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El nombre de mi renuncia

Fotograma de "Los dos papas". NETFLIX
photo_camera Fotograma de "Los dos papas". NETFLIX

LA VIDA Y, por consiguiente, la experiencia que vas adquiriendo con el paso de los años, te enseñan que no es conveniente juzgar sin conocer. Es más, nunca se debe prejuzgar. Solemos hacerlo, muchas veces, desde el desconocimiento y forma ya parte de nuestro ideario cotidiano el opinar, en ocasiones, desde lo que oímos. Me atrevería a decir que, incluso disponiendo de argumentos, la cautela y prevención son buenas compañeras de viaje.

Me viene esta reflexión a la cabeza después de ver "Los dos Papas", película que estrena Netflix el próximo 20 de diciembre, después de proyectarse en salas especiales durante unos días. La historia real y poco novelada de la relación entre Benedicto XVI y Jorge Bergoglio, quien le sustituyó en el trono vaticano cuando el papa alemán decidió renunciar a él.

Eran como el día y la noche, el agua y el aceite. Benedicto, como buen germano, era imperturbable en el gesto, dicen que algo tosco en el trato, poco amigo de hacer concesiones y estricto en las creencias. Bergoglio, por el contrario, era de mente más abierta, rompedor en algunas cosas, cercano a la gente, con los pies en la tierra y muy preocupado por los necesitados y sin apenas recursos. Que los dos iban a "chocar" era algo previsible y con pocos visos de poderse evitar.

Gracias a mi querida y recordada Paloma Gómez Borrero, pude conocer a Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco I. Tres personalidades completamente distintas que ejecutaron sus pontificados acorde a su manera de ser y entender la religión. Los Papas polaco y alemán supieron pronto que su vocación religiosa iba a ser su destino. El argentino no lo tuvo tan claro.

Cuando compartí un rato con él en Roma, ya comenzada la conversación me dijo: "Tienes el nombre de mi renuncia". Ante mi cara de asombro nos explicó a Paloma y a mí que él tenía una novia, a la que incluso le había comprado un anillo para sellar el compromiso, que se llamaba Amalia. "Necesitaba una señal para saber si iba a hacer lo correcto. La tuve y renuncié a ella por el sacerdocio". Y esa parte de su vida se refleja en la película, junto con otras de su juventud y primeros años como el "padre de los pobres".

Anthony Hopkins es Benedicto XVI, Jonathan Price es Francisco I. Un duelo interpretativo digno de ver, imprescindible. Nominados ambos a los Globos de Oro, resuelven sus trabajos con talento, mucha verdad y sentido del humor en el momento justo.

Bergoglio le escribe a Benedicto para que le dé la carta de libertad. El Papa le cita en su retiro de Castelgandolfo. El alemán no soporta la mente aperturista del argentino. Su relación, que comienza siendo distante, fría y de cierto rechazo, se convierte en una amistad en la que se acaban dando cuenta que, en el respeto y el diálogo, está la clave de la convivencia. Y Benedicto se da cuenta que, aquel a quien rechazabas, es el mejor sucesor que podías soñar. Lo que vino después… lo estamos viviendo.