Estudió Magisterio y Psicología, pero la vida le llevó a acabar encima del escenario del Teatro María Guerrero interpretando a Valle-Inclán. Después dio el salto a la televisión, de la que ya nunca se ha apeado. Francis Lorenzo (Pontevedra, 1960) ha trabajado en el cine con directores como Jaime Chávarri, José Luis Cuerda, Enrique Urbizu o José Luis García Sánchez. En su curriculum figuran más de 20 películas, programas de televisión como España a ras de suelo y más de una docena de series. El próximo martes recogerá su Premio Pontevedreses.
¿Cómo recibe este premio de Diario de Pontevedra?
La verdad es que me quedé muy sorprendido porque fue algo totalmente inesperado. Lo recibo muy emocionado. Que te den un premio en tu ciudad, que te reconozcan en el lugar del que eres, para mí es muy importante. Pero es que además la vida de mi familia no se entiende sin el Diario de Pontevedra. Mi abuelo fue fundador, mi tío continuador, todos los días el periódico está en la mesa de casa... Me ha hecho una ilusión tremenda. Y es que lo voy a recibir delante de mis padres y de mis amigos en el sitio que más quiero yo en el mundo, que es Pontevedra.
Porque, a pesar de la distancia y del trabajo, usted es de los que siempre vuelve.
A ver, es que yo en todas mis series he acabado colando a Pontevedra. Incluso en las que tenían siete millones de espectadores. La nombré en Médico de familia, la nombré en Compañeros... ¡Hasta en Águila Roja, en donde acabé mandando de vacaciones a Pontevedra a la marquesa! Pontevedra es mi vida. Mis mejores amigos siguen estando ahí. Probablemente los mejores momentos de mi vida los he pasado ahí. Los que vivís ahí no sois conscientes, pero Pontevedra es un paraíso. Hoy somos referentes en todo el mundo por la transformación que ha sufrido la ciudad. Allá donde vayas, dices que eres de Pontevedra y saben que es una ciudad que invita a pasear y caminar. "Ahí vais todos andando", te dicen (se ríe).
Pontevedra es mi vida. Mis mejores amigos siguen estando ahí. Probablemente los mejores momentos de mi vida los he pasado ahí. Los que vivís ahí no sois conscientes, pero Pontevedra es un paraíso
El premio reconoce su trayectoria como actor, pero usted, como ha contado muchas veces, no iba para intérprete.
Efectivamente. Yo me licencié en Psicología. Y antes ya había hecho Magisterio, porque mis padres son también maestros. La educación me tiraba mucho. Pero la verdad es que mi sueño era ser actor. Estaba dentro de mí. De hecho, en casa representaba ya de pequeño mis cosas. ¡Pero si es que me gustaba hasta que me castigaran para así vivir mis propias películas! Un día me lancé y me atreví a convertir el sueño en realidad. Y, oye, creo que no me ha salido mal. Trabajé primero en Galicia y luego en Madrid. Fueron años un poco duros, de muchos casting en los que te decían que no. Pero un día, mientras hacía teatro en el María Guerrero, donde pasé cinco años con Lluís Pasqual haciendo Valle-Inclán y Shakespeare y Chéjov, me dijeron que sí. Y entré en la serie Canguros, con Maribel Verdú.
Y de ella pasó a Médico de familia.
Exactamente. Emilio Aragón llevaba mucho tiempo buscando al personaje que iba a interpretar a su amigo en ‘Médico de familia’ y no lo encontraba. Estando en su casa, con Daniel Écija, vio Canguros. Al día siguiente me llamaron, hice una prueba y el resto es historia. El primer capítulo lo vieron once millones de personas. De repente, salía a la calle y todo el mundo me llamaba Julito. Y ya no he parado: Compañeros, Águila Roja, Mis adorables vecinos, La Caza... Hasta El inmortal, que es lo que estoy haciendo ahora.
Toda esa tontería que rodea el éxito la vi enseguida y decidí manternerme al margen. Además no me hacía falta. La mayor crítica y el mayor aplauso lo tenía en casa. Era lo único que necesitaba
Ha participado, como ha dicho, en series de enorme éxito. ¿Es complicado gestionar la fama?
En mi caso no. Entre otras cosas, porque el éxito me pilló con 30 y tantos años. Ya tenía a mis hijos y una vida muy asentada. Tengo la suerte de que a mi mujer le gusta poco el foco y tiene los pies muy bien puestos sobre la tierra. Así que toda esa tontería que rodea el éxito la vi enseguida y decidí manternerme al margen. Además no me hacía falta. La mayor crítica y el mayor aplauso lo tenía en casa. Era lo único que necesitaba. De todos esos actos sociales a los que me invitan todavía hoy, no voy ni al tres por ciento. Ahora bien, si alguien se me acerca por la calle o en un bar, lo atiendo siempre. Porque hay que ser respetuoso y agradecido con el público. Es gente que te deja entrar en su casa, a veces durante años, como fue mi caso. Acabas siendo alguien importante en sus vidas. Es necesario corresponderles. Se lo debes de alguna manera.
¿Alguno de sus personajes le ha marcado de una forma especial?
Todos te marcan y todos te enseñan, pero he de reconocer que el Comisario de Águila Roja me destrozó la vida (se ríe). Nunca me han insultado tanto por la calle y nunca he recibido tanto amor por parte del público. Era el malo, pero a mucha gente le encantaba. También es verdad que fueron ocho años haciéndolo. Ha llegado a mucha gente. Todavía el verano pasado en Sanxenxo se me acercaron dos chavalitos que no sé ni cómo podían conocer la serie. Pero ha habido otros importantes, como el de El ángel de Budapest.
El Comisario de Águila Roja me destrozó la vida. Nunca me han insultado tanto por la calle y nunca he recibido tanto amor por parte del público. Era el malo, pero a mucha gente le encantaba
Un telefilm en el que daba vida al diplomático español Ángel Sanz Briz, que salvó la vida de 5.000 judíos durante el Holocausto.
Me marcó muchísimo. Y eso que al día siguiente de aterrizar en Hungría quería volverme. Todo el equipo hablaba húngaro. Actores incluidos. Me estudiaba mi papel y el de todos los demás para saber qué me estaban diciendo y poder interpretar correctamente al personaje. Fue uno de los trabajos más difíciles de mi carrera. Y uno de los que más me tocó por dentro. Me revolvía aquella historia. De hecho, cuando los miembros del equipo quedaban para tomar algo, no me unía porque no me sacaba al personaje de la cabeza. De hecho, personalmente, para mí fue un punto de inflexión en lo que a la religión se refiere. Dejé de creer en Dios. Si hablamos de huella, es el que más me dejó seguro. Me transformó en otro tío.
Al final, la suya es una profesión que le permite vivir otras vidas.
La mayor belleza de la profesión es esa: si te la tomas en serio, te enriquece y te hace crecer. Mis personajes a mí me han enseñado muchísimas cosas importantes sobre la vida, sobre el amor, sobre el dolor... Esta profesión te regala algunos momentos que yo no cambiaría por nada del mundo.