Antonio Miguel de Ron Pedreira: «Los jóvenes quieren trabajar, no pasear»

LLEGÓ a Pontevedra en 1975 empujado por los lazos del amor, puesto que su novia era natural de esta ciudad. Antonio de Ron (Lugo, 1952) empezó trabajando en el Centro de Investigaciones Forestales de Lourizán, después estuvo diez años de catedrático en el instituto Sánchez Cantón y desde 1988 forma parte del equipo de investigadores de la Misión Biológica, en Salcedo.

«La imagen que tengo de la Pontevedra de los 70 es la de una ciudad tranquila, en exceso diría yo, comparada con Santiago o A Coruña, que eran mucho más dinámicas y extrovertidas. Me sorprendía ver que aquí, a las ocho y media o nueve de la noche, la gente se iba a sus casas. La gente era muy conservadora y había mucha menos vida que ahora».

Ante este panorama y dado que era un foráneo, uno de sus primeros retos fue integrarse en la vida social pontevedresa. La técnica consistió en «conocer gente, gracias a mi carácter extrovertido; frecuentar cafeterías como Las Torres o Daniel; pasear por el centro, ir a actos en el Museo...» Pero, sin duda alguna, uno de sus lugares de referencia fue el Parvadas, donde todavía hoy, 30 años después, continúa reuniéndose con sus amistades.

Más que de lugares concretos, De Ron siente añoranza «de mis años en el Sánchez Cantón y de todo lo que hacíamos cuando teníamos bastantes menos años». Con el paso de los años se fueron produciendo una serie de cambios y transformaciones que el científico de la Misión Biológica digiere con disparidad.

A estas alturas del paseo, el escenario es, precisamente, la plaza de A Peregrina, lugar en el que reconoce que «la zona antigua de Pontevedra está muy bien conservada. De hecho, cada vez que viene algún colega de fuera, lo llevo a recorrer las distintas plazas, que estaban asociadas a los oficios de la época: A Ferrería, A Verdura, A Leña...».

Pero todas las ciudades tienen una zona de transición llamada ensanche, que es el crecimiento hacia la periferia. Y es en este punto donde Antonio de Ron discrepa abiertamente con la actual política urbanística. «Desde el punto de vista de la genética, los seres humanos evolucionamos con las plantas, con los animales, con los árboles... y con las máquinas. Los vehículos a motor nos han permitido grandes avances y nosotros tenemos una evolución paralela a ellos: debemos coexistir con ellos haciendo un uso responsable, pero la excesiva limitación puede ser perjudicial para los vecinos, los comerciantes, el turismo, la economía... Hay que ser prudente en el uso del coche pero también a la hora de tomar medidas irreversibles en cuanto al tráfico».

Antonio de Ron insiste en que se debe tender a solucionar problemas y no a crearlos. Y cita un ejemplo concreto: Rosalía de Castro. «Tenía dos buenas aceras y un doble carril de circulación, sin que existiera ningún problema para los residentes ni para los negocios de la calle. Decidieron aumentar las aceras y suprimir una vía de entrada a la ciudad, generando un problema enorme a los que viven al final de la calle. Si no existía el problema, ¿por qué crearlo?».

En el otro extremo de la balanza, el de los aplausos a las restricciones de coches, cita el caso de A Peregrina, «que se ha convertido en el kilómetro cero de la ciudad, en un punto de encuentro de los ciudadanos, sobre todo jóvenes en los fines de semana. Ahí sí que se ha aliviado un problema y se ha dado un servicio a los ciudadanos». Sin embargo, todo cambio conlleva unos ‘daños colaterales’: «La calle Michelena tiene más tráfico ahora que antes del corte».

Además de científico de la Misión Biológica, De Ron pertenece a la Cofradía de A Peregrina. De ahí que muestre una especial sensibilidad con todo lo que concierne al Santuario. «Tanta proliferación de actividades han convertido esa zona en un zoco. No puede ser que un visitante pregunte por el centro de la ciudad y al llegar a él se tope con un estruendo insoportable o con un espectáculo que le impide tomar una fotografía o disfrutar del entorno. Ojo: no estoy en contra de las actividades. Lo único que digo es que ese no es el escenario idóneo. A pocos metros está la plaza de A Ferrería, que sería fabulosa; o la misma plaza de España, que ha quedado muy despejada y muy bonita».

Compañero de Lores

Antonio de Ron es consciente de que su opinión puede no ser del agrado de todo el mundo, sobre todo de Miguel Anxo Fernández Lores, «que fue compañero mío de tenis en el Liceo Casino. Luego lo dejó».

Y critica especialmente la implantación de los ‘lombos’. «He estado en varias ciudades europeas y solo he visto algo parecido, con elevaciones muy, muy suaves, en la ciudad francesa de Vendôme. Desde luego, los pivotes de hierro y de piedra no se ven en ningún otro sitio y en Bruselas, capital europea, se puede llegar en coche hasta la misma Grand Place. Lo que ocurre es que la gente hace un uso del coche mucho más sensato y no lo usa si no es necesario. Hay una cultura urbana muy diferente a la nuestra».

A este respecto, De Ron no comprende que en Pontevedra no se haya implantado un buen sistema de transporte público con el extrarradio y las parroquias. «Es uno de los grandes problemas que yo veo». Algo parecido ocurre ahora con el puente de A Barca, «que se está debatiendo si debe ser de doble carril o solo de entrada. Se toman decisiones pero no se dan alternativas efectivas». Otro ejemplo: la autovía de Marín. «Había anchura de sobra para hacer un paso peatonal y otro para bicicletas sin necesidad de suprimir un carril, que al final ha perjudicado al tráfico de salida. Insisto: son actuaciones que en vez de solucionar un problema han creado otro que no existía».

Ya en el remate del paseo, Antonio de Ron dibuja un panorama poco optimista: «Pontevedra está envejecida, hay muchos pequenos negocios que están cerrando, la poca industria que tenemos (Ence y la Brilat) son criticadas continuamente, hay mucha gente que se ha jubilado y ahora hace un tipo de vida más sedentario... Me comentaba un amigo hace poco que Pontevedra no es una ciudad para trabajar, sino una ciudad para pasear y eso a los jóvenes les da un horizonte muy sombrío, porque lo que ellos quieren es trabajar, no pasear. Y pasear está muy bien, porque es muy sano, pero si todos nos dedicamos a pasear al final la ciudad acaba cerrándose al exterior. Y eso no es nada bueno».

«A Pontevedra le falta un poco de cosmopolitismo». A pesar de la proliferación de peregrinos que recorren el Camino de Santiago y de la presencia de un campus universitario, Antonio de Ron fundamenta su contundente afirmación en que «en Pontevedra aún es difícil que a un extranjero lo atiendan en inglés. Quitando un par de establecimientos, resulta casi imposible». Matiza, no obstante, que no es un problema exclusivamente de Pontevedra, sino de toda España. «Solo hay que ver a ciertos políticos cuando salen fuera»

Añade que «la carencia de idiomas te limita a viajar, y quien no viaja no puede comprobar lo que se hace en otros lugares y solo se queda con lo que ve en su ciudad, porque es lo único que conoce».

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