Opinión

Víspera de todos los santos

UNA DE las mejores canciones jamás escritas en español se titula: Víspera de todos los santos, compuesta por el grupo musical gallego Los Suaves. Su fulgurante comienzo es un cohete melódico lanzado como un tren a toda máquina sobre la batería y la guitarra a rimo de rock. Palabras como bombas estallando sobre las estrofas aullantes gritando un existencialismo desgarrador en estado puro que produce un eco proveniente del Más Allá. Atraviesa la muerte reconociéndola, asumiéndola, superándola como un rayo enérgico, decadente, humildemente humano. Un canto desamparado, solitario y suicida que rechaza toda ayuda para entregarse plenamente, a ese espacio inexorable que llamamos muerte, alzándose sobre el miedo para transmitir un mensaje esperanzador contra la miseria vital, la ruina y la decadencia. Naces solo, mueres solo, no te engañes, solo vas viviendo. Así. Brutal. Víspera de todos los santos y se acerca la noche en la cual el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se mezcla. Quien sabe quienes son los vivos y quienes son los muertos. Se acerca el día de visitar las tumbas para colocar unas flores sobre las lápidas. Visitaremos los cementerios, lugar ignorado y almacenado en el subconsciente el resto del año, aunque sea el único lugar del mundo donde con toda seguridad, dejaremos al menos el esqueleto. A la lápida que te ha de albergar solo le falta la fecha. Si todos sin excepción vamos a acabar en el cementerio hay que preguntarse porqué pasamos la mayor parte de nuestra vida asumiendo roles teatrales. ¿Quién eres realmente? Te llamas como te llamas porque tus padres te pusieron ese nombre y tu pensamiento es tan solo un producto cultural derivado de miles de interacciones socializadoras a lo largo de los años. Te despiertas cada mañana, te miras al espejo, te reconoces, aunque ese cuerpo que refleja el cristal sea más efímero que el árbol del jardín. Preparas el café, te despides de la familia que has creado y te vas a trabajar a una empresa para desempeñar un papel que tú crees importante y porque mensualmente te dan unas monedas que a la vez te sirven para pagar comer, beber y dormir bajo un techo. ¿Libertad o esclavitud? Me voy por las ramas, como las sombras en la noche oscura. Cementerio. Muerte. Tabú. Tótem. Tánatos. Que lejos estamos de la muerte. Huimos de lo único seguro tratando de vivir como si nuestra vida fuera inmortal y no el viaje transitorio que realmente es. Deberían hacer excursiones en los colegios para visitar los cementerios. Para sensibilizar, para precisamente, perder el miedo a la muerte y afianzar el valor de la vida. Siempre que voy al cementerio una sensación de paz me invade, quizás, porque desde el cementerio observas con otro prisma la vida mundana y absurda que llevamos. Nuestras preocupaciones, nuestros juguetes digitales, nuestras miserables y alienadas existencias sin percatarnos que nada es ni tan importante ni corre tanta prisa. Como no recordar la película el Club de los poetas muertos, cuando el profesor llevó a los alumnos a contemplar las fotografías antiguas de otros tantos jóvenes que habían pasado por la misma escuela. Todos crecieron. Algunos llegaron con mucho esfuerzo a ser vulgares millonarios, otros se convirtieron en ilustres mendigos, la mayoría seres anodinos que nunca serán recordados por nada y si son recordados será para que les coloquen una estatua es un parque cualquiera y un perro orine una noche de invierno sobre su pedestal. Pero el profesor, les dice a sus alumnos que escuchen atentamente la imagen de esos jóvenes que ya no están pero que susurran levemente unas palabras, que presten atención mientras miran la fotografía. Escuchar, escuchar, escuchar, escuchar con atención, esas voces tenues y lejanas que pronuncian sabia, lenta y melancólicamente dos palabras muy antiguas: Carpe Diem.

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