Blogue | A mi manera

Miedo a convivir

Enriquez

ESTAMOS EMPEZANDO a disfrutar de la "segunda parte de nuestra vida", esos momentos que tanto hemos deseado durante estos meses de privación de libertad. Porque esa es la sensación que yo he tenido, el no sentirme libre. En este tiempo, los que no lo hacían, habrán empezado a valorar los pequeños placeres cotidianos. Aquellos que considerábamos naturales y, al prescindir de ellos, les hemos dado la importancia que siempre deberían haber tenido.

En este tiempo, hemos activado resortes vitales que posiblemente, a partir de ahora, nos va a costar desterrar de nuestro día a día. Yo he descubierto el placer de la calma, el no ir todo el día a la carrera sin apenas tiempo para saborear las cosas que, de verdad, me aportan y merecen la pena. Renunciar a la prisa me ha dado serenidad y disfrute. Ya no recordaba lo que era eso.

He disfrutado mucho más del silencio, placer que descubrí hace mucho tiempo. Tal vez en esa etapa de la vida en la que empecé a asumirme. No es algo que se llegue a conseguir siempre, más bien todo lo contrario porque lograrlo implica aceptarte. Y ello conlleva gestionar tus defectos con una gran dosis de humildad, no exenta de un severo juicio.

El sonido de ese silencio es algo que ya empiezo a extrañar en estos primeros días en los que volvemos a recuperar la libertad perdida. Nunca he sido amante de los ruidos, esa es la verdad. Los gritos, el jolgorio que deja de ser murmullo y todo lo que va directamente ligado a las voces altas, es algo que siempre he evitado. Muchas veces me han dicho "ni levantas la voz cuando te enfadas". Y es que, en un momento determinado de la vida, tomas conciencia que esa forma de expresión no suma, más bien todo lo contrario. Como nos decían en la facultad de Periodismo "lo importante es el mensaje". Y soy consciente, por experiencia propia y a modo de añadido, que no hablar alto cuando tu interlocutor lo hace, puede llegar a exasperar hasta límites no deseados.

Los últimos meses han desaparecido de nuestra vida de un plumazo. Nos encerramos cuando todavía nos vestíamos con prendas de abrigo y estamos saliendo a la vida casi con tirantes. Algo tan banal y supérfluo, al menos para mí, tiene un efecto emocional a destacar. Porque, en esta nueva salida, vamos a tener que gestionar unos efectos mentales que, posiblemente, no hayamos hasta ahora calibrado. Todas las emociones que hemos ido bloqueando en este tiempo, brotan ahora ante la decisión de tener que continuar con esa vida,que se quedó aparcada de manera involuntaria.

Hablando esta semana con mi querido Borja Sémper, siempre certero con su visión vital de lo que ocurre, hemos coincidido en que hay algo importante que hay que gestionar: el miedo. Amigos con hijos me cuentan que sus niños no quieren ir al colegio y tampoco salir de casa, porque no han conseguido vencer la cautela impuesta hasta ahora. Precaución emocional traspolable a los adultos, muchos de los cuales tienen el síndrome de la cabaña, ese que te hace sentir a gusto estando a buen cobijo. La siguiente etapa es eliminar el miedo a convivir. Y, hacerlo con responsabilidad, es la mejor aventura de este momento.

Comentarios