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Superioridad sentimental

A los periodistas locales se les exige que lo hagan bien y una especie de plus turístico

NO SÉ SI ES que a menudo nos falla la fe, la razón o la memoria, pero los periodistas, como un novio inseguro, precisamos de vez cuando que nos digan que nos necesitan. Spotlight lo hace y, además, sin jalearnos, las cosas claritas: qué falta haces, siempre que lo hagas bien; pero dañas, por acción u omisión, cuando te equivocas.

La película -la historia de cómo el equipo de investigación del Boston Globe destapa los reiterados abusos sexuales de sacerdotes a decenas de niños, generación tras generación, y la fórmula que usaba la Iglesia para ocultarlo- es, simultáneamente, ciencia ficción y una realidad cercana. No conozco ningún periódico español que tenga un equipo de investigación como el de Spotlight, que puede trabajar hasta un año en una sola historia, cavando y cavando, hasta tenerla segura y completa, capaz de ofrecer la visión panorámica que se merece quién esté dispuesto a saber hasta las últimas consecuencias. Pero todo lo demás es de allí y es de aquí también. Como me ocurre casi siempre, lo que más me gusta es esa trastienda, lo que le late por detrás, que es tanto y muy familiar.

Primero, la dificultad para superar las inercias. Ninguno de los periodistas del equipo se ha planteado que pudiera levantarse el secreto sobre una investigación a uno de los curas pederastas y tiene que ser un director nuevo, foráneo, el que les anime a intentarlo. Cuántas veces ocurre que se obvian las preguntas evidentes por costumbre, por eso de “aquí las cosas siempre se han hecho así” que resulta tan paralizante.

Hay quien intenta colocar a los periodistas teorías de la conspiración

Segundo, los prejuicios, en general y, muy especialmente, ante algunas fuentes. Una de las cosas más asombrosas del periodismo es la posibilidad de dar voz a aquellos a los que no se escucha. Ni internet ha cambiado eso: sigue habiendo gente que siente que habla con la pared de temas que son fundamentales. Muchas veces esa gente, de tanto gritar para ser escuchados, se presentan como unos pesados, desquiciados y agotadores denunciantes que se enrocan sobre su preocupación como si no hubiera nada más en el mundo y nos hacen desconfiar . Es verdad que hay quien intenta colocar a los periodistas teorías de la conspiración muy marcianas pero también están los otros, las verdaderas víctimas, frenéticas de tanto que se les ha ignorado y a quien nos cuesta hacer caso porque es complicado ver más allá de su fachada de desesperación. Es verdad que torcemos la cara ante gente a la que no nos atrevemos a creer y es verdad que nos equivocamos estrepitosamente, igual que lo hicieron los del equipo de Spotlight cinco años antes del momento en el que transcurre la historia, cuando el presidente de una asociación dedicada a denunciar los abusos les envió una caja llena de documentación que ellos ignoraron, enterrando la información en un par de solitarias columnas y olvidándose de seguirla.

Y, finalmente, la película muestra muy bien el falaz recurso de la superioridad sentimental, el que afea a quien denuncia algo que avergüenza atribuyéndole la única intención de hacer daño, de fastidiar. En Spotlight es la Iglesia la que recurre a él, aquí suelen ser los políticos. Es una crítica especialmente frecuente en el periodismo local, donde parece que se exige a quien lo ejerce que lo haga bien y, además, una especie de plus turístico: que todas las noticias ayuden a construir una buena imagen del lugar. El problema no es el sufrimiento de varias generaciones de chavales católicos humildes, que pasaron por una experiencia traumática sin lograr justicia sino solo vergüenza y sentimiento de culpa, el problema es que el director del Boston Globe no es de Boston, no quiere bien a esa ciudad y por eso no le importa criticarla, mostrar la basura acumulada en sus trasteros. De igual forma, el problema aquí, por ejemplo, no son los presuntos casos de corrupción, el problema es Pilar de Lara por acumular investigación tras otra y son los periodistas por contarlos.  No es que la Policía identifique a un presunto agresor sexual pero no actúe durante meses, es que el periódico informe de ello, sin preocuparle la imagen que se ofrece de su ciudad.

Como si todos no aspiráramos a que aquello que queremos no hiciese más que mejorar y si el periodismo no contribuyera a veces, a poquitos y con frecuencia tarde, a conseguirlo.

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