Camino a la normalidad

No lo sé

Fernando Simón, este domingo en rueda de prensa. EFE
photo_camera Fernando Simón. EFE

Llevamos varios meses primero encerrados en nuestras casas y luego con unas tan necesarias como enormes restricciones de movimiento. Eso significa entre otras cosas que hemos gastado poco y que hay sectores, como el pequeño comercio o la hostelería que han sufrido mucho. Algunos no han subido las persianas todavía y puede que entre ellos los hay que no vuelvan a abrir. Y esto no es más que el principio. Los efectos económicos de esta pandemia irán en aumento y se alargarán en el tiempo. Todas las crisis son así. Uno sabe cuándo empiezan pero nunca cuándo acabarán. Y más si, como es el caso, la crisis económica está provocada por un virus que tampoco sabemos cómo evolucionará.

Hay mucha gente perdida, también entre quienes tienen la responsabilidad de conducir el asunto. Normal, si tenemos en cuenta que nunca nos habíamos enfrentado a una situación como ésta, que combina muertos con una catástrofe económica. Aquí el único que piensa con calma es Fernando Simón, capaz de reconocer que no tiene todas las respuestas, la persona que más veces ha pronunciado en España las palabras "no lo sé". Todos los demás fingen saberlo todo. Imagino que creen que un presidente del Gobierno o un líder de la oposición no pueden decir que no saben algo. Piensan que reconocer su ignorancia sobre algunos asuntos no los humaniza, sino que les confiere una imagen de inoperantes, ineficaces o inadecuados para el cargo que ocupan.

En España, el "no lo sé" parece un delito. Si va usted a una taberna y se habla de un tema, ponga usted el que quiera, que tanto da, nunca escuchará a nadie decir que no sabe algo. Todos tienen una respuesta a cualquier pregunta, todos y todas son expertos en lo que sea, yo el primero. Todo el mundo sabe qué ocurrirá, cómo y cuándo, y todos tienen la solución para cualquier problema. Si me pregunta usted en una terraza cuándo acabaremos con el virus o si es óptimo abrir aeropuertos o blindar países yo, más que una opinión tengo una respuesta, porque si voy a un bar o escribo una columna para decir "no lo sé", entonces no valgo nada. Ni yo ni usted ni nadie. Las cosas hay que saberlas.

Hay estrategias para eludir el "no lo sé". La más eficaz es cambiar de tema, aunque corremos el riesgo de entrar en un círculo vicioso sin final, porque del nuevo asunto también tenemos que saberlo todo. En toda la Vía Láctea no hay ser vivo capaz de predecir cómo acabará esta doble crisis económica y sanitaria, ni cómo evolucionará, ni el daño que causará. Pero salvo Fernando Simón y puede que otras cinco o seis personas en el mundo, tampoco nadie es capaz de decir "no lo sé".

Esa actitud, ya que empezamos hablando de la crisis económica que de momento es muy visible en el pequeño comercio y en la hostelería, es profundamente dañina. Todos tenemos la solución a todos los problemas, aunque ninguno tengamos ni la menor idea de en qué situación estamos ni a dónde vamos a parar. Yo cogería a todas las personas capaces de reconocer su ignorancia y las pondría al frente de la crisis, porque el que reconoce no saber algo es el que busca respuestas y soluciones. "No lo sé, pero me lo estudio esta tarde y si quiere preguntármelo mañana, le doy una respuesta", le dijo Fernando Simón a un periodista. No sé si se lo volvieron a preguntar, pero estoy seguro de que sí se lo estudió.

Al bueno de Fernando Simón le achacan algunos que no sea un sabio de taberna de esos que larga una respuesta a boleo, la primera que le pase por a cabeza para demostrar que lo sabe todo. Hacer eso sólo sirve para fabular, y cuando hablamos de vidas y de crisis económicas de porvenires impredecibles, lo último que se puede hacer es fabular, más que nada porque uno acaba teniendo una gran experiencia en el arte de mentir.

Cuando yo daba clases de guion de cómic, obligaba a mis alumnos a mentir para salir de situaciones difíciles, pues entiendo que un guionista tiene que saber fabular. Si un o una alumna llegaba tarde a clase o se presentaba sin los trabajos hechos, tenían que contarme, ante toda la clase, una mentira del tipo: "Es que ayer un pitbull le comió un brazo a mi abuela y tuve que llevarla al hospital, y como además, viniendo hacia aquí, el autobús volcó y se incendió, se me quemó el trabajo". Si la mentira era lo suficientemente imaginativa, estaba perdonado, pero si me venía con una porquería en plan: "No me sonó el despertador", le ponía una cruz.

Nunca nadie me dijo «no lo sé». Le hubiese aprobado la asignatura el curso completo. Así que todos esos y esas que dicen saber cómo arreglar esto no sólo mienten, sino que mienten tan bien como aquellos alumnos míos, pero no están formándose como guionistas, sino gobernando un Estado o ejerciendo la oposición, que no es tarea menor. Que aprendan a decir «no lo sé» y que se lo estudien para buscar soluciones.

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