Opinión

Toni Cantó tiene razón

HACE UN par de semanas, Toni Cantó presentó en el Congreso de los Diputados una propuesta de Ciudadanos para que los idiomas cooficiales dejen de ser una barrera para ocupar puestos en la administración. Al hombre le cayó la del pulpo. “Enfermo” fue lo más agradable que le llamaron. La cosa se prolongó en el tiempo y en las redes. Muchos de los ataques llegaban desde Galicia, donde los talibanciños ponían a funcionar a su bien entrenado ejército de odiadores para acosar a mi compañero por afirmar que el español ha desaparecido de la vida pública en Galicia. Como experta en sufrir los ataques de las hordas indepes, hablé con Toni Cantó. Le conté aquella vez que los chicos de la izquierda nacionalista se pusieron como hidras porque me invitaron a leer un poema de Rosalía de Castro. Gritaron lo suyo, pero yo me fui a Padrón, leí lo que quise y recordé que Rosalía había dejado de escribir en gallego por culpa de intolerantes como ellos. Pero volvamos al asunto. Cantó tiene razón: desde hace años, el español ocupa un lugar secundario en las administraciones gallegas. No se habla castellano en el parlamento, ni en la radio y la televisión pública, ni se usa en las convocatorias administrativas, ni en la publicidad institucional. Y la culpa, ojo, no es sólo de los nacionalistas furibundos: el partido popular auspicia el tinglado con los mismos complejos que le han llevado a volver la mirada ante otros casos más graves. Aquí pueden bramar contra Toni Cantó, contra Ciudadanos, contra quien esto escribe, pero ni en las consellerías ni en los ayuntamientos gallegos se emplea el español, como si se usa con naturalidad en las casas, en las calles, con los amigos. Y ahí tienen su escollo: en tanta gente que hace un corte de mangas a eso que bautizaron como “normalización lingüística” y es en realidad un ejercicio de filtro cultural que no beneficia a nadie salvo a quienes, ya durante años, viven muy bien chupando del bote de la imposición lingüística.

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