Opinión

En tiempo de Prórroga

Manifestantes contra el Gobierno, este viernes en el madrileño barrio de Salamanca. MARISCAL (EFE)
photo_camera Manifestantes contra el Gobierno, este viernes en el madrileño barrio de Salamanca. MARISCAL (EFE)

CABALGANDO A LOMOS de la pandemia en tiempo de descuento, España se dirige en volandas hacia otra prórroga del estado de alarma con la que alumbrar el régimen de la nueva normalidad. Galopando sin montura garantista sobre la propaganda, el bulo, el recorte de libertades, la persecución de la crítica, la mentira, la improvisación y el cordón sanitario a la oposición, se advierte falta de equipo, oficio y escrúpulos en el peligroso manejo de la caballada. Pactar con el populismo de Podemos —llegó a decir el Presidente Sánchez mucho antes de especular con el insomnio— nos conduce «hacia la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento y la falta de democracia».

Como un desmentido cruel del destino a las farfullas demagógicas, Sánchez pactó primero con el populismo y el separatismo, y hoy se forman largas colas de gente que pasa hambre a las puertas de los comedores sociales en la España del coronavirus. Efectivamente, el Covid que motiva esta estampa caribeña de escasez no es culpa del Gobierno, pero la gestión sí es su responsabilidad desde que asumió el mando único a mediados de marzo en virtud del estado de alarma. Respecto al resto de la frase, es evidente que España corre el riesgo de perder calidad democrática por el uso excesivo que ese mando único está haciendo del estado de alarma con el objeto de gobernar a base de decreto sin control y con el premeditado objetivo de neutralizar la protesta social en la calle.

El Gobierno conoce por documentos de la Guardia Civil que habrá conflictividad debido a su gestión. La figura constitucional del estado de alarma fue necesaria al principio, hasta la tercera prórroga, si bien se pudo evitar cierto efecto destructivo del parón económico total, que aventura rescate seguro, de haber actuado a tiempo sin esperar a la celebración del 8-M. Un informe de Sanidad del 6 de marzo firmado por Simón presagiaba implícitamente la negligencia que extendió el contagio sanitario y económico. Pero lo cierto es que a 17 de mayo de 2020, España se enfrenta a la mayor crisis sanitaria y económica de su historia reciente con serias dudas sobre la eficacia de la gestión y sobre la quinta prórroga del estado de alarma. Y lo que es peor, la sociedad ya no oculta su enorme descontento con los jinetes que han de guiar la manada durante la travesía de la recesión ni la desconfianza hacia los árbitros que como juez y parte pitan de forma casera la prolongación artificial del partido. La razón sanitaria del estado de alarma expirará incluso en caso de rebrote, luego no es necesario eternizar en la práctica un estado real de excepción a no ser que estemos ante un proyecto político.

España es un país en tiempo de prórroga al que le duelen los muertos. Pero se puede morir de Covid y también de recesión. De éxito es menos probable a la vista de los errores desencadenados. El coronavirus ha derivado en una contienda política de populismo barato, en una alocada carrera de rectificaciones y propaganda con la que transformar la percepción social mediante el relato festivo del aplauso, del cántico, del bingo y de los fogones confinados. A Ayuso no se le perdonan sus lágrimas negras, sus fotos de virgen dolorosa ni que haya convivido con el bicho en un apartamento con cargo a su bolsillo. A Calvo sí se le perdona que haya pasado el Covid en un edificio público con cargo al erario y que haya elegido la curación privada en vez de la pública recortada. A Casado no se le perdona que tenga un plan B, la crítica legítima de oposición y el rechazo a la prórroga permanente revisable. A Sánchez si se le perdona que no tenga un plan B, los ataques despiadados al contrario y que se abone a la prórroga política continuada. A Abascal no se le perdona ni escatima la etiqueta de extrema derecha ni que haga dura oposición a Pedro y Pablo, pero a Iglesias si se le perdona que milite en la extrema izquierda e insulte a todo lo que no sea del agrado de su pensamiento.

En tiempo de prórroga andamos los españoles confusos en la trama de la mascarilla, en la ficción del alarmismo socialcomunista, en la contradicción de las rebajas, en la cuarentena letal al turismo extranjero de cara a eso que PSOE y Podemos llaman reconstrucción pero que en realidad es destrucción del adversario. Andan las libertades constitucionales imputadas por presunta culpabilidad fake. Anda la bandera de España perseguida como acompañante del asiento delantero mientras se da normalidad a quemarla y a la exhibición de la estelada. Anda la cacerolada de barrio ‘pijo’ de Madrid incriminada por delito de facherío frente a la absolución de la cacerolada republicana contra el Rey instigada desde el Gobierno.

Anda España entre el abuso y la bilis de Simancas hacia la libertaria Ayuso, todavía sin superar el tamayazo propio ni comprender que también el Gobierno de España manda desde el mando único en Madrid. Anda la jauría haciendo mal uso de Marcial Dorado sin caer en la cuenta de que el liderazgo de Feijóo para los gallegos está por encima de campañas orquestadas. Sí, andan Sánchez e Iglesias en tiempo de prórroga, como si se les viniera la muerte política tan callando.

Covid internacional
EL COVID ESTÁ alumbrando un nuevo orden mundial al que España no es ajena. China, Rusia y Europa intentan hacerse hueco o disputar la hegemonía a EE.UU. sin resolver la amenaza latente de la pandemia global del terrorismo islamista ni la dependencia del petróleo. Se extiende el contagio de la geopolítica del coronavirus como esquema determinante con el que establecer un nuevo equilibrio global. Y nuestro país apenas es un insignificante peón en un gran tablero internacional donde la improvisada gestión gubernamental del Covid nos resta credibilidad y posibilidades. Si España no es capaz de transmitir certidumbre sanitaria y económica, estamos abocados a un rescate de salvajes condiciones que pagarán las clases medias, los pensionistas y los asalariados. El PSOE debe volver cuanto antes a su condición de partido de Gobierno ortodoxo, sin socios que pongan en peligro el futuro o la solidaridad europea. Porque eso ya ocurrió con Grecia mediante la alegre e irreal doctrina Varoufakis, que se parece mucho a la de Iglesias y al coco de los hombres de negro.

El ‘resistiré’ del pijerío indignado
​EN EL BARRIO de Salamanca de Madrid, considerado un barrio nada obrero y feudo electoral de la derecha, una protesta diaria ha acaparado la atención de los medios y las redes. Cada tarde, después de homenajear a los sanitarios, cientos de personas comenzaron a protestar hace una semana contra la gestión del Gobierno, incluida la prórroga del estado de alarma, al grito de libertad y Sánchez dimisión. La cacerolada, ignorada al principio, ha ido creciendo hasta buscarse un hueco en el debate político llamando la atención del mando único. La delegación del Gobierno, o sea Moncloa, decidió el jueves incrementar la vigilancia mediante blindaje y bloqueo policial, mientras la izquierda desacreditaba restando legitimidad a la cacerolada de barrio pijo y la derecha ani-maba seguir como si fuera el movimiento indignado del 15M. Mientras se respeten las distancias y las medidas contra el coronavirus, la libertad de expresión no se puede cercenar, de forma que el asunto amenaza con minar la mordaza gubernamental y con extenderse por todo Madrid y toda España. De hecho, las caceroladas contra Sánchez e Iglesias ya son de carácter nacional. Ojalá que esto no se vaya de las manos.

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