CAMINO A LA NORMALIDAD

La vida misma de una extraña pareja

Gente paseando por la calle Michelena. DAVID FREIRE
photo_camera Imagen de gente paseando hace unos días tras los primeros permisos para salir de casa. DAVID FREIRE

DESDE HACE meses, tal vez un año o más, desde luego mucho antes de la pandemia y el confinamiento, veía pasar por la avenida de Vigo, a la altura en la que se junta con A Peregrina, a un joven muy joven con un anciano muy anciano. A veces me cruzaba con ellos por la calle y en otras ocasiones los veía pasar mientras yo estaba sentado en una terraza, en la que también alguna vez se sentaban ellos.

El joven, que puede ser su nieto, un trabajador social o un voluntario, no sé, siempre estaba muy pendiente. A veces, cuando el anciano estaba muy cansado, se sentaban en un banco y luego el chico tiraba de él: "Venga, vamos a pasear otro rato". Cuando el señor se hacía el remolón, insistía: "Sólo un poco más, hasta ahí adelante, que tomamos un café, que invito yo". No sé si ese trabajo estaba remunerado, pero siempre pensé que ese chaval merecía un sueldazo. Tiene, creo, un talento especial para esa labor e imagino que una enorme vocación. Nunca perdía la sonrisa y trataba al anciano con la mayor deferencia. Caminaban siempre juntos, el anciano apoyado en el brazo del chico, que nunca dejaba de darle conversación.

Formaban una extraña pareja, creo que la más entrañable de mi calle y pensaba yo que además de todo, contaban con grandes dosis de paciencia para aguantarse, el viejo siempre resistiéndose a avanzar y el chaval constantemente animando. Una lucha que siempre se resolvía de una manera cordial cuando uno de los dos se rendía, en una especie de negociación continua en la que uno u otro acababan cediendo, pero repartiéndose las victorias de manera casi equitativa. Que yo haya visto, el joven se apuntaba más tantos, pero imagino que también sabía cuándo le tocaba perder.

Durante todo este tiempo, desde que empezó el confinamiento vi una vez al chaval, que iba solo por la calle y me asusté. No le pregunté por su anciano porque no nos conocemos de nada y no me atreví a preguntarle qué era del señor al que le hacía de amigo, de acompañante y de bastón. No sería oportuno, pensé, pero volví a casa preocupado, imaginando lo peor.

Este domingo me llevé la alegría de mi vida porque ahí estaban otra vez los dos juntos, como siempre caminando uno del brazo del otro, ahora con guantes y mascarillas, el chaval animándolo a caminar un poquito más. No sé por qué, durante estos dos últimos meses me acordé mucho de ellos, casi a diario. Formaban parte del paisaje de mi calle y me alegraba verlos. Me pregunté muchas veces qué habría sido del anciano, si estaría bien de salud, si el joven podría ir a visitarlo, si estaría bien atendido, si el viejo seguía viviendo. Cuando los vi el domingo estuve a punto de echarme a llorar de alegría. Cosas que tiene la cabeza, que siempre acaba tomando su propio camino.

No tengo ni idea, ni la tendré jamás, de los motivos por los que quiero a esas dos personas desconocidas con las que seguro que no intercambiaré una conversación en la vida, ni siquiera un simple saludo. Pero verlos a los dos otra vez paseando juntos y al anciano vivo y aparentemente igual de salud que antes, mientras imaginaba la sonrisa del chico tras la mascarilla, eso me reconcilió con la maldita pandemia y me hizo pensar que tanto esfuerzo que ha hecho tanta gente ha valido la pena. Comprobar que pese a todo hay cosas que no han cambiado; que sí, que parece que todo es diferente porque hemos visto y seguiremos viendo un mundo que hace unos meses nos parecería irreal, cosa de ciencia ficción, pero parte de lo importante es ver a la misma gente de antes recuperando su vida y tratando de desoxidarse, como mi anciano o de tirar de los demás, como mi joven que lo atiende.

Mi calle va tomando forma poco a poco, recuperando la vida. A otro ritmo claro, y con tanta gente asustada todavía como en cualquier otra calle de esta ciudad y de cualquiera, pero en fin. Nadie sabe muy bien cómo saldremos de ésta. Es complicado. No sabemos cuánto durará ni cuáles son las soluciones correctas. No hay claves ni recetas escritas en manuales. No hay protocolos, pero aquí seguimos, tratando de avanzar. Imagino que se trata de apechugar y usar la sensatez. El caso es que el escenario que vivimos durante estos últimos meses, casi apocalíptico, de gente confinada en sus casas y llenando a ratos las calles de mascarillas que hacen a muchos irreconocibles, me cambió hoy al ver a esa extraña pareja. Pensé al verlos que la vida sigue, que hay cosas que no han cambiado tanto y que a pesar de todo lo que estamos viviendo, aún hay esperanza y muy buena gente, como el chaval que acompaña al anciano, que le da ánimos y le invita cada día a luchar un poquito más. El mayor avance, la mejor noticia que he visto desde que empezó todo fue el ver a esos dos hombres a los que adoro en secreto ocupando otra vez mi calle y manteniendo su diaria lucha cordial por caminar un poco más o un poco menos.

Comentarios