CAMINO A LA NORMALIDAD

La familia

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photo_camera Reencuentro con familiares y amigos tras el confinamiento. RAFA FARIÑA

Dijo alguien hace pocos días en una red social que se le hacía raro ver series o películas con gente agrupándose en un concierto, en una manifestación o en un parque; todos abrazándose y saludándose a besos o apretones de manos, sin guantes ni mascarillas ni distancia de seguridad. Es como ver películas de antes del 11-S llenas de planos de las Torres Gemelas y pensar que eso fue otra época, que por muy buena que sea la película, nos cuenta un mundo que ha dejado de existir. Después de aquello empezó una "nueva normalidad" y lo que vivimos después fue otra cosa. Ahora es igual pero peor. Es verdad que, informativos o tertulias aparte, de entre lo que podemos ver, lo que nos ofrecen el cine o las series es una visión de otra época, que tanto da que se haya rodado hace seis meses o en los años 40.

La ficción necesitará unos meses para adaptarse a la realidad. Eso es algo que ocurre dos o tres veces por siglo, cuando todo cambia para generar una nueva existencia, que será mejor o peor que la anterior, pero seguro que diferente. Mientras tanto, mientras vemos qué rumbo toman los acontecimientos, es bueno aferrarse a las cosas que no cambian. La familia, por ejemplo. Este domingo tuvimos la primera reunión familiar en meses. Anteriormente, una vez a la semana nos juntábamos los hermanos, cuñados o cuñadas cuando las hay, que a veces van y vienen o desaparecen de la familia.

Así que este domingo, que ya era legal, volvimos a vernos. Casi ni se habló de la pandemia. La familia siempre tiene temas de conversación, porque atesora una historia de muchas generaciones en la que se entremezclan relatos ciertos con otros exagerados y alguno que otro imagino que inventado en algún momento. En cualquier familia más o menos numerosa y bien avenida, la tradición oral genera un pasado que está por encima de cualquier pandemia. En mi familia sucede como cuando alguien ve una película ambientada en algún lejano siglo. Ya no tenemos padre ni madre, pero conservamos historias más o menos legendarias que nos contaban de nuestros abuelos, que ya estaban más que creciditos cuando la Guerra de Cuba y que luego, ellos y nuestros padres vivieron casi todo el siglo pasado y algo del presente.

Así que cuando nos juntamos este domingo, la conversación, tras los saludos y cinco minutos de pandemia, transcurrió como antes. Hablamos de amigos o parientes comunes, de los hijos, hermanos, cuñados, yernos o sobrinos que viven en Dublín, en México, en Londres o en Barcelona y estuvimos diseñando estrategias para reunirlos a todos y todas de una forma cómoda y barata cuando todo esto acabe.

La nuestra es una familia que funciona como un clan escocés o como una mafia siciliana

Hay momentos que atesorar y este fue uno de ellos para mí. La nuestra es una familia que funciona como un clan escocés o como una mafia siciliana. No me refiero a la fiereza guerrera de los escoceses ni a las prácticas delictivas de los Corleone. Entiéndase. Hablo de una familia que nos ha tocado en suerte y en la que se mantiene una unidad que pone a la hermana, al sobrino o al hijo un punto por encima de todo lo demás. Seguro que usted me entiende, pues o bien tiene una familia como la mía, o quisiera tenerla.

La familia, al menos la que me ha tocado en suerte, tiene memoria de abuelos y padres que han emigrado, que han sufrido y que han pasado hambre, pero también han tenido sus buenos tiempos. Eso, la memoria de momentos terribles y los de bonanza, hace que cuando estoy entre los míos de verdad, la pandemia parezca un asunto más que se incorporará a la historia familiar y que contarán nuestros hijos y nietas. Eso no convierte a nuestra nueva crisis en mejor o peor, pues la dimensión del coronavirus no depende de una tradición familiar, pero sí permite pensar que cosas peores han ocurrido y que tiempos mejores son posibles. Ojalá.

Entre familia se entreteje una tela que abarca muchos flancos: en ocasiones los amigos de uno pasan a formar parte de las vidas de los demás, o los libros que leía nuestro padre se convierten en elemento común. Los temas de actualidad, como el coronavirus, desaparecen o se convierten en un asunto menor. No llevamos aquí arrastrando nuestras historias familiares durante un par de siglos para acabar hablando de un bicho microscópico en la primera reunión que tenemos en meses. Hay que tirar siempre de la familia, porque un hermano o una hermana nunca falla y si lo hace, pues que lo haga, pero el núcleo hay que mantenerlo activo, lo que yo le diga.

Cuando uno ve esos cientos de películas en las que aparecen de fondo las Torres Gemelas, o cuando en todas la películas o series empecemos a ver a gente con mascarillas, escenas de restaurantes con mesas divididas por mamparas, y todo lo que se exhibe hoy nos parezca cosa del pasado, un buen remedio es y será tirar de pasado, que no hay ninguno que merezca más la pena que el que atesora una familia: la vida de sus padres o sus abuelos es la mejor vacuna, no para luchar contra el bicho, que para eso hay científicos, pero sí para recrear un futuro más o menos amable.