CAMINO A LA NORMALIDAD

Aprender a vivir

Lo único que les podemos exigir a los líderes es que gobiernen con sentidiño, que se ganen el sueldo y los privilegios
Las plazas de Pontevedra entraron en la nueva normalidad con menos mesas en las terrazas. DAVID FREIRE
photo_camera Las plazas de Pontevedra entraron en la nueva normalidad con menos mesas en las terrazas. DAVID FREIRE

AYER SALÍ de casa, no lo hago casi nunca, que casi sigo en fase cero, y me di cuanta de una cosa: estamos como esa gente que lleva un golpe en la cabeza y tras salir del coma tiene que aprender todo de nuevo: a caminar, a hablar, a leer, a escribir, todo ello para empezar una nueva vida, en todo caso diferente a la anterior. Conozco a gente que le ocurrió.

Pues andamos todos un poco igual. Esta "nueva normalidad" que estamos persiguiendo significa aprender de nuevo a vivir, con otras condiciones. Ayer en una terraza próxima a mi portal, la única que estaba abierta, la clientela, yo el primero, no sabíamos qué hacer. Nos mirábamos unos a otros en busca de respuestas, como cuando te sientan a una mesa llena de copas y cubiertos y no sabes para qué sirve cada cosa. Necesitaríamos un libro de instrucciones o un curso acelerado de protocolo de pandemias. Una persona, dos mesas más allá pidió servilletas y el camarero le dijo que no, que no se pueden poner servilletas sobre las mesas.

Otra vino a nuestra mesa para preguntarnos si le cedíamos una silla sobrante y educadamente le dije que sí, pero luego, quien se sentaba a mi lado me dijo que había hecho mal, pues sólo se admiten cuatro sillas por mesa o en caso contrario hay que juntar dos mesas. Y yo qué sé. Hubo quien se sentó al encontrar una mesa libre y apareció un camarero a todo correr diciéndole que tenía que desinfectar mesa y sillas antes de que alguien volviese a ocuparlas. Todo ello ocurrió en poco más de media hora. Se hará muy difícil aprender a vivir, cada día más.

Hoy vimos imágenes terroríficas: playas y parques repletos de gente sin guardar la más mínima medida de seguridad y algún que otro encontronazo alentado por los líderes. Toda esa irresponsabilidad proviene, a mi juicio, de dos factores: el primero es que la gente tiene hambre de calle después de tanto tiempo; y luego, que somos una especie formada por inconscientes. También es verdad que si quienes debieran dar ejemplo no lo hacen, poco se puede pedir. Hemos visto a líderes y a científicos dando palos de ciego, dictando declaraciones contradictorias, correteando de aquí para allá como pollos sin cabeza. Y cuando digo líderes hablo de representantes de todas las siglas. ¿Cómo esperan que nos comportemos con coherencia y con cordura?

El pasado miércoles el PSOE pactaba con Ciudadanos la prórroga del estado de alarma y cinco minutos después se hacía público un acuerdo entre socialistas, Unidas-Podemos y EH-Bildu para derogar la reforma laboral de Rajoy. Pero cuidado, usted tiene que saber si puede pedir servilletas en una terraza. No es justo. Ellos y ellas no se aclaran pero usted y yo tenemos que saber si en una mesa se pueden sentar cuatro o cinco personas. Si todo el mundo tiene que reinventarse, que empiecen ellos, que a duras penas saben ponerse una mascarilla sin ayuda.

Hay demasiada gente cabreada, con más o menos razones. Cierto que los líderes no trajeron el coronavirus, pero también es verdad que lo sufren menos que usted o yo. No dependen de si les pagan o no un Erte, de si se irán al paro o no, y les da un poco igual estar en fase cero, uno o dos. Mire a Isabel Díaz Ayuso, que lleva desde el principio en fase catorce, viviendo gratis en una suite de lujo sin que nadie le diga cuándo puede salir de su casa ni hasta dónde puede llegar. O Aznar. O cualquiera de todos esos que van y vienen, que no han perdido ningún privilegio ni temen por su futuro, al menos por el más inmediato.

Ellos y ellas no tienen que reinventarse. Como mucho han aprendido a ponerse una mascarilla, no sin esfuerzo, para salir en la tele. Algunos fingen estar cabreados, pero no se lo crea: su vida no ha cambiado tanto, o nada. Mientras a los demás se nos avecina la tormenta perfecta, que afrontaremos sin saber si podemos pedir servilletas en una terraza, ellos y ellas seguirán a lo suyo, viviendo una vida plena y regalada, gozando de una felicidad que a los demás se nos niega. Nunca acabarán en la cola de un comedor social.

Al principio creíamos que el coronavirus nos igualaba a todos, pero se ve que no. Como decía Orwell en Rebelión en la granja, todos los animales somos iguales, pero algunos animales somos más iguales que otros. Lo único que les podemos exigir, porque igualarlos a nosotros no es posible, es que gobiernen con sentidiño, que se ganen el sueldo y los privilegios, que nos ayuden a sobrevivir, que dejen de alimentar y practicar el odio. Que piensen lo que dicen antes de decirlo y lo que hacen antes de hacerlo. Y luego, eso sí, que vivan sus vidas de moqueta y terciopelo. Y que nos aclaren lo de las servilletas, por favor, que eso es importante.

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