CAMINO A LA NORMALIDAD

Pelea, pelea

Vista general del Salón de Plenos del Congreso de los Diputados durante la sesión celebrada este miércoles. BALLESTEROS (EFE)
photo_camera Vista general del Salón de Plenos del Congreso de los Diputados durante la sesión celebrada este miércoles. BALLESTEROS (EFE)

NO SÉ si a usted le gusta lo que vivimos este miércoles con el voto a la prórroga de estado de alarma. Fue muy poco edificante. No es que el Parlamento español haya sido nunca un gran ejemplo de diálogo constructivo, pero es que ahora esta gente tiene entre sus manos las vidas de millones de personas. Las vidas y las muertes. Es por eso que los insultos, las descalificaciones gruesas, los bulos, las amenazas, dan miedo.

Aunque el Hemiciclo parezca un especial de Sálvame, no lo es. Nadie sale a la calle a manifestarse, a montar un escrache o una cacerolada para atacar o defender a un personaje del corazón. Lo que están consiguiendo los diputados, sus portavoces y sus gurús es lograr que ese debate tan inoportuno se lleve a las calles. Afortunadamente en Pontevedra no se ha dado, ni espero que se dé, pero ya hay algunas ciudades donde las caceroladas de la extrema derecha son respondidas por grupos antifascistas.

No es tan preocupante la gente que busca gresca. De ésa siempre ha habido y habrá. Me dan más miedo las personas asustadas, preocupadas o simplemente hartas de las condiciones en las que estamos viviendo, de la crisis económica que vivimos ya y de la que se avecina. No es bueno que los líderes azucen a toda esa gente y la animen al enfrentamiento, porque por este camino, si la cosa no se encauza a tiempo, podemos acabar muy mal.

Tampoco son muy provechosos los vaivenes de algunos grupos políticos que actúan en plena pandemia, mientras la gente muere, por intereses electoralistas. La geometría variable permite esos cambios de rumbo, pero los líderes están actuando como feudales gallegos, que firmaban un tratado de paz un día, lo celebraban comiéndose media docena de corderos, se despedían con un abrazo jurando fidelidad eterna y a la mañana siguiente estaban sitiando el castillo de su nuevo aliado. Así acabaron, aplastados por los reyes Católicos.

Todos los partidos nacionalistas que apoyaron la investidura de Sánchez, salvo el PNV, le dieron este miércoles la espalda, bien con un no rotundo, bien con la abstención. Están en su derecho, toda vez que el PSOE ha preferido apoyarse en Ciudadanos. Se trata de una jugada muy peligrosa que puede acabar con el Gobierno en cosa de meses. Con Arrimadas e Iglesias enfrentados a muerte y con la pésima relación entre Ciudadanos y el PNV, no tardarán en saltar las chispas. Cuando eso suceda, el PSOE puede encontrarse con los de Podemos y los nacionalistas asaltando una puerta del castillo y PP y Vox la otra puerta.

Y todo ello puede suceder en un escenario terrorífico, mientras tememos un rebrote de la pandemia, en medio de una crisis económica galopante y los líderes nos piden que nos lancemos a las calles a hacer escraches y caceroladas. Tensionar las calles, tratar de enfrentar a las eternas dos españas, es una idea inoportuna y peligrosa. Lo suyo sería rebajar la tensión, y de no ser así, si quieren pelearse, pues yo diría que Sánchez y Casado o Iglesias y Abascal, un suponer, se partan la cara entre ellos ahí en la tele ante España entera y resuelvan así sus diferencias, pero eso de utilizar a un pueblo en estos momentos de enorme vulnerabilidad para buscar que sus seguidores se enfrenten por ellos es un acto de cobardía y de falta de inteligencia.

Los feudales gallegos daban ejemplo. Se ponían al frente de sus tropas y eran los primeros en llegar al frente de batalla, donde en muchas ocasiones perdían la vida, o caían prisioneros y pasaban un par de años en una mazmorra. Estos no se juegan nada, ya no digo la vida. Como mucho se juegan el poder y cuando lo ganan no saben utilizarlo. Así, diría yo que quienes tienen el mandato de gobernar lo hagan con mesura y los que están en la oposición la ejerzan con sentido de Estado y con lealtad, ya no al Gobierno, pero sí al pueblo al que representan, que no creo que nadie haya votado a nadie para que vaya al Parlamento a amenazar a un contrincante o a proponer caceroladas.

Esas caceroladas, además, que pronto pueden encontrar una respuesta más o menos proporcionada, son una estupidez. Piden "libertad". Libertad para contagiarse y contagiar a los demás. Libertad para volver a confinarnos a todos. Y la piden, además, sin guardar ninguna medida de seguridad, muy juntitos, la mitad de ellos y ellas sin mascarilla. No diré que merezcan contagiarse, pero sí que se lo están buscando. Lo están pidiendo literalmente a gritos. Y la policía pasa por en medio y saluda, que no llevan esteladas, que si no los molían a palos.

España es así: en sus peores momentos, en lugar de unirse, se enfrenta a la otra mitad y luego se preguntan por qué algunos no quieren ser españoles.