CAMINO A LA NORMALIDAD

Vuelta a la tierra

Isabel Martínez, propietaria del videoclub Max Vídeo Digital. GONZALO GARCÍA
photo_camera Isabel Martínez, propietaria del videoclub Max Vídeo Digital. GONZALO GARCÍA

POR PRIMERA vez en meses me adentré en el centro de Pontevedra. Lo más lejos que había ido últimamente es al estanco de la avenida de Vigo, que viene cayendo a unos 50 metros de mi portal. Pero hoy, obligado por mi señora me adentré en la zona cero de la fase uno. Reconozco que hay ahí más vida que en mi barrio, que lleva las cosas con cierta parsimonia aunque sin ningún drama. Adentrándonos en el centro encontramos sitio en una terraza donde me tomo el primer café desde allá por febrero como si fuera el primero de mi vida. Vi una escena a la que nos acostumbraremos: una camarera desinfectaba cada silla y la mesa cada vez que los clientes marchaban y daban paso a otra gente. Hacia el centro hay cada día más negocios que se deciden a abrir y eso insufla optimismo.

Sigue todo teniendo ese punto de fin del mundo, pero imagino que a medida que nos vayamos haciendo a estas prácticas también nos sentiremos cada día menos raros y más seguros. De vuelta a casa leo una noticia descorazonadora: cierra el videoclub Max Vídeo Digital, que contaba con más de 16.000 títulos y tenía un fondo de cine clásico inmenso. Hace muchos años trabajaba yo en ese barrio y era cliente asiduo. El negocio se sostenía porque venía gente de todas partes sabiendo que ahí encontraría cualquier película que quisiera ver. El coronavirus ha podido con él. Explica Isabel, la dueña, que la pandemia ha llevado a los clientes que le iban quedando a conocer nuevas formas de ver cine en plataformas digitales, y que las nuevas normas de sanidad que obligan a desinfectar cada cosa que tocara cada cliente harían inviable su supervivencia. Añade que en todo caso era algo que tenía que suceder tarde o temprano y en su caso, ya tiene un plan para reinventarse con un proyecto de una casa rural.

Pues es buena idea, la mejor. Sostengo que en rural, en nuestras parroquias, está buena parte de nuestro futuro. No quiero decir con esto que haya que abandonar la ciudad, y menos una como la nuestra, pero sí que los recursos que nos da la tierra, que en nuestro caso es pródiga, ofrecen una salida muy a promocionar y a tener en cuenta. Hará falta algo de imaginación, pero con el debido apoyo institucional y una normativa apropiada, una familia puede obtener ingresos o completar los que ya tiene trabajando el campo, como hicieron nuestros ancestros hasta hace pocas décadas. No necesitamos que vengan camiones y camiones de grandes explotaciones de Murcia cargados de pimientos o de tomates, si es que en Murcia hay tomates, que no lo sé, cuando perfectamente podemos abastecernos de lo que nosotros podemos producir.

El turismo rural es otra buena opción y es la prueba de que los turistas no tienen por qué venir a los grandes hoteles de la costa. Una familia puede vivir de una casa rural con cuatro habitaciones. Tenemos rutas de senderismo y muchas otras actividades para quienes no buscan encerrarse en una playa, sino buscar el sosiego y la inspiración de nuestros montes, nuestros regatos y nuestra naturaleza tan hermosa. Y a tiro de piedra, la mejor ciudad de Galiza.

Así que me da pena que desaparezca Max Vídeo, pero creo que tanto su propietaria como todos nosotros saldremos ganando, porque ha optado, supongo que sin saberlo, pues imagino que su nuevo proyecto viene de atrás, por el camino correcto, que es el de cambiar el cine, que ya se puede ver de mil maneras sin necesidad de un videoclub, por ofrecer a quienes nos visiten un trozo de nuestro país. Una experiencia no sé si mejor o peor, pero sí muy diferente a una playa masificada para tostarse al sol hasta acabar rojo como un camarón.

Por eso digo que es una vía infrautilizada, no sólo por los empresarios y las instituciones, sino también por las familias. Nuestro campo se fue abandonando hace décadas, sobre todo a partir de la posguerra, cuando la emigración, la miseria, la represión y la industrialización echaron de ahí a pueblos enteros. Pero hoy las cosas son diferentes. Hay buenos servicios en las parroquias, hay Internet, hay agua corriente y saneamiento, no en cada kilómetro pero casi. Hay buenas comunicaciones y donde no hay transporte público es porque no hay suficiente demanda, pero ésta llegaría. A cien metros de la aldea de mis abuelos, en la que no viven más de quince almas en invierno hay una aldea abandonada, con todo e iglesia, desde hace mucho más de medio siglo. Y como ésa, cientos y cientos. El campo gallego se ha convertido en un erial muerto y abandonado, pero lleno de vida, de naturaleza y de recursos. Para mí, el ejemplo de Isabel, que cierra un videoclub para irse al rural, es el camino que muchos deberíamos emprender. Eso no nos desvincula de la ciudad, sino al contrario. Cuando Isabel abra su casa rural, sus clientes vendrán a conocer Pontevedra, aquí comerán algún que otro día, pasearán entre nosotros, harán sus compras y regresarán a sus lugares de origen recomendándonos.

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