PONTEVEDRANDO... Zapatería Ares

El mejor artesano de Pontevedra

Pepe tuvo que elegir entre trabajar o estudiar, y decidió ayudar en el negocio de su padre. Ama lo que hace, y es un excepcional ejemplo de gente que sigue manteniendo tradiciones de las buenas, de las que ayudan a los demás sin hacer daño a nadie

Pepe Ares en su Zapatería. DAVID FREIRE
photo_camera Pepe Ares en su Zapatería. DAVID FREIRE

Pepe Ares se dedica al oficio más noble que se me pueda ocurrir. Arreglar zapatos. Tiene 51 años y lleva 38 reparando calzado. Las cuentas no fallan: empezó con 13 años. "De aquela non andaban coas caralladas de agora. Ou estudabas ou traballabas. Eu quería traballar". Pone suelas o cambia tapas ya casi sin mirar, mientras habla. Su padre, Servando, tenía su taller en César Boente y allí se puso el hijo a aprender el oficio, que su padre había aprendido, también de niño, de unos vecinos. Servando fundó su taller hacia 1975. Hace unos 12 años, su hijo Pepe compró un local en el número 25 de Augusto García Sánchez y allí está desde entonces. No tiene pérdida. Si usted va por el puente donde empieza la Avenida de Vigo, baja las escaleras hacia Campolongo y allí lo ve.

El oficio ya no es lo que era, y eso vuelve a Pepe pesimista: "A esta profesión quédanlle cinco ou dez anos de vida". Cuando empezó, hasta los zapatos malos eran buenos. Todo piel y cuero. "Traíanche uns zapatos desarmados en pezas e volvíalos a montar". Eso antes. Hoy, si a usted o a mí nos da por desarmar esos zapatos que compramos por dos duros en un chino, ya no habrá remedio. Antes no paraba. Desde que empezó con 13 años hasta hace unos 8 o 9. Cuando empezó la crisis todo el mundo le decía que le iba a sobrar el trabajo. Él, que lleva toda la vida en esto, no se fiaba y tuvo razón. Fue al revés. El pueblo empezó a comprar zapatos malos, de plástico, que no es que se gasten, es que se deshacen. Los mercados del zapato se inundaron de baratijas.

Yo salí de ahí convencido de que es mejor tener tres pares buenos que duran media vida, que diez pares malos, de esos a los que sólo les falta venir con un tubo de pegamento incluido. El oficio no ha cambiado gran cosa. Las herramientas son las mismas y la maquinaria también. Antes no había prensas que permiten acelerar algo el proceso, pero por lo demás todo se sigue haciendo igual. Lo que han cambiado son los materiales. Menos piel, menos cuero, y más gomas y cauchos. Todo se hace con un banco, una lijadora, una máquina de coser, un martillo y poco más.

FICHA
Nombre: Zapatería Ares
Propietario: José Ares Sabarís
Actividad: Reparación de Calzado
Dirección: Augusto García Sánchez, 25
Fundación: 1975

Aunque Pepe se queja, mientras yo estoy ahí no para de entrar gente y la entrevista se interrumpe cada dos minutos. Pepe va dando plazos: "O mércores está listo". Una señora le dice que le urge porque se va de viaje. "Veña nunha hora". Una zapatería tiene algo de confesionario. La gente va pasando y va sacando zapatos de bolsas y exponiendo su problema. Un tacón roto, una suela gastada, una tapa suelta o una tira rota. Pepe los tranquiliza, les dice que tiene arreglo y ellos se van tranquilos como si acabaran de recibir una absolución.

Pues si Pepe tiene razón, que espero que no, y el oficio se extingue, será una pérdida. Con los zapateros se nos irá una parte de nuestro pasado que tiene miles de años. Yo recuerdo que cuando niño mi madre me cogía un par de zapatos y cuando yo los daba por perdidos y me preguntaba cuándo me comprarían otro par, ella volvía con los mismos zapatos como nuevos. Quiero creer que nuestro zapatero era Pepe o su padre Servando. Yo sospechaba que una cosa así no sabría hacerla cualquiera. Reconstruir unos zapatos que estaban para tirar y hacerlo tan bien, creía yo, era algo mágico. Viendo trabajar a Pepe comprobé que mis sospechas estaban justificadísimas. Es algo mágico. En unos minutos, mientras me cuenta su vida, coge un par, corta, cose, clava, pega, limpia y devuelve la vida al calzado, dándole otra oportunidad a esos zapatos y a su cliente.

También quiero creer que volverán los buenos tiempos, que los zapatos de calidad volverán a las estanterías de las tiendas y que buena gente como Pepe puedan seguir trabajando y enseñando el oficio a otros. Lo merecen, porque han mantenido un oficio de los que hacen falta, el de la artesanía, de trabajar con las manos en un pequeño taller y prestar un servicio que debiera ser eternamente imprescindible. No hay ocupación más grande que la que se hace así, honestamente, prolongando la existencia de las cosas, devolviéndolas a su estado original.

Todos los niños de Pontevedra deberían pasar por ahí. Aprenderán mucho. Por ejemplo, que a su edad, Pepe se puso a trabajar para ayudar a su padre. Que ama su trabajo. Y también sabrán que no todo debe fabricarse o comprarse para usar y tirar. Y que hay gente que sigue manteniendo tradiciones de las buenas, de las que ayudan a los demás sin hacer daño a nadie. Y que un zapatero puede ser más sabio que un ingeniero. Al menos eso aprendí yo hablando con Pepe.

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