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Todorov y Georgie Dann

Falleció esta semana Tzvetan Todorov . Si cayera en mis manos un texto que empezase así, anunciando la muerte de Tzvetan Todorov, no pasaría de la primera frase: "Falleció esta semana Tzvetan Todorov". Confieso inmediatamente que me enteré de su existencia demasiado tarde, en el mismo instante en que supe de su defunción. Si quiere alguien deslumbrarme con una muerte, que me anuncie que a Silvester Stallone lo mató un afgano con una mina anticarro, pero decirme que ha expirado Tzvetan Todorov, pues como que no. Lo que me llamó la atención fue el impacto que buscaban los titulares al describir al difunto: "Apóstol del humanismo", "Pensador de la confusión contemporánea", "Filósofo de la memoria y crítico del totalitarismo"; "Uno de los intelectuales más reconocidos del mundo". "Uno de los grandes pensadores de las últimas décadas".

Seamos sinceros: la muerte de Tzvetan Todorov nos pilló discutiendo sobre el hígado de Rita Barberá, que es lo que de verdad nos concierne. Los grandes pensadores nunca nos han interesado más de la cuenta. A todos nos suena Aristóteles, pero ni usted ni yo podríamos dedicar más de media línea a describir la influencia que el tal Aristóteles ha ejercido sobre la humanidad. Sabemos, o creemos saber, que era un griego de mármol, con barba, un tío que pensaba. Pues George Michael, que murió el otro día, era otro griego con barba que ejerció una gran influencia entre la adolescencia de hace tres décadas. Todos y todas se enamoraban de George Michael y querían comérselo a besitos porque era una estrella del pop. A sus veinte años, o poco más, había ejercido más influencia sobre la humanidad que Aristóteles en más de dos milenios. Si junta usted a todos los que se han sentido influidos por Aristóteles desde entonces y los compara con los seguidores de George Michael, Aristóteles pierde por goleada. Reconozcamos que Rita Barberá y su hígado han sido más importantes para cualquier español que Aristóteles, Platón, Descartes, Nietzsche y Todorov, todos ellos juntos.


Para pensar tenemos a la familia Trump, a Star Treck, a Super Mario, a Scarlett Johansson, a Juego de Tronos, a Belén Esteban y a Mujeres y hombres y viceversa


Resulta que por mucho que se empeñen los titulares, Tzvetan Todorov no era nadie comparado con Belén Esteban. Haga usted la prueba: salga a la calle y pregunte quién era el bueno de Todorov. Luego pregunte por la Esteban. Comprobará que nadie, incluidos usted y yo, sabemos nada de Todorov, pero cualquiera podrá escribir un tratado sobre Belén Esteban, sobre el hígado de la Barberá, sobre Paquirrín o sobre John Cobra. La filosofía sirve para lo que sirve, para alimentar el ego de cuatro académicos. En las facultades de Filosofía están ahora mismo volviéndose locos para decidir a qué gran filósofo desplazan para hacerle un hueco a Todorov. Dentro de unos dos o cuatro años, morirá otro apóstol del humanismo, otro gran pensador de la confusión contemporánea y en las universidades se desharán del pobre Todorov para hacerle un hueco al nuevo gran filósofo que no le interesa a nadie más allá del ámbito académico.

Está usted pensando ahora mismo que soy un anormal alardeando de su desprecio a los grandes pensadores. Pues se equivoca. Nada hay para mí más respetable que un señor o una señora que se pone a pensar. Pensando, pensando, hemos llegado a donde estamos, lo que no sé si es bueno o malo. Pero a fin de cuentas, nadie negará que The Beatles provocaron cambios sociales y colectivos mucho más de lo que lo ha hecho Todorov, y no eran más que cuatro buenos chicos con flequillo que se las daban de malotes y hacían canciones ingenuas con letras que, salvo contadísimas excepciones, no decían absolutamente nada.

El gran Todorov, premio Príncipe de Asturias, escribió durante décadas libros que se tradujeron a decenas de idiomas, aunque nunca los leyera nadie. Pero Georgie Dann, en su misma época, sacaba un disco describiendo una barbacoa y sin salir de España llegaba a decenas de millones de personas. Somos lo que somos. Así hemos evolucionado, a base de marilyns, brandos, eastwoods, jaggers, stallones y beyoncés. No digo que eso sea bueno o malo: me limito a constatar una realidad no discutible. En Pontevedra, pongo por caso, tuvimos a John Balan. Fue un gran pensador. Un filósofo excelso, un humorista ingenioso, un hombre orquesta al que recordaremos durante siglos. Estaba dotado de unas innatas facultades faríngeo-fonéticas y gozaba de una agudeza interminable. Juro por Dios que Balan fue uno de los hombres más talentosos que han pisado la tierra, aunque su pobre fama, a la altura de su fortuna, casi nunca trascendió más allá de nuestras fronteras. Pues Balan ejerció sobre los habitantes de Galiza mucha más influencia que Immanuel Kant, y ya ni me molesto en compararlo con Todorov, cuya preponderancia sobre el pensamiento gallego se reduce a cero.

Lo que ocurre es que ni usted ni yo hemos pensado jamás en Todorov. Para pensar tenemos a la familia Trump, a Star Treck, a Super Mario, a Scarlett Johansson, a Juego de Tronos, a Belén Esteban y a Mujeres y hombres y viceversa: eso es lo que nos hace pensar y cambia para siempre nuestras vidas de manera eficaz y determinante. Son las cosas que nos hacen evolucionar. Que mejor nos iría estudiando a Aristóteles o a Todorov tampoco lo voy a negar, pero no voy a ser yo quien empiece, pudiendo escuchar los viejos éxitos de Georgie Dann, que son una delicia.

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