El viaje de Alejandro

Alexander Kachalaev revolucionó la lucha gallega hace más de 40 años. Cambió la forma de entrenar, la ordenó y le abrió la puerta de los mejores centros del mundo
Sasa Kachalaev, derecha, junto a luchadores gallegos en Moscú. DP
photo_camera Sasa Kachalaev, derecha, junto a luchadores gallegos en Moscú. DP

A finales de los años ochenta el deporte español comenzaba a quitarse sus lagañas con la esperanza de que los cercanos Juegos Olímpicos de Barcelona 92 sirvieran como transformación. Por aquel entonces el régimen soviético comenzaba a debilitarse con la caída del Muro de Berlín. Traer entrenadores de la URSS para modalidades como gimnasia, remo, piragüismo o lucha se había convertido en una práctica habitual. Fue un boom que como en todas las cosas de la vida en unos casos fue positivo y en otros no.

Aquella moda trajo a España a uno de los grandes mitos del deporte soviético y de la lucha mundial, el entrenador más joven en ser campeón olímpico (en Moscú 1980 gracias a Sanasar Oganesyan). El 26 de noviembre de 1990 Alexander Kachalaev llegó a Galicia para elevar el nivel de una lucha que había tenido dos deportistas en Seúl, pero que ante la descomposición soviética se le presentaba un futuro duro.

La Federación Galega, con el respaldo de la Xunta de Galicia cuyo departamento de deportes dirigía Augusto César Lendoiro, mandó una carta a la Federación Soviética pidiendo la ayuda de un entrenador. El jefe le transmitió a Sasa que fuera él, pero no quería. "Me convenció haciendo hincapié en que sería la posibilidad de conocer otra cultura, otro ambiente y que sería solamente un año, y ya ves, llevo 25", dijo hace seis años en una entrevista en este periódico.

Su hermana falleció durante la II Guerra Mundial y su padre, años después, por las heridas que le dejó el conflicto

Sasa, como le llaman sus cercanos, comenzó a trabajar en dos gimnasios en Vigo hasta que en el verano de 1991 la lucha entró como sección en el Centro Galego de Tecnificación Deportiva que se preparaba para su quinto curso. Había regresado de su Moscú para volver definitivamente a Pontevedra.

Con él la lucha gallega comenzó a viajar, a entrenar en lugares impensables... Se le abrieron las puertas de los mejores centros porque el que llamaba era Alexander Kachalaev. A los pocos meses de llegar organizó un viaje a Moscú y a Crimea y después el presidente de la Federación Galega le pidió si podía organizar uno más cercano y al ver que tenía muchos contactos en todos los sitios le pidió que se quedara. "Me insistió mucho".

Su llegada significó una revolución. Cambió la forma de trabajar. "Nos trajo la lucha moderna", recuerda uno de sus primeros alumnos en Vigo, que posteriormente le acompañó en el CGTD. Aquí no había planificación. Era todo luchar y puso orden en las cosas. "Aquí se cree que cuanto más entrenamiento, más nivel, y no es así. Un burro cargará mucho, pero nunca correrá como un caballo, aunque esté activo 24 horas", explicaba hace un tiempo.

Con él la lucha gallega dio el salto que soñaba aunque no pudo volver a colocar a un deportista en los Juegos Olímpicos, esa es una espina que siempre tendrá clavada, aunque la realidad es que el panorama de este deporte ha cambiado considerablemente porque fue a uno de los que más le influyó la desaparición de la URSS. "Antes iba un soviético por peso a los Juegos y ahora van una docena de ex soviéticos", asevera Pablo Pintos, director técnico de la Federación Galega.

Sasa tuvo una infancia muy complicada. Su hermana falleció durante la II Guerra Mundial por la falta de medicamentos y su padre, varios años después, por las heridas que le había dejado el conflicto bélico. "Nos quedamos solos mi madre y yo". De repente con apenas diez años se quedó como el cabeza de familia en una casa en la que apenas había recursos. Trabajó, estudió y entrenó al mismo tiempo. "La gente me llamaba loco", pero fue capaz de combinarlo todo, por eso tiene claro que "sin sacrificio, no hay éxito. Desde el principio supe que nada sería sencillo".

Asegura que todo lo que es se lo debe a la lucha. "No sería capaz de vivir sin la lucha. Me ha permitido hacer las cosas que quería", ha señalado en muchas ocasiones. Llegó a Galicia convertido en mito. Desde hace un tiempo es un gallego más, pero al principio no pasaba desapercibido debido a su complexión física, pero pocos sabían que ese cuerpo pertenece a un mito del deporte, alguien que tiene la Orden Benemérita del deporte de la Unión Soviética, que fue el responsable de las modalidades de combate de su país y el entrenador más joven en lograr que un pupilo suyo se colgase un oro olímpico.

Su momento de gloria llegó en los Juegos Olímpicos que se celebraron en su ciudad natal hace 42 años. Organizativamente fue el responsable de los deportes de combate y de halterofilia, pero además Sanasar Oganesyan alcanzó la gloria al colgarse el oro en los 90 kilos. Sasa hacía realidad su sueño. El deporte soviético lo reconocía como una leyenda, pero lo que nunca pensó es que acabaría haciendo su vida a más de 4.500 kilómetros de distancia.

No solo cambió la manera de entrenar sino que le dio otra trascendencia a la lucha gallega. Se convirtió en el mejor embajador posible. Su agenda es inagotable. La actual consecución de campeonatos internacionales sería imposible de entender sin él. Si es necesario hablar con el presidente de la federación internacional él lo consigue, si es necesario reunirse con alguien que parece inalcanzable él también lo consigue. Es la ventaja de ir de la mano de una leyenda universal.

Más de cuatro décadas después de su llegada este gallego —como se considera— nacido en Mocú deja de entrenar, pero no la lucha porque hace tiempo ya avisó de que "nunca me jubilaré". Lo que sueña es que en un futuro la gente sepa que aquí estuvo Alejandro.

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