Blog | Permanezcan borrachos

Tienes que leer a Stallone

"TIENES QUE LEER A Stallone, no es ninguna coña", me dijo un amigo hace unos años, después de una cena. Me pareció que hablaba en serio, aunque no demasiado en serio, como cuando sueltas una de esas bromas que no quieren ser bromas, pero no saben como se hace eso. Pasó el tiempo en forma de años, con esa delicadeza que a veces despliegan los meses para hacer como si no pasasen, y, por supuesto, no leí a Sylvester Stallone. En octubre de 2019 recordé que quizá tenía que leerlo, cuando entré en una librería de segunda mano recién inaugurada, en Ourense, y descubrí un ejemplar de Paradise Alley. Me hice con la novela por tres euros, en una edición de Círculo de Lectores. La simple posesión desprendía cierto encanto. Compartí una foto del libro en Twitter y el primero en reaccionar fue el crítico Fran G. Matute. "Es una obra maestra. En serio, me encanta. Lo recomiendo siempre allí donde voy, lo compro siempre que me lo encuentro en un mercadillo. Tengo las dos ediciones que salieron", dijo. Estudiaba el tono de sus palabras cuando saltó también el psiquiatra Juan José Jambrina a la palestra: "Por favor, Juan. Es un greatest hit". Casi al mismo tiempo, Juan Soto Ivars celebró mi adquisición con un "Has entrado en la Hermandad. Vas a flipar". Se sucedieron algunas observaciones más en el mismo estilo: "Pintaza", "top", "qué grande", "lo he releído al menos tres veces".

Ilustración para el blog de Juan Tallón. MARUXALa novela cuenta la historia de los tres hermanos Carboni, que sobreviven como pueden en el duro barrio de Hell’s Kitchen, en Nueva York, hasta que un día encuentran el éxito en el mundo de las peleas y las apuestas. Con el tiempo, el dinero los corrompe y los conduce al fracaso, de donde habían salido. Evité precipitarme a sus páginas enseguida, aunque fue del todo imposible resistirse a ojear la solapa, para ver hasta dónde había arriesgado el editor, que comentaba que Stallone escribía "con la ternura y la humanidad del mejor Saroyan, de los relatos breves de John Steinbeck o de los cuentos italo-neoyorkinos de Mario Puzzo". Bien, bien. En vista de esto, estudié también la nota biográfica, por si existían dos Sylvester Stallone. El que escribió Paradise Alley dejó la universidad para irse a Nueva York y convertirse en actor. Si bien obtuvo pequeños papeles en el teatro, allí "se sostuvo limpiando jaulas en el zoológico de Central Park y como acomodador en el Teatro Walter Reade", de donde lo despidieron por tratar de revender dos entradas por diez dólares al propio Walter Reade. Como no encontraba trabajo estable como actor, "comenzó a escribir sin ningún éxito". Bien, muy bien.

Pero seguí sin decidirme a leer el libro. Era bonito tenerlo, sin más. Quizá eso bastase, me decía. Para qué empañar el objeto en sí. Entonces, se me ocurrió acudir a la prensa de la época, para saber qué se dijo de la novela. La encontré comentada en un ejemplar de The New York Times de 1977, donde el crítico señalaba que el mayor suspense de la obra de Stallone radicaba en la cuestión de si el hombre que escribió, dirigió y protagonizó Rocky, película ganadora de un Óscar, también podía escribir una novela. "Uno no tiene que leer mucho más allá de la quinta página para descubrir que la respuesta a esa pregunta es negativa", decía. ¿Pasaba algo especial en la página cinco? Quizás. El crítico destacaba una frase para mostrar que Stallone no debería escribir novelas: "Aunque horriblemente mutilado, el soldado parecía disponer de una cantidad casi nauseabunda de energía patriótica en sus entrañas". El creador neoyorkino no tenía, en su criterio, "imaginación verbal alguna". Veía la historia con suficiente claridad y sus personajes habían cobrado vida en su imaginación, "pero cuando se trata de trasladar su historia a la dimensión de la prosa, está absolutamente perdido". Es decir, mal, mal, mal.

¿Me desanimé? Ni hablar. Moral alta. Pero continúo sin leer Paradise Alley más allá de la página cinco. Tampoco la olvido. Hace una semana vino una amiga a casa y reparó en ella. "¿No la conoces?", le pregunté. "Por favor: tienes que leer a Stallone", le dije, y se la llevó.