenas de pontevedreses eligieron la playa del Lérez para refrescarse.

En los merenderos, una agrupación de gaiteiros puso la nota musical, y un puesto de helados y barquillos, hizo las delicias de los que allí estuvieron. Y es que ojalá todos los confinamientos fueran así: en la playa y al rico helado.

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