Camino a la normalidad...

San Xoán y la concordia

El secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, en el Congreso. EUROPA PRESS
photo_camera El secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, en el Congreso.

EL AMBIENTE caldeado, casi irrespirable del Parlamento español tiene su reflejo en las redes sociales y en alguna que otra taberna, pero no en la calle, salvo en la de Galapagar donde el chalé de Montero e Iglesias, donde la tensión la ponen sólo unos.

Yo no creo que en el estado Español haya dos bandos. A ver: dos bandos hay, pero no dos bandos dispuestos a morir ni a matar. Como mucho, los hay que hacen ruido, pero el ruido es sólo eso, ruido, y si existe es desde que entró Vox y el PP siguió su estela, que otra cosa no sabrán hacer, pero chillan como nadie ha chillado en España desde que Tejero se metió en el Parlamento.

Esa tensión, que es sobre todo ficticia, no se palpa en Galiza, entre otras cosas porque aquí no hay Vox ni el Partido Popular de Feijóo ha seguido la deriva ultra de su líder. Aquí se habla de política siempre sin gritar y eso que estamos a las puertas de unas elecciones autonómicas que pueden ser más reñidas de lo que dicen las encuestas, cuando el porcentaje de indecisos supera el 30%.

Yo pasé la noche de San Xoán en casa de Giselia López y Manuel Muíños, una pareja mitad gallega y mitad brasileira. No los conocía de nada, pero ahí acabé por una de esas casualidades de la vida. El resto de los invitados, más de medio centenar sí conocían a los anfitriones, pero por lo que vi la mayoría no se conocían entre ellos. Pero a la media hora de empezar la fiesta, ya había corrillos de gente presentándose y charlando amigablemente. Yo me hice amigo íntimo de Andrés, que es presidente de un club de moteros BMW, un señor de fuera al que le dolía la espalda. Vino sólo para la fiesta y marchaba al día siguiente a las nueve de la mañana, ocho horas de camino.

Pues Andrés y yo acabamos hablando de política para descubrir que no coincidimos en absolutamente nada. Y tan amigos. Imagino que en alguno de los corrillos también se habló de política, que es un tema recurrente, pero ahí no gritaba nadie ni nadie hacía aspavientos. Digo esto porque hay gente muy asustadiza que cree que estamos al borde de una guerra civil, y eso nos hacen creer muchos dirigentes y muchos medios. Pues no, no es así. La gente, o la mayoría, creo yo, busca la cordialidad.

En la cena de San Xoán sólo se escuchó un grito, el del anfitrión, vestido con un chaleco y un gorro de cuero, al parecer típicos de Pernambuco. Fue tras los fuegos artificiales: «Que siga a festa!», gritó. Había fuegos artificiales porque los anfitriones hicieron un trabajo magnífico. Entrantes para un batallón, sardiñada, pulpeira, churrasco, postres varios y bebidas generosas. Nunca tal cosa viera yo una noche de San Xoán ni creo que haya anfitriones tan generosos y detallistas.

Pues tanto nuestro país como el Estado español se parecen más a esa fiesta que a lo que leemos en la prensa madrileña. Lo que hay es buena gente capaz de debatir y de aceptar el desacuerdo sin mayores complejos. Mi nuevo amigo Andrés y yo, inteligentemente, fuimos a visitar a Xosé Lois, que fue quien me llevó, y era el encargado de asar las sardinas. A su lado estaba la pulpeira y cuando se acabaron las sardinas y entró la carne no nos movimos del sitio, para acceder con rapidez a los platos recién hechos. A cierta distancia había una hoguera de cuatro metros de altura y de fondo sonaba música brasileira.

Yo, mientras estaba allí pensaba en eso, en que si varias docenas de desconocidos pueden charlar sin enfadarse, todo el mundo puede hacerlo y es lo que hace la mayoría de la gente. Para que exista la crispación hacen falta dos factores: alguien dispuesto a crispar y mucha gente dispuesta a crisparse. De lo primero, me parece a mí, hay mucho más que de lo segundo. Se grita y se insulta mucho más en el Parlamento español que en el resto del Estado.

Si todos los habitantes de España salvo los dirigentes políticos hubieran pasado la noche de San Xoán en casa de Manuel y de Giselia, apostaría a que hubiera pasado lo mismo que ocurrió: que la gente charlaría, mostraría cortésmente sus desacuerdos, agradecería luego la invitación y se iría cada cual a su casa feliz de la vida. El único problema hubiera sido que harían falta más pulpeiras, más sardinas y más carne, pero por lo demás nada hubiera cambiado. El pueblo está demostrando mucha más cordura que sus representantes, las cosas como son.

No necesitamos crispadores, necesitamos negociadores y líderes dialogantes. En vez de eso lo que tenemos es a una panda de golfos que quieren llevarnos por un camino que no queremos tomar, que es el de la confrontación. Va a resultar que somos más demócratas que quienes nos representan. Eso es bueno, y más lo será si toman nota y dejan de hacer el ridículo.

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