Eurovisión, FMI y 22-M

la pregunta que hoy planteo es muy sencilla: ¿Qué tienen en común Eurovisión, el FMI y las elecciones del 22-M? La respuesta que circula por ahí es clara: España no cuenta ni en el Festival, ni en el Fondo Monetario, ni en los comicios. En el Festival de Eurovisión y en el FMI nos meten en el grupo de cola. Y en las elecciones parece que lo que menos importan son España y los españoles dado al aprecio que la política, en general y en genérico, siente por sí misma. A cinco días de las municipales y autonómicas es evidente que hay un montón de razones para desconfiar de las encuestas, igual que de las votaciones de Eurovisión o de las urnas. Y ya sean a favor o en contra, de todos es conocida la sabiduría del refranero cuando sentencia que «hasta el rabo todo es toro». Por eso el 22-M Zapatero espera el milagro-sorpresa protagonizado por Azerbayán en Düsseldorf, sin reparar en que los feudos tradicionales socialistas están tan cansados de la letra como de la música. Y es que el latiguillo «derecha extrema» suena ya a cantinela y a falta de programa y de discurso. Por contra, el PP es consciente de que se juega su éxito político en las consecuencias de la derrota socialista más que en su dulce victoria electoral. Lo que verdaderamente está en juego es el adelanto de las elecciones generales que tanto necesita la economía española. Y por eso los populares miden el 22-M en términos de plebiscito y desencanto social. La verdad es que son los electores y los hechos quienes tienen que poner a cada uno en su sitio. Y no es precisamente el FMI un organismo que a día de hoy represente una razón moral a ser tenida en cuenta. Al margen de sus negros pronósticos para la economía y el paro españoles, el escándalo sexual de Strauss-Kahn deja pequeña la leyenda de la erótica del poder. El director-gerente del FMI le hizo caso a Sarkozy cuando éste le aconsejó que no se metiera a solas con una becaria en un ascensor dado el castigo severo que hay en EE.UU. para este tipo de asuntos sucios. Sin embargo, el socialista galo Strauss-Kahn se metió en el hotel con la camarera que le ha denunciado por intento de violación, lo cual demuestra que el pecado humano de vicio es generalista. Dominique Strauss-Kahn es un ejemplo claro de debilidad sexual del hombre que ejerce el poder político y económico. Y su nombre ya se codea en los libros de historia más turbios con los de Kennedy, Clinton o Berlusconi. Ciertamente, desde el ministro británico John Profumo a hoy, los escándalos sexuales nunca han sido de derechas ni de izquierdas. En realidad son de la ideología machista, con cargo de presunto delito y utilidad de arma política. Marilyn Monroe, Mónica Lewinsky o Ruby consintieron en sus relaciones sexuales con Kennedy, Clinton y Berlusconi. Ya fuera por amor o por dinero, la relación derivó un ‘affaire’ político de primera dimensión y consecuencias notables. Pero en el caso de Strauss-Kahn hay una denuncia por agresión sexual, como le ocurriera al presidente israelí Katsav, que después fue condenado. Por tanto, la primera consecuencia de este escándalo es que se destruye una carrera política, y la segunda, que puede haber sanción judicial y carcelaria.

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