Así es el balance de 546 días batallando contra el covid en primera línea

Año y medio después de ser diagnosticado el primer caso en el área sanitaria, Diario de Pontevedra reúne los testimonios de distintos profesionales sanitarios sobre el impacto que ha tenido el coronavirus en su vida laboral y personal
Un sanitario trabajando en la Uci de Montecelo. RAMÓN LEIRO
photo_camera Un sanitario trabajando en la Uci de Montecelo. RAMÓN LEIRO

Si alguien ha vivido la pandemia en primera línea es el gremio sanitario, que ha visto cómo de golpe y porrazo una nueva enfermedad colapsó el sistema, sin prospecto legible ni tratamiento efectivo. El primer caso diagnosticado en el área sanitaria de Pontevedra y O Salnés fue confirmado el 8 de marzo, cuando todavía había reticencia a pensar que la debacle de Wuhan podría repetirse en las Rías Baixas.

Desde entonces han pasado 546 días, en los que se han infectado 21.222 pacientes de los distritos de Pontevedra y O Salnés y han fallecido otros 201, la mayoría por encima de los 80 años, pero también gente joven y no con demasiadas patologías previas. Diario de Pontevedra ha querido pulsar la opinión de distintos profesionales sanitarios que han encarado el desafío en algunos de los puntos clave del sistema sanitario y una de las conclusiones comunes es que, aunque se han dado importantes avances, la covid sigue presente y ha dejado importantes secuelas.

Muchos no se han sacudido del todo el miedo a contagiar a los suyos, a algunos todavía les cuesta conciliar el sueño y no pocos atisban que aún quedan unos cuantos capítulos por escribir hasta zanjar la historia de la covid.

Cinco golpes. La digestión profesional y personal de la pandemia ha sido tan diferente como las cinco olas que han sido contabilizadas hasta la fecha. En el primer embiste reinó el miedo a lo desconocido y la impotencia de no saber cómo poner freno a un virus mortal. Sin embargo, la unión hizo la fuerza y los profesionales del área lograron sortear la situación con bastante éxito, con un número elevado de ingresos, pero también con una tasa de mortalidad bastante reducida.

"Al principio no morían tantas personas y te sentías útil, pero en la tercera ola fue la peor batalla de todas", apunta Inés Lobeira 

Eran tiempos de aplausos en el balcón y de una sanidad volcada de pleno en la lucha contra el coronavirus, Las consultas presenciales se redujeron a mínimos, las visitas a Urgencias se desplomaron por el pavor al contagio y un número importante de intervenciones quirúrgicas se derivaron a la privada. Cirugía se convirtió en unidad covid, así como muchos otros servicios de Montecelo, donde se llegó a prestar asistencia a más de cien pacientes covid de forma simultánea. 

En la segunda ola, iniciada a finales de verano del año pasado, la presión asistencial fue más contenida y se hizo un importante esfuerzo para compatibilizar la actividad asistencial con la atención a pacientes covid.

En cambio el golpe de la tercera ola después de las Navidades fue mucho más intenso y volvió a zarandear el sistema sanitario de arriba abajo, incluidas las listas de espera. El Área Sanitaria intentó mantener el máximo nivel de actividad, pero no siempre fue posible.

A finales de enero, estando ya iniciada la campaña de vacunación, llegaron a estar funcionando cuatro servicios de Montecelo como unidades de cuidados intensivos e incluso se tuvieron que derivar pacientes críticos a Vigo y algunas cirugías prioritarias al Hospital do Salnés.

La mortalidad se disparó antes de dar paso a una cuarta ola, la más leve, y a una quinta, la más voluminosa. El pasado 28 de julio se alcanzó el récord de 3.041 casos activos, un número que de no ser por la vacunación, probablemente elevaría el saldo de víctimas hasta límites no deseados.

Los profesionales sanitarios continúan hoy plantando cara al coronavirus, con más conocimiento y más armas, pero en la mayoría de los casos con los ánimos bastante más debilitados que en los inicios. El dolor, la presión y la incertidumbre cargan sobre sus espaldas, aunque no es menos cierto que pocos piensan en arrojar la toalla. Por suerte la vocación sigue a salvo. 

"En febrero ya estábamos hartos de ver tanto sufrimiento, que era diario y constante"

Inés Lobeira, Enfermera de la Unidad Covid habilitada en el Hospital Montecelo

"Parece mentira lo que llegamos a vivir, cómo nos jugamos la vida". Inés Lobeira (Marín, 1974) todavía recuerda con el corazón encogido la experiencia vivida en la planta de Traumatología del Hospital Montecelo, donde pasó de asistir a pacientes operados de rodilla o cadera a intentar remolcar a enfermos infectados por un virus desconocido, que comenzó a sesgar vidas sin paliativos.

Ines LobeiraRecuerda que en la primera ola "el miedo" convivía con "la ilusión" y que "la ignorancia de no saber a qué nos enfrentábamos nos daba fuerza para hacer todo lo que podíamos". Los profesionales de Hospitalaria formaron piña y se volcaron en la batalla contra la covid, pertrechándose bajo los medios que había entonces y dejando en segundo plano el reloj.

Los sanitarios pensaban que la victoria sería definitiva y que aquellas jornadas maratonianas tendrían su recompensa, por eso la segunda ola, la que se produjo tras el verano, fue "de resignación y frustración". "Ya sabíamos a que nos enfrentábamos y que iba a ser más largo, aunque luego veríamos que nos volvíamos a equivocar. No esperábamos que fuese tan doloroso y que se fuera a llevar tantas vidas", relata esta profesional.

"La peor batalla". La peor fase fue la tercera ola, tras las Navidades de 2020. Lobeira, enfermera de la que fue Unidad Covid central, asegura que "en febrero ya estábamos hartos de ver tanto sufrimiento, que era diario y constante". De hecho, todavía piensa "mucho en las familias que se quedaron en ese duelo", sin poder despedirse de sus seres queridos por las medidas de aislamiento que dictaban todos los protocolos de seguridad.

"Al principio no murieron tantas personas y te sentías útil, incluso agradecido de poder salir de casa e ir trabajar durante el confinamiento. Sin embargo, en la tercera ola vimos lo cruel que puede ser la covid. Sufrimos bastante, porque murió gente de todas las edades y personas que ya conocías, que eran tus vecinos. Todos los días veíamos las ucis llenas y que no paraba de llegar gente, parecía que nunca iba a acabar. Fue la peor batalla de todas, en la que tuvimos que de salir con todas las armas".

En su caso particular afirma que el haber ido relatando los hechos a los medios de comunicación le sirvió para "canalizar la carga emocional", pero advierte de que en muchos otros casos la presión generó una bola de ansiedad que se fue haciendo más grande y por la que "muchos están pagando ahora mismo".

Según dice, "la ola silenciosa de las patologías psiquiátricas está llegando" y afecta tanto al personal sanitario como a la población general. "Estamos viendo problemas de este tipo en todas las edades, también en adolescentes, porque fue algo brusco e inusual y no todo el mundo lo supo gestionar".

"Olas más pequeñas". Lobeira también lidió de cerca con el miedo al contagio, sobre todo al principio de la pandemia. Todos los días al salir del trabajo se quitaba la ropa antes de entrar a casa y se desinfectaba de pies a cabeza con precisión de cirujano. "Tenía desinfectante en el coche, el garaje, la entrada... Era como pasar por un túnel de lavado, cosa que ahora la ves y te parece hasta cómica".

Entre los retales más positivos de la pandemia, Lobeira destaca el "orgullo" que siente porque su gremio, el de enfermería, ha llevado a cabo una campaña de vacunación sin parangón en ningún otro país y porque la población ha respondido muy bien al invite.

"La mayoría se ha vacunado, por ellos mismos, pero también por sus familias. Eso me da esperanza y la sensación de que lo hicimos bien". Sobre las perspectivas de futuro, considera que "la covid ha venido para quedarse" y que durante los próximos "dos o tres años" se sucederán "olas cada vez más pequeñas". Su mayor miedo "es que venga una nueva variante de esas que se temen", aunque por lo de pronto confía en la efectividad de la vacuna. "De no ser por ella, con la cantidad de positivos que hubo en esta quinta ola, sería una hecatombe".

"Estás muy sensible y con la mosca siempre detrás de la oreja. No lo dices, pero lo vives"

Luis Novoa Médico de familia que atendió el primer caso covid del área sanitaria

Luis Novoa (Ourense, 1957) fue uno de los facultativos del centro de salud de A Parda que atendió al primer caso de covid diagnosticado en el área sanitaria de Pontevedra y O Salnés, un transportista de 45 años que tras un viaje a Madrid ingresó contagiado en Montecelo el 8 de marzo de 2020.

El desconocimiento que reinaba en aquellos momentos hizo que explorara la garganta de aquel paciente sin las medidas de protección que ahora se consideran imprescindibles. Y con el agravante de que fue informado de que aquel enfermo tenía coronavirus "muy tarde", un día después de ser confirmado el positivo y con la orden expresa de terminar de pasar consulta antes de confinarse en su domicilio.

Foto del medico Luis Novoa_ En las puertas del centro de salud de A Parda_ Avisadle antes de ir_ Os paso el numero por privadoHoy todavía recuerda aquel episodio como "una experiencia muy negativa, como un trauma psicológico muy importante". Su mujer es inmunodeprimida y solo pensar que podía haber llevado el virus a casa le sumergió en un pozo de incertidumbre. "Tenía miedo, pero no por mí, sino por ella", cuenta a este periódico.

El doctor Novoa se aisló en su vivienda y su mujer se trasladó a un hotel. Posteriormente, se reincorporó a su puesto de trabajo, pero ni él ni el ambulatorio volvió a ser el mismo. "La pandemia alteró todas las esferas de mi vida".

"No se acabó". El pavor inicial de la población a contagiarse vació las consultas y las posteriores restricciones ante la covid marcaron un punto de inflexión que se mantiene, priorizando la consulta telefónica frente a la presencial. La medida sigue suscitando serias críticas, pero el facultativo alega que el acceso a Primaria debe seguir restringido por el bien de la mayoría.

"A los profesionales que valoramos la conexión con el paciente esto nos resulta muy duro, porque lo que nos gusta es hablar con él y explorarlo físicamente. La consulta telefónica da mucho más trabajo, porque genera dudas de si lo has hecho bien o no y tienes que volver a citar a los pacientes que necesitan una valoración presencial. Sin embargo, la pandemia no se acabó y los contagios siguen ahí. Aún no podemos volver al modelo de centro de puertas abiertas".

La falta de profesionales para cubrir las bajas y vacaciones ha sobrecargado su agenda y la de colegas de Primaria hasta límites nunca vistos, pero si hay algo que pesa sobremanera es la tensión constante de si el virus viaja con él a casa.

"Estás muy sensible y con la mosca siempre detrás de la oreja. No lo cuentas ni lo dices, pero lo vives. Tienes miedo por lo que puedas llevar a tu familia, porque a fin de cuentas estás trabajando en un sitio de riesgo. Es como un minero, que va a la mina y no sabe lo que le va a pasar".

Por eso Novoa reclama "más sensibilidad por parte de la población" y "apoyo por parte de las instituciones". De cara a un futuro, aboga por "pensar en positivo y creer que vamos a vencer esto, que vamos a conseguir salir tener una vida normal, algo para lo que nosotros pondremos todos los medios".

"Todos tenemos una guardia mala, pero esto superó límites físicos y psicológicos"

José Luis Martínez Melgar Médico de la UCI

José Luis Martínez Melgar (Ourense, 1965) recuerda que en la Unidad de Cuidados Intensivos de Montecelo se vivieron los principios de la pandemia con "mucho temor", sobre todo por la falta de conocimiento y herramientas para plantar cara a "una enfermedad un tanto novedosa" que irrumpió "con una agresividad tremenda".

"Como intensivista estás acostumbrado a enfrentarte a situaciones muy complejas, pero de repente nos vimos con dudas sobre qué hacer para intentar que esos pacientes no muriesen", señala a este periódico.

Melgar Los ‘ucistas’ del CHUP conocían perfectamente el cuadro de síndrome respiratorio agudo, pero no de la forma con la que se presentó el coronavirus. "Algunos enfermos se ponían tan malos que en menos de 12 horas teníamos que utilizar la técnica de decúbito prono (boca abajo), un método que utilizamos en pacientes por inhalación de humo o neumonía bacteriana, pero en un porcentaje mucho menor y de forma más tardía", apunta Melgar.

Además, muchos enfermos llegaban a las unidades de críticos en una "situación muy placentera, preguntándose qué hacían allí", pero cuando los facultativos veían las gasometrías y las radiografías de tórax se echaban "las manos a la cabeza". Los pulmones estaban hechos polvo.

El especialista lleva 26 años trabajando en la UCI y, según dice, jamás había presenciado una sobrecarga asistencial como durante la pandemia, en la que muchos sanitarios llegaron a la "extenuación" demasiados días. "Todos tenemos una guardia mala, pero esto superó determinados límites físicos y psicológicos. Veías que llegaban constantemente pacientes a los que había que intubar, colocar en decúbito prono... Demasiado presión continua. Era como si de repente viniera un autobús accidentado con diez heridos graves, mañana otro, pasado otro...".

"Hubo demasiado presión continua, como si de repente viniera un autobús con diez heridos graves, mañana otro, pasado otro...", apunta el doctor 

Medicina de guerra. Melgar cree que el peor embiste fue el de la primera ola, cuando "incluso se llegó a recurrir a la conocida como medicina de guerra, salvando a aquellos pacientes a los que realmente tenías la capacidad de salvar".

En la segunda ola la tensión se relajó y en la tercera los intensivistas "ya sabíamos a lo que nos enfrentábamos", pero fue cuando se produjo la mayor congestión. Montecelo llegó a habilitar cuatro UCI y a desviar pacientes graves a Vigo por la falta de camas.

En la cuarta y la quinta ola el número de críticos se redujo, pero como contrapartida la edad de los afectados descendió, algo que según Melgar dio lugar a una "situación más angustiosa para el entorno familiar y los sanitarios, porque piensas que una persona de 50 años no puede morir".

Otro plus añadido por la covid fue la necesidad constante de trabajar con medios de protección, los famosos equipos de protección individual (EPI), que «multiplican por cuatro y cinco veces el esfuerzo». Y eso en el mejor de los casos, porque en la UCI también hubo momentos en los que escasearon medios.

A nivel personal, el intensivista señala que no es plato de buen gusto informar por teléfono a los familiares de que determinado paciente "puede fallecer en pocas horas" y que, a pesar de estar rodado en las tablas de la UCI, no podía evitar ponerse "en el lado del ciudadano".

"Tengo dos hijos, mi mujer, mi hermana... Y no sabía si algún día alguno de nosotros podía desarrollar lo mismo que el paciente que atendía todos los días. La angustia era importante". El miedo al contagio llevó a este facultativo y a su mujer, también sanitaria, a establecer "casi un muro de Berlín" en su casa para proteger a sus hijos adolescentes.

Con el paso del tiempo la tensión fue a menos, pero si hay algo que destaca este profesional es la implicación de todo el personal del sistema sanitario, «desde médicos al personal de enfermería, auxiliares, celadores y limpiadores». "Todos supimos hacer piña, algo muy importante desde el punto de vista profesional y humano". 

"Tuvimos que dejar a un lado la parte familiar, pero colaboramos entre todos y formamos una piña"

Ana Couto, enfermera integrante de los equipos de vacunación

Ana Couto (Pontevedra, 1971) es una de las enfermeras del área sanitaria con más tablas en la campaña de vacunación frente a la covid, pues fue una de las primeras en adherirse a los equipos de inoculación.

ana coutoRecuerda que suministró la primera dosis en una residencia de Poio y que tanto ella como sus compañeras estaban "nerviosas" por "si nos daban las cuentas y conseguíamos sacar las (famosas) seis dosis de cada vial". "Llevábamos los protocolos hiper leídos, pero era algo totalmente nuevo", relata en la entrevista.

El cambio continuo del procedimiento no fue fácil de llevar. Cada una de las cuatro vacunas autorizadas cuenta con su propio manual y las directrices sanitarias para su suministro no fueron precisamente estables. Además, la falta de profesionales llevó a esta enfermera a "doblar turno" en multitud de ocasiones, renunciando a fines de semana, vacaciones y festivos, y repartiendo casi sin descanso los sueros de Pfizer, Moderna, Janssen y AstraZeneca para poner freno a la covid.

"Empezamos nerviosas por si no conseguíamos sacar las seis dosis de cada vial", señala Ana Couto

Primero en residencias de mayores y luego en centros de salud de todo el área, domicilios de grandes dependientes, hospitales y desde hace unos meses en el vacunódromo por excelencia de Pontevedra, el Recinto Feiral. Couto ha perdido la cuenta de cuántas dosis puede haber suministrado, pero retiene una imagen "muy positiva" de su participación en la campaña de vacunación.

"Tuvimos que dejar a un lado la parte familiar, pero formamos muy buen equipo y en el Recinto todos colaboramos entre todos. Formamos una piña". Reconoce que la vacuna de AstraZeneca generó "cierta controversia" y que algunos de los citados se presentaban a la cita "inquietos", con dudas sobre los efectos de la inoculación.

No obstante, asegura que "en general la gente respondió muy bien" y que muchos "se emocionaron" al recibir la vacuna. A nivel personal dice que la experiencia le «llenó» y eso que su aterrizaje en el escenario de la pandemia fue de todo menos leve. En mayo, en retirada de la primera ola, perdió a su marido a causa de un tumor. "Quizás por eso me volqué más en el trabajo y nunca tuve miedo".

"Todos hemos trabajado con pacientes covid sin los medios adecuados y muchos compañeros se contagiaron"

Alfonso Boullosa Técnico de emergencias sanitarias en Bueu

Alfonso Boullosa (Buenos Aires, 1967) cuenta que al inicio de la pandemia "el sentir general" en el sector de las ambulancias fue de "auténtico desconcierto". "No sabíamos a qué nos enfrentábamos. Había mucha desinformación, angustia y mucha tensión. Los cambios constantes de protocolo aturdían y la falta de material asustaba, especialmente en la primera ola. Los epis no llegaban y el miedo a arrastrar el virus a casa ahogaba al personal casi todas las jornadas.

boullosaDe hecho, el gremio critica "la falta de reconocimiento" a su labor, pues considera que ha estado "en primera línea de batalla", trasladando a pacientes que supuestamente eran de bajo riesgo y que finalmente se revelaban como positivos.

"Al principio era una alerta sanitaria, pero cuando vimos realmente lo que estaba sucediendo empezamos a tener conciencia de que no estábamos preparados ni equipados (...) Todos hemos trabajado con pacientes covid positivos sin los medios adecuados y muchos compañeros se han contagiado. Muchas veces tuvimos que comprara material con dinero de nuestro propio bolsillo, como las pantallas que se usan para cortar el césped. Nos pertrechamos como pudimos".

"Es la etapa profesional más difícil. La gripe aviar no fue ni un cuarto de lo que pasó aquí con el covid", declara Alfonso

Boullosa reivindica que el sector del transporte siempre ha sido "un eslabón muy importante" en la asistencia a los casos covid y que, a pesar de disponer de muchos más medios e información que al comienzo de la pandemia, hoy "sigue estando expuesto" al contagio.

A nivel personal no esconde su "rabia" por ver cómo terceros tiraban por la borda el esfuerzo individual. Alfonso renunció a visitar a su madre "para protegerla" y se encerraba "días enteros en el piso", de ahí que le molestara encontrarse luego "con un descontrol general".

A nivel profesional, afirma que en sus 25 años de trayectoria la covid representa "la fase más difícil". Según dice, "la gripe aviar no fue ni un cuarto de lo que pasó aquí con el covid y la alerta de ébola fue tan corta que no dio tiempo casi a asimilarla", por eso asevera que, "sin ninguna duda, el año y medio que llevamos con esto han sido los más complicados".

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