CAMINO A LA NORMALIDAD

Nueva normalidad pontevedresa

División en la calle sobre el uso de mascarillas para pasear. El Gobierno las recomienda. RAFA FARIÑA
photo_camera División en la calle sobre el uso de mascarillas para pasear. El Gobierno las recomienda. RAFA FARIÑA

PONTEVEDRA SIGUE desperezándose mientras fuera de aquí siguen discutiendo sobre si el proceso de desescalada se lleva bien o mal. Sobre si Madrid, Valencia o algunas provincias andaluzas merecían el paso a nuestra fase o quedarse en la que están. Todo en España es estos días objeto de discusión política. Bien, allá ellos. La ciudadanía pontevedresa bastante tiene con ir caminando hacia esa nueva normalidad, que le llaman. Me pregunto seriamente en qué consiste eso y en qué afectará a nuestra ciudad. Nos hablan de ella pero nadie nos dijo en qué consiste. Lo de la nueva normalidad es como el Un, dos, tres, que los concursantes iban avanzando, eliminando a sus rivales y cuando llegaban a la final, lo mismo podían ganar un apartamento en Torrevieja que catorce kilos de cebollas, y ello no dependía de su intrepidez ni de su inteligencia, sino de la suerte buena o mala al elegir entre dos tarjetas en las que se avanzaba un texto que no daba indicio alguno o si lo daba era engañoso.

Con esto pasa un poco lo mismo. Aquí, creo yo, las cosas las hemos hecho razonablemente bien hasta ahora. En Pontevedra, quiero decir, y en nuestra comarca. Sin embargo, cuando este martes salí a la calle vi a muy poca gente con mascarillas. De hecho, al salir de portal era yo el único y me sentí raro, pero aguanté porque mi señora no me deja salir sin mascarilla. Luego, para mi consuelo pasaron un par de personas que también la llevaban y eso mitigó mi vergüenza.

No sé si eso es buena o mala señal: o nos sentimos seguros porque aquí ha habido muy pocos contagios, o estamos arriesgando. Sea como sea, que yo no soy Fernando Simón, este paso hacia la nueva normalidad ha supuesto un enorme alivio para mucha gente. A nuestro hijo, Rodri Scott, por ejemplo, le ha dado la vida el volver a terracear y ver de nuevo a su gente. Por mi calle, los bares y la mayor parte de los comercios siguen cerrados pero con propietarios y trabajadores listos para abrir en breve. Desperezándose, como Pontevedra.

Volviendo a la nueva normalidad, nadie sabe en qué consiste. No lo sabe Pedro Sánchez, vamos a saberlo usted y yo. Puede que una vez pasada la pandemia y superados los posibles rebrotes, la cosa dependa más de nosotros y de nuestros líderes locales y provinciales que de más allá. Cada aldea, cada pueblo, cada parroquia, cada ciudad, cada comarca, tendrá que buscar su camino. Eso a mí me parece bien. Somos herederos del Parroquial suevo por algo. Tenemos en Galiza un historial de supervivencia a la que no es en absoluto ajena nuestra ciudad, que desde siempre ha sabido mantenerse y cuando ha hecho falta, renacer. Y aquí seguimos, dando hoy ejemplo de cómo debe ser la ciudad habitable y sostenible que todos quieren tener.

Pese a algunos agoreros, Pontevedra es hoy la mejor ciudad de Galicia para vivir, para pasear y para comprar. Claro que viviremos una fase de recuperación, pero sostengo que la nuestra será más corta que la de muchas otras ciudades, porque tenemos más mimbres para hacer nuestra cesta. Así que nuestra nueva normalidad, a poco que hagamos las cosas bien, será mejor que la nueva normalidad de otros lugares. No porque los pontevedreses y las pontevedresas seamos mejores que nadie, sino porque, o mucho me equivoco, o nos sonará la flauta, porque lo que necesitaremos en estos nuevos tiempos será lugares amables y habitables, donde la vida, el espacio y la movilidad serán fundamentales para el comercio, la pequeña empresa y sectores como los servicios, la cultura y el ocio o el entretenimiento. Esas cosas que antes a mucha gente le parecían minucias, en una competición absurda por ser la ciudad con más avenidas, con más carriles, con más aparcamientos y con más de todas esas porquerías que hoy vemos que no hacían ninguna falta.

Pontevedra emprendió, ante el pasmo de muchos, de casi todos, el camino contrario, un camino en el que los coches no viven, ni las personas viven para ellos. Parece poca cosa, pero me temo que las ciudades, las grandes y las pequeñas, empiezan a comprender la importancia de la comunidad y de las personas, que no fuimos diseñadas para andar en coche, sino para andar como mamíferos bípedos para buscar nuestros recursos. Y nuestros recursos están al alcance de la mano, no del motor de un coche.

Algún ajuste habrá que hacer, pero será eso, algún ajuste. Otros están ahora mismo pensando en cómo empezar desde cero lo que nosotros llevamos más de veinte años haciendo. Propongo que no perdamos el tiempo; que mientras los demás empiezan lo que aquí hemos acabado, peguemos un acelerón y marquemos otro hito, que enseñemos a los demás cómo puede ser la nueva normalidad, que hagamos piña y aprovechemos todas esas ventajas para marcar el futuro. No es la primera vez que lo hacemos. Lo hicimos en estas dos últimas décadas y lo hemos hechos dos o tres docenas de veces desde que Pontevedra existe.