Opinión

Volver a la Barceloneta

BARRIO ALEGRE, barrio marinero. Barrio canalla, inmigrante y obrero. Barrio honesto y flamenco. Barcos descargando pescado fresco en el puerto y olor a calamares fritos en las calles. Luz del mediodía, sal de mar en las aceras, rumor de olas batiéndose en la arena de la playa mientras llegan haciendo sonar su timbre las bicicletas rojas y blancas desde el Gótico, el Borne o la Ciutadella. Cruzan el paseo marítimo o la plaza del mercado como luciérnagas de pedales que en las noches de verano parpadean alumbrando los callejones y las aceras de los barrios en fiesta. Despertarse en la Barceloneta con la luz de la mañana, el canto del pájaro en la terraza o las sirenas de los barcos que llegan y se van, dejando un eco de tránsito, espuma y libertad. Barceloneta, rumor de mar antiguo como cantaba Manolo García. Los domingos por la mañana los sonidos de las guitarras gitanas de las callejuelas abren las ventanas de las casas para que entre el aire limpio mezclado con la música y en las terrazas de los bares suenan melodías que llenan el aire de colores y ecos de baile con palmas. Dentro de los bajos edificios sin ascensor despierta un vecindario anciano que lleva toda la vida soñando con el mar. Despiertan los obreros, arquitectos de la realidad, despiertan los bohemios entre libros, caballetes y saxofones, despiertan estudiantes con resaca que acaban de llegar a la ciudad y marineros de pupilas saladas que anhelan buena pesca. Andaluces, extremeños, aragoneses, gallegos, italianos, catalanes y medio mundo despierta a la vez con cada alba y el barrio comienza a latir cada mañana. La Barceloneta más que un barrio es un pueblo, con una cultura común perfumada por las olas en los temporales del invierno y que se resiste a abandonar su paisaje de fachadas color vainilla, sus bares de gramola y vino del país, sus calles estrechas donde ondean las ropas en las ventanas como banderas que mece la brisa en una tarde napolitana. La Barceloneta mira al mar y su reflejo es dorado como la escultura de la sardina que preside la arena en el paseo. Nos gustaba sentarnos en las tardes a la hora del crepúsculo durante cualquier estación en la orilla de la playa junto al hotel Vela y mientras se hacía de noche contemplar las luces de los aviones y los barcos sobre la línea del horizonte como estrellas fugaces cruzando el cosmos greco latino del mediterráneo. No importa donde nazcas. Importa donde vivas y las emociones que te vinculan a los lugares vividos. Esa es la materia prima. La arqueología del alma. En el yacimiento de mi ser habitan dos minerales. El atlántico y el mediterráneo. Prometo volver.

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