CAMINO A LA NORMALIDAD

A dónde vamos

Lector de prensa, en una terraza. JAVIER CERVERA-MERCADILLO
photo_camera Lector de prensa, en una terraza. JAVIER CERVERA-MERCADILLO

NO SABEMOS en qué situación estaremos dentro de un año, o cómo evolucionará el virus y eso que llamamos "nueva normalidad". Por lo general, la incertidumbre asusta y genera inseguridades. Pero las incertidumbres son también una increíble fuente de evolución. Cuando hace miles de años llegaba alguien y se preguntaba: "¿Qué carajo habrá tras esa montaña?" y se decidía a averiguarlo, podía encontrar un mundo maravilloso, mucho mejor que lo que conocía. También podría encontrarse con un río de lava y morir abrasado. Pero necesitaba comprobarlo: por curiosidad, por buscar alimento o por escapar de una aldea que se le quedaba pequeña.

En una aldea paleolítica no sería yo el tipo de persona que se aventurara en busca de algo diferente. Carezco de valor para este tipo de cosas. Yo me quedaría haciendo fuego para asar un venado, o algo así, útil, incluso necesario, pero lo menos arriesgado posible. Por eso las sociedades se han organizado siempre en función de las habilidades de sus miembros. Los hay que vivimos más cómodos rodeados de certidumbres y fracasamos cuando buscamos el riesgo. Eso no significa que uno sea mejor o peor, sino que vale para lo que vale.

Yo de la nueva normalidad, aparte de que se vaya el virus, solo espero recuperar las cosas buenas de la vieja normalidad y que sean otros los que se encarguen de explorar nuevos horizontes, que lo harán mucho mejor que yo porque todo en esta vida requiere cualificación, conocimientos y carácter. Yo podría ser uno de los encargados de recuperar la sana costumbre de leer el periódico en una cafetería, por ejemplo. Eso se me da divinamente. Son cosas tan necesarias como reinventar la sanidad y la educación públicas.

La prensa en los bares es algo necesario, un servicio público de primera necesidad, algo que existe desde que existen los periódicos y que nunca se había perdido hasta el coronavirus. Las pequeñas cosas, los placeres y las costumbres cotidianas levantan la moral y nos devuelven a una vida más amable. La nueva normalidad no puede significar cambiarlo todo, como si nos hubiéramos ido a vivir a otro planeta donde nada volverá a ser lo mismo y todos y cada una nos vemos obligados a reinventarnos.

Pausadamente, pero a un ritmo regular, la ciudad va recuperando su latido. Y Pontevedra es un lugar que ofrece seguridad en las distancias, en los paseos y en la amplitud de sus espacios. Auguro que mucha gente vendrá a pasar aquí unas horas este verano y que poco a poco se irán animando el comercio y la hostelería. Ya lo están haciendo. De nosotros depende en buena medida que eso sea así. El esfuerzo del pequeño comerciante y del autónomo, con menos ayudas de las necesarias, ha sido hercúleo. Ahora empiezan a levantar cabeza y es buena cosa ponerse a su lado.

Es un excelente momento para promocionar a nuestra ciudad, porque la tenemos envuelta en papel de regalo para cualquiera que venga a conocerla. Tenemos el lugar ideal para quien quiera desintoxicarse de estos meses tan extraños y esa promoción no debe ser sólo cosa de las instituciones, que también, sino de todas y todos. Si desde tantos sitios, algunos muy lejanos, se nos admira y se nos premia, no es por casualidad.

Y va siendo hora de que dentro de la nueva normalidad recuperemos lo mejor de la anterior. El placer del paseo, la admiración de tantos lugares hermosos, la convivencia ciudadana y sí, el sentarse en una terraza o en una barra y leernos un periódico. Dirá usted que mi insistencia en que consumamos prensa local es interesada porque escribo en ella. Pues claro, señora mía, pero tampoco estoy recomendándole que se abra la cabeza contra un muro, sino algo tan sencillo y deleitoso como pedirse un café y leer un periódico, algo que, no me lo niegue, echa usted de menos porque es usted una persona juiciosa.

Son cosas que nos reconcilian con la vida: ver a niños correteando con sus patinetes o jugando con una pelota en una plaza; ver a una pareja de ancianos paseando cogidos del brazo; comprobar que el comercio recupera el pulso y que abren los bares, cruzarse con amistades lejanas y constatar que a pesar de todo lo que se ha sufrido y lo que hemos tenido que escuchar, tenemos la suerte de vivir en una ciudad envidiada. Que vamos levantando cabeza y que aunque no tengamos ni idea de qué es la nueva normalidad ni de cómo evolucionará todo, estamos a la cabeza de nuestro país y de medio mundo en una serie de parámetros como la calidad de vida, la ausencia de motores y bocinazos o la recuperación de los espacios públicos.

Gocemos de ello, celebrémoslo y seamos conscientes de que pontevedresas y pontevedreses somos de los pocos que sabemos quienes somos y de dónde venimos, y aunque nadie puede saber a dónde vamos, nosotros estamos mejor preparados para averiguarlo y afrontarlo.

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