"El problema no es que la gente diga idioteces, sino que se amplifiquen"

Andoni Alonso, filósofo especializado en tecnología, participa este viernes en la Semana Galega da Filosofía 
Andoni Alonso. DP
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Las redes sociales, los bulos, la insostenibilidad del modelo tecnológico y el descontento con el mundo que hemos construido son algunos de los temas que aborda el filósofo en su forma de entender la configuración del mundo actual, inevitablemente ligado a los progresos tecnológicos.

Su ponencia se llama Decadencia del progreso. ¿Está en decadencia?

Estamos en un momento de clara decadencia del progreso, de hecho estamos empezando a rectificar cosas respecto al medio ambiente, la sociedad o el desarrollo tecnológico.

Quizás el problema es el concepto de progreso que tenemos. ¿Lo que entendíamos como progresar realmente no lo era?

Yo creo que nos hemos equivocado. Ese es el problema. Hemos definido el progreso como un incremento de bienes, servicios, una economía de un determinado tipo... y está claro que eso no está dando el resultado que creíamos.

¿Cómo se ponen entonces los límites, hasta donde se puede progresar y a partir de qué punto no?

Yo creo que estamos en un momento en el que tenemos que retroceder. Pienso que deberíamos apostar claramente por estrategias denominadas decrecentistas. Habría dos conceptos de progreso, el material y el civilizatorio. El primero es por el que se ha apostado, el segundo es mínimo. Para poder tener un equilibrio deberíamos retroceder en el progreso material.

En la presentación de su ponencia hace referencia al ludismo, que era un movimiento que estaba en contra de la introducción de nuevas tecnologías que sustituyesen al trabajador. ¿Usted considera que la tecnología puede ser una amenaza en este sentido o puede ser una oportunidad para mejorar las condiciones de trabajo?

El problema no es que los movimientos luditas pensasen que las máquinas los fuesen a sustituir, sino que artesanos con reputación, con cierta relevancia, se convirtieron en operadores de máquinas que desvalorizaron su trabajo de una manera bestial. Ese trabajo creativo se convirtió en un trabajo mecánico que los volvió irrelevantes en la sociedad. Estamos hablando de cosas más serias que el temor a que te sustituyan en el trabajo. Es como si a un periodista le dicen que hay una máquina que escribe 20 artículos al minuto y él solo tiene que llevarlos a la máquina de edición. Si eso existiese, yo creo que usted se volvería ludita.

Pero en otro tipo de procesos la tecnología puede mejorar la calidad de vida, incluso puede que trabajemos menos.

Si ves las cifras parece que no. Si el trabajo es cuestión de salario, los sueldos que se reciben hoy en día son bastante menores a los que se recibían hace 30 años. De hecho, en cualquier pareja que quiera tener un hijo deben trabajar los dos. Antes no era así, con un sueldo era suficiente para cubrir las necesidades. Si uno revisa su propia experiencia, verá que las horas de trabajo son cada vez mayores. Estar todo el día conectado exige también un esfuerzo mucho mayor. Las fronteras entre el ocio y el trabajo son cada vez más difusas. Llevamos todo el tiempo un teléfono móvil y estamos disponibles para que nos llamen en cualquier momento si hay que hacer algo urgente. Entonces no sé dónde se ve que las nuevas tecnologías nos resten horas de trabajo.

¿Usted las utiliza?

Las utilizo de una manera muy determinada y estoy muy comprometido en el desarrollo de software libre, por ejemplo. La mía no es una crítica de una persona que no sabe utilizar las nuevas tecnologías. Otra cosa es que veo usos completamente irrelevantes de la tecnología.

¿Tiene redes sociales?

No entro en casi ninguna red social. El 89% de lo que aparece en Twitter es irrelevante, además de ser un espacio de violencia verbal absolutamente inusual.

¿Cree que las generaciones más jóvenes sabrían vivir sin redes sociales?

Les costaría acostumbrarse pero claro que podrían. La explosión de las redes sociales fue hace diez años. No creo que sean tan imprescindibles.

Si pensamos en ciertos movimientos negacionistas que cuestionan incluso la validez de la ciencia en un momento como el actual, quizás criticar el progreso pueda ser un arma de doble filo.

No, no tiene nada que ver. Todo ese negacionismo es precisamente resultado del progreso. Si creamos un espacio donde da la sensación de que cualquier voz es igualmente relevante, obtenemos el negacionismo.

El 89% de los que aparece en Twitter es irrelevante, además de ser un espacio de violencia verbal inusual 

La postverdad.

No, decir postverdad queda muy bonito como palabra para darle relevancia, pero en castellano tiene otro nombre: trola o mentira. Seguramente hacer un estudio sesudo sobre la trola sea un poco chocante, hacerlo sobre la postverdad tiene cierta prestancia académica. Pero son bulos y los hemos tenido siempre. Quien los soltaba se exponía al escarnio social, la diferencia es que ahora no. La pregunta que debería surgir es: ¿por qué no? El problema no es que la gente diga idioteces, porque la idiotez acompaña al ser humano desde el principio de la historia, el problema es que la sociedad las amplifique y las ponga en circulación. Y además buscando darle cierto respeto a esas idioteces diciendo que son libertad de expresión. Claro que los idiotas se expresan, pero eso no significa que tengamos que hacerles caso.

El progreso ha sido entonces un espejismo.

Es que yo no quería hablar tanto de la decadencia del progreso como del desencanto. No es muy difícil llegar a la conclusión de que estamos desencantados como sociedad. No solo por la pandemia o la crisis económica. Hay más razones para ello. Cuando en los años 80 pensábamos en el año 2000 imaginábamos un cambio radical. Creíamos que habríamos curado el cáncer, que tendríamos coches voladores y aviones supersónicos. Pero, ¿qué tenemos en realidad? Pues patinetes eléctricos.

¿En los 80 tampoco se pensaba en las consecuencias, como la emergencia climática?

Sí, de eso se lleva hablando desde los 70, pero nadie hizo caso hasta que nos explota en las narices. Los informes del Club de Roma son de los años 70, diciendo que estábamos en los límites del crecimiento. Llevamos unos 50 años diciendo que esto va realmente mal y, sin embargo, es como una especie de esquizofrenia porque cada vez hay más consumo, más moda, más aparatitos... Tenemos que tener un control sobre la energía. A día de hoy sabemos que solo las búsquedas de Google pueden llegar a consumir el 20% de la energía eléctrica del mundo. Algo tan sencillo como hacer una búsqueda supone a día de hoy un consumo de entre el 12 y el 15% de la energía que se produce. ¿Cómo compaginas eso con la cantidad de energía que necesitamos para todo lo demás? La producción industrial, el transporte... Es insostenible.

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