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La teletransportación de Trahamunda

Trahamunda estaba triste, llena de saudade. Era una joven gallega, probablemente monja, que se encontraba en una prisión cordobesa por orden bien de Abderramán I, según unos, bien de Abderramán II, su bisnieto, según otros o de Almanzor, dicen los de más allá.

Quedémonos con lo importante, pues que fuera o no monja, como el nombre de su captor es lo de menos. El caso es que entre los siglos VIII y X, unos sarracenos, en una de las campañas de saqueo que emprendían por nuestro glorioso reino, capturaron a Trahamunda y se la llevaron a Córdoba para regalársela al emir. Se dice que era una joven de belleza inigualable y de proporciones áureas, imagínese, como yo pero en mujer. Abderramán la recibió alborozado, y con lujuriosas intenciones le propuso formar parte de su harén. Pero Trahamunda se negó en redondo, sosteniendo que sólo sí es sí y que jamás se integraría en un harén, ni de Abderramán, ni de su bisnieto, ni de Almanzor ni de ninguna otra persona.

Una víspera de San Xoán, patrón de Poio, a nuestra heroína se le redobló el ánimo y rezó pidiendo volver

Enfadado, el emir ordenó recluirla en una celda hasta que cambiara de opinión, pensando que la bella Trahamunda, cuya belleza era sólo comparable a lo absurdo de su nombre, se mantuvo firme, sin ceder a la tentación de la vida regalada en un harén ni a las promesas que le hacía llegar su secuestrador. Durante once años, que se le debieron hacer largos, permaneció en aquella celda.

"En el tiempo que Córdoba estaba dominada de los moros, fue llevada cautiva a aquella ciudad una doncella de Galicia llamada Trahamunda, criada en las cercanías de Pontevedra, y a lo que se echa de ver, religiosa del Monasterio de San Martiño, que estaba junto a esta villa". Así describe el suceso el jesuita francés Jean Croisset a principios del XVIII tras consultar numerosas fuentes previas, algunas muy anteriores, para reconstruir hasta donde le fue posible la vida de Trahamunda. De ser cierta su versión, aunque él mismo parece tener dudas, la joven, hasta el día de su secuestro en Galicia, profesaba en el convento benedictino de la isla de Tambo, perteneciente a su vez al mosteiro de Poio.

Siguiendo con la historia, Trahamunda, cuya belleza sólo era comparable a la fealdad de su nombre, eso no lo dice Croisset, que lo digo yo, llevaba con cristiana resignación su cautiverio entre infieles practicantes de una religión que no era la única verdadera y cada día y cada noche rezaba para salir de ahí. Una víspera de San Xoán, patrón de Poio, a nuestra heroína se le redobló el ánimo y rezó pidiendo volver, al recordar la alegría con que sus compañeras benedictinas celebraban aquella festividad en el monasterio de Poio, al que acudían también las de San Martiño, y allí todas juntas reían, rezaban, bailaban, cantaban y hacían lo que sea que hicieran las monjas de la época para celebrar el día grande. Supongo que comerían regaladamente castañas, lacones, corderos y lo regarían todo ello con vino del país. Si estaba inventado el membrillo, que puede que sí, también comerían membrillo con queso tetilla. No lo sé.

Según Ricardo Landeira, que escribió ‘La saudade en el renacimiento de la literatura gallega’, Trahamunda quería estar presente en la fiesta: "Y en sus súplicas pidió a Dios que hiciera un milagro para poder participar en ella. Accedió el Señor a los ruegos de la sierva y a la mañana siguiente amaneció la joven a las puertas del monasterio". Croisset entra en detalles y hasta reproduce la oración: "¡Oh, Señor y Dios mío!, ¡quién se hallara mañana en San Xoán de Poio, para gozar de las dulces festividades de tu casa y alabar en tus santos tu bendito nombre!".

Y fue en ese momento cuando se produjo el milagro, tan religioso como científico, pues Trahamunda amaneció en Poio a la mañana siguiente, día de San Xoán. Aquí hay dos versiones: una, la anticipada: que se durmió en Granada y despertó en Poio; la otra, que todo sucedió tras rezar, encontrándose ella despierta.

Como todo buen milagro y toda buena leyenda, la historia de Trahamunda tiene un epílogo. Tras festejar a lo grande el bendito suceso con sus compis monjas y con el asombrado pueblo, plantó frente al mosteiro de San Xoán un palo seco de una palmera que había venido con ella desde Granada. ¿Para qué se trajo un palo seco de una palmera? Nadie se ha molestado en investigarlo. El caso es que lo plantó, salió de ahí una palmerita que creció, creció y estuvo ahí plantada hasta el año de 1578.

Si ve usted el escudo de Poio, verá que lo conforman un cordero de San Xoán y una palmera. Pues es la palmera de Trahamunda. Y la cosa todavía sigue, con un enigma de por medio: el sarcófago de Trahamunda se conserva en la sacristía del mosteiro de Poio, pero los expertos sostienen que es de factura sueva, no visigótica, con lo que o no es el de Trahamunda o habría que anticipar el milagro hasta llevarlo a un par de siglos atrás.

Hoy, Santa Trahamunda es la patrona de quienes sienten morriña. Bien merecido que lo tiene. También tendría que ser la patrona del teletransporte.