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El ¿vividor? de Castamar

Maxi Iglesias y Amalia Enríquez. DP
photo_camera Maxi Iglesias y Amalia Enríquez. DP

Dice que, cada vez que nos sentamos a charlar un rato, le hago pensar. Y, como me ocurre siempre con él, me río y no me puedo resistir a esa mirada indefinida y cambiante, azul o verde, que adopta la tonalidad dependiendo del día y del color con el que decida ver la vida ese día.

Conoce la fama desde adolescente y, gracias a tener los pies bien asentados en el suelo y la educación recibida en casa, Maxi Iglesias nunca sintió que le invadiera la vanidad. Es inmune a la envidia y la crítica porque, a estas alturas de la vida, hasta de las negativas extrae algo positivo para seguir aprendiendo.

Es de los que avanza con decisión y seguridad en una profesión que le está proporcionando buenos momentos de gloria, ganados a base de esfuerzo, constancia, preparación y ausencia de ego. A sus 30 años, recién estrenados, tiene a sus espaldas una experiencia que para sí quisieran otros que le doblan la edad.

En una etapa en la que «sacar a flote» los proyectos está siendo complicado, Maxi no deja de trabajar. En los últimos meses ha estado rodando, al mismo tiempo, tres producciones. El que los personajes fueran muy diferentes es lo que le evitó que se volviese loco y cruzase guiones en el momento de verbalizarlos.Maxi Iglesias. DP

Le hemos visto en la primera temporada de Valeria como arquitecto y pronto aparecerá en la nueva entrega. Es un subinspector brillante y ambicioso en Desaparecidos, que pronto llegará de nuevo a las pantallas y acaba de estrenar La cocinera de Castamar, donde interpreta a

Francisco Marlango, conde de Almiño, un hombre del siglo XVIII de comportamiento «delicado» con las mujeres. En definitiva, un vividor de la corte. Engalanado con varias capas de ropa, lazos de excesivo tamaño y el tacón propio de la época, Maxi decidió disfrutar de la aventura que le ofrecía ese personaje que, a primera vista, las mujeres vamos a cuestionar.

Tiene a su favor ese físico de infarto que dulcifica todo lo que toca. Cuando le digo si no está deseando que llegue a su vida un malvado y, a ser posible, poco agraciado, sonríe y sentencia "en ello estoy". De pequeño quería ser muchas cosas y, entonces, jugaba un día a ser policía, otro bombero y se inventaba cantidad de ellas. Tenía mucha imaginación y, sin duda, fue el germen de su pasión por la actuar.

Reconoce que es mucho de "proyectar sueños, proponer objetivos, tratar de ver cómo podría encajar mi vida si hiciese esto o aquello. Me funciona bastante imaginarme o no en otra situación y, a veces, me llevo muchas buenas sorpresas". 

Es un tipo honesto, con él y con los demás. "No me importa valorar lo que hacen otros, aunque no me repercuta directamente. No hago las cosas por interés".  Le encantaría formar parte de un Ministerio del tiempo si existiese y su lema vital es "Alea jacta es" (La suerte está echada). Partiendo de esa premisa, puede con todo. Incluso si tiene que «meterse en la piel» de un cuestionable vividor en la corte del conde de Castamar. Y es que, llamándose Maximiliano Teodoro, hasta lo más impensable le "calza" bien.

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